La Universidad del Estado de Ohio
(EEUUA) analizó 7.200.000 imágenes de rostros humanos, que quedaron reducidas a
35 modos diferentes. Tomaron 821 palabras inglesas para describir los
sentimientos. Las tradujeron al español, chino mandarino, persa y ruso y se
pusieron a investigar en 31 países de todo el mundo.
El rostro humano puede expresar
sentimientos de 16.384 maneras, combinando los músculos faciales de modo
diferente. El disgusto sólo necesita una expresión facial, tres el miedo, cuatro la sorpresa y cinco la tristeza y la rabia.
Las expresiones universales que
expresan emociones son una docena y, afortunadamente, la mayor parte se usan
para manifestar alegría. Aleix Martínez, coautor del estudio, ha quedado satisfecho de esta última constatación “porque –dice– habla de la compleja naturaleza
de la felicidad".
Todo lo anterior es curioso y puede
ser que también interesante. Pero llegar como final del estudio a gozar por la
“compleja naturaleza de la felicidad” debería llevarnos a que nuestra conducta,
nuestros gestos, nuestras actitudes, nuestro trato, nuestras propuestas,
nuestras invitaciones, nuestros modos de mostrar caminos estén siempre
iluminados por la sonrisa.
San Pablo VI, el año
1975 nos ofreció una carta sobre la alegría: «Gaudete in Domino». Y en ella
señalaba a Don Bosco como uno de los santos que mejor habían aprendido y
comunicado el carisma de la alegría. Su primer intento de unir y empapar de fe
la vida de sus amigos, siendo estudiante en Chieri (1832) le hizo fundar la «Sociedad
de la Alegría» entre sus compañeros, mostrando su opción por buscar lo positivo
en la vida y evitar toda tristeza («melancolía, fuera de la casa mía»). Y esa
fue una de las claves psicológicas fundamentales de su pedagogía. Era en el
fondo, como no podía ser de otra manera –como no puede ser nunca- la alegría
sobrenatural de la fe.