Roger
Rosenblatt comenzó su vida profesional como escritor y periodista. El teatro,
la historia y la poesía moderna le abrieron después el paso desde muy joven
camino de la cátedra. De las muchas cosas inteligentes que escribió está esta
severa afirmación: Entre padre e hijo no puede haber monstruo más terrible que
el silencio.
Que nos sirve para analizar nuestra
conducta y relaciones en el ejercicio supremo de nuestra vida familiar: la
comunicación.
Parece natural que quienes comparten
un mismo techo lo hagan también con la sangre y la palabra. Pero no siempre es
así. Y porque es así se va abriendo un abismo en la “comunión” entre padre e
hijo y se abre día a día una trinchera que los separa irremediablemente.
Conocí un caso en el que era el padre
el que se desahogaba sin ser capaz de darse cuenta de que la situación la había
creado precisamente él. La falta de una oportuna pero sincera declaración de
afecto y estima fue dando cuerpo a una triste convicción en el hijo: “Mi padre
no me aprecia, mi padre no me quiere, le tengo sin cuidado, hasta puede ser que
me desprecie…”. Y el silencio se enseñorea en forma de desinterés e ignorancia
recíproca… que va pervirtiendo poco a poco no solo la relación, sino la
capacidad de transmitir palabras, sentimientos, estima, afecto y vida.
Si no se manifiesta el amor es inútil
pretender lanzar puentes de otro tipo para poder acercarse al que es, por
generación, por autoridad, por afecto, por cercanía la obra de nuestra vida.
Una vez más la palabra de Don Bosco
bajo cuyo afecto vemos todo y vivimos nos vuelve a recordar que “la educación
es cosa del corazón”.