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martes, 1 de noviembre de 2011

Diogneto.


Entre tantos escritos como nos invaden, tal vez nos haga bien leer una “carta”, o más bien una reflexión o parte de ella, que tiene ya más de dieciocho siglos de vida y una historia más bien rara. No se sabe quién la escribió ni a quién iba dirigida.
La decubrió un joven, Tomás de Arezzo, en 1436 en una pescadería de Constantinopla entre los papeles de envolver pescado con otras obras transcritas al griego en el siglo XIII que formaban el que se llamó Códice Griego 9. Parece que nadie había conocido “nuestro” escrito hasta entonces. Pasó a manos de un especialista en hebreo, Johannes Reuchlin, y a mediados del siglo XVI llegó a la abadía de Maumünster, en Alsacia, donde quedó destruido en 1870 en la guerra Franco-Prusiana. ¡Menos mal que dos siglos antes se habían hecho en Maumünster tres copias! He aquí unas líneas del texto: 
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres. En efecto, en ningún lugar levantan ciudades exclusivas suyas, ni usan lengua alguna extraña, ni viven un género de vida singular. La doctrina que les es propia no ha sido hallada gracias a la inteligencia y especulación de hombres curiosos, ni hacen profesión, como algunos hacen, de seguir una determinada opinión humana, sino que habitando en las ciudades griegas o bárbaras, según a cada uno le cupo en suerte, y siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestran viviendo un tenor de vida admirable y, por confesión de todos, extraordinario. Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña.
Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos. Les falta todo, pero les sobra todo. Son deshonrados, pero se glorían en la misma deshonra. Son calumniados, y en ello son justificados. «Se los insulta, y ellos bendicen». Se los injuria, y ellos dan honor. Hacen el bien, y son castigados como malvados. Ante la pena de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos les declaran guerra como a extranjeros y los griegos los persiguen, pero los mismos que los odian no pueden decir los motivos de su odio.
Para decirlo con brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos lo están por todas las ciudades del mundo. El alma habita ciertamente en el cuerpo, pero no es del cuerpo, y los cristianos habitan también en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está en la prisión del cuerpo visible, y los cristianos son conocidos como hombres que viven en el mundo, pero su religión permanece invisible. La carne aborrece y hace la guerra al alma, aun cuando ningún mal ha recibido de ella, sólo porque le impide entregarse a los placeres; y el mundo aborrece a los cristianos sin haber recibido mal alguno de ellos, sólo porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la odian, y los cristianos aman también a los que les odian. El alma está aprisionada en el cuerpo, pero es la que mantiene la cohesión del cuerpo; y los cristianos están detenidos en el mundo como en una prisión, pero son los que mantienen la cohesión del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal, y los cristianos tienen su alojamiento en lo corruptible mientras esperan la inmortalidad en los cielos. El alma se mejora con los malos tratos en comidas y bebidas, y los cristianos, castigados de muerte todos los días, no hacen sino aumentar: tal es la responsabilidad que Dios les ha señalado, de la que no sería licito para ellos desertar”.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Beato Miguel Rúa.


En Galicia son muchas las familias que tienen el apellido Rúa. Palabra que en castellano significa “calle, como “Rúa Nueva”. Según la Guía de teléfonos, en la provincia de La Coruña, hay 25 en Santiago; 17 en La Coruña; 14 en Melide; 11 en Outes; y en Ferrol 9. En otras localidades unos veintitantos. Total, según la Guía, unos 100. Habrá más ciertamente.
Este apellido también es italiano. Por ejemplo, Miguel Rua. ¿Quién es éste Rúa? Pues el que sucedió a D. Bosco cuando éste murió. Fue el primer salesiano; hizo sus Votos Religiosos ante D. Bosco cuando tenía 18 años.
¿Cómo conoció a D. Bosco? Rua había quedado huérfano. Su padre trabajaba en la Fábrica de Armas de Turín y él por entonces estudiaba con los Hermanos de la Salle, de las Escuelas Cristianas. Allí iba D. Bosco a confesar a los alumnos quienes, al llegar, le rodeaban y le pedían una medalla. Rúa se ponía delante en el primer corro. Rúa extendía la mano pero nunca le daba nada. D. Bosco sólo le decía: “Toma, toma”, y le cogía la palma de su mano izquierda al tiempo que, D. Bosco,  con la derecha hacía el gesto de partirla por la mitad.
Después pasó al colegio de D. Bosco y éste un día le preguntó si quería estudiar para sacerdote; Rua, después de pensarlo, le dijo a su madre: “Quiero ser sacerdote; quiero irme con Don Bosco”. Ella mostró su alegría; “Dile a Don Bosco que cuente contigo”. Y así comenzó a estar a su lado. Un día le preguntó qué significaba aquel gesto de cortar la mano izquierda con la derecha. “¿Cómo, aún no lo has entendido? Tú y yo haremos las cosas a medias”. Y así fue a lo largo de su vida. Quiso tanto a D. Bosco que llegó a convertirse como una fotocopia suya. Podían olvidarse todas sus palabras y todos sus escritos, que D. Rúa los repetiría todos.
Rua puso en Don Bosco sus ilusiones, pero D. Bosco también las puso en Rua. Porque ilusionarse, tener ilusiones, es como tener esa alegría que produce la esperanza o la realización de un deseo que uno tiene. D. Bosco fue un soñador que llenó su vida y la de los que estaban a su lado, de ilusiones. Ahí estuvo la clave de su éxito. Ilusionarse con algo, de este modo, es un modo de crecer y hacerse persona
Como D. Rúa era la fotocopia de D. Bosco, no es extraño que fuera santo como él. El 29 de octubre de 1972 Pablo VI lo beatificó. ¿Alguno dejaría que D. Bosco hiciera el gesto de cortarle la mitad de la mano para decirle a D. Bosco que estaría dispuesto a trabajar a medias con él?

viernes, 6 de mayo de 2011

El Armiño.

Me contaron de niño que existía un animalito muy pequeño (no pesan más de 300 gramos), de pelaje blanco, que vivía en la nieve y que defendía el blancor de su piel para no ser sorprendido y cazado. ¡El mimetismo animal!
El armiño, un mustélido (así los llaman sonoramente), con la marta (la marta cibelina, la más apreciada por el pelaje oscurísimo de las llamadas “diamante negro”, raras y estimadas), el tejón, el hurón, la nutria, la comadreja…  son parientes cercanos de la molesta mofeta, de olor repelente.
Del armiño (digno de aparecer en obras de arte y en la heráldica de guerreros del Norte) me decían que si su piel se manchaba, intentaba quitarse aquel horror a zarpazos. Y así llegaba a desgarrarse y morir exangüe. Y así lo cazaban.
Y me invitaban a conservar mi vida limpia de toda mancha. ¡Qué bello propósito! Desde la atalaya de mis años, me pregunto si ese instinto o algo parecido se da en el hombre, si se ha dado antes, si lo seguimos teniendo. Viendo el modo de las pieles (las llaman moda) del vestido que nos echamos encima en estos tiempos, me viene la duda de que nos importe la limpieza de nuestra dignidad. Pero la duda es mayor cuando pienso en mi interior (e, indebidamente, lo confieso, un poco en el de los otros) y advierto tantas trampas, mentiras o medias verdades, zancadillas, puñaladas por la espalda o por delante, traiciones, olvidos, desprecios, ignorancias intencionadas para no comprometerse, cobardías, medias tintas en la conducta… y me quedo (nos quedamos) tan tranquilos.
Hubo un rey de Francia, Luis IX, primo de otro rey nuestro, Fernando III (ambos santos), que en su dolorosa enfermedad de muerte, en 1270, rechazó algo que le ofrecían como alivio, porque prefería morir a pecar.  
En nuestra familia hubo un muchacho que en 1854 tomó ese lema para su vida. No se trataba de convertirse en armiño. Era conservarse como lo que quería ser: propiedad de Dios, feliz por ser su amigo, por contagiar a sus compañeros con la alegría que le daba esa felicidad, por encontrar que servir y amar a los demás, a todos los demás, era el único modo de vestirse de Luz. Se llamó Domingo. Y lo era: que es decir “del Señor”. Y Savio. Y lo fue: porque encontró en el amor a los demás la fuente de la felicidad.

viernes, 25 de febrero de 2011

Testigos de la Fe.

Los salesianos Luis Versiglia, obispo de Shiuchow (China), de 57 años y Calixto Caravario, sacerdote desde ocho meses antes, encargado de la residencia misionera de Linchow, de
26 años, que lleva un año en China, se niegan a los bandidos que los detienen a entregar a las chicas a las que acompañan.
Monseñor va a hacer la visita pastoral a la misión de Caravario. Viajan en la barca de una mujer con la que va su hijo, de dieciséis años. Llevan a María Thong, de 22 años, maestra, que va a despedirse de sus padres porque ha decidido hacerse salesiana; a su hermano Chong, maestro, no cristiano; a Clara, de 22 años, catequista; y a los dos hermanos cristianos Antonio, de 23 años, y Paula, de 16.
En la lengua de tierra (Punta de arado la llaman o Lintautsui) que ve unirse a los río Sui-pin y Lin-chow detienen la barca. Los bandidos (o soldados de la revolución) suben a ella, piden 500 dólares que es la tasa del tránsito, y añaden: – Nos llevamos a vuestras mujeres.
La resistencia de los dos salesianos no acaba cuando los arrinconan con culatazos de sus fusiles, palos y haces verdes que mal arden. – Bajad a las mujeres, ordena el jefe. Y empujaron a los misioneros.
En un cañaveral cercano (contaron más tarde los supervivientes) se oyeron cinco disparos. Era el 25 de febrero de 1930. Y cinco días más tarde, liberada aquella zona por el ejército de Chang Kai Shek en guerra contra los bolcheviques de Mao, se encontraron, enterrados en la arena de la orilla, sus cuerpos.
Juan Pablo II los declaró santos el 1 de octubre del año 2000.

viernes, 28 de enero de 2011

Palabras (y realidades) en desuso

En efecto, hay palabras que ya no se usan, o se usan raramente o, por usarse raramente, algunos las usan sin saber lo que quieren decir. Recuerdo el elogio que quería hacer un comensal de un consomé añadiéndole el adjetivo “nauseabundo”. ¿Para qué añadirle nada si estaba tan bueno? Seguramente le sonaba bien, pero a los que compartían con él mesa y conversación les cayó, al menos, como si estuviesen descubriendo una mosca en el plato.
Por ejemplo, palabras que no se usan o se usan poco o se usan mal son maledicencia, honestidad, retruécano, deber, palíndromo, perdón, renuncia, talante, sacrificio, tremebundo, solidaridad, amor, hipocorístico, valentía, santidad… 
Vamos con esta última intentando descubrir lo que los especialistas, por ejemplo Don Bosco y San Francisco de Sales, muy nuestros, decían de ella.  El primero decía que Dios nos quiere a todos santos y que serlo es fácil y que está muy bien premiado. Nuestro Patrono, el obispo de Ginebra, escribía con rotundidad que “es un error, por no decir, herejía, pretender excluir la santidad (él escribía “devoción”, que es lo mismo) de los regimientos militares, del taller de los obreros, del palacio de los príncipes, de los hogares y familias; hay que admitir que la santidad puramente contemplativa, monástica y religiosa, no puede ser ejercida en estos oficios y estados; pero, además de ese triple género de devoción, existen también otros muchos y muy acomodados a las diversas situaciones de la vida seglar”.  
¿Y por qué es fácil ser santo? Porque serlo es sólo saberse y sentirse amado por Dios. ¡Nada más! ¡Nada menos! El que, poco inteligente, se enreda en redes de pesca inútil y no se esfuerza en ejercer su condición de hijo de Dios (amándole como a Padre) como madre de familia, como hijo, como vendedor de bisutería, como funcionario, político, deportista, escultor, médico… se encuentra cada mañana con que la barca le sigue estando vacía porque sus redes no dejan lugar a la pesca.
Y cada mañana despierta con sed de algo más, de infinitud, de auténtica y sólida felicidad. Sin darse cuenta de que lo que desea lo tiene ya dentro de sí: ¡Dios me quiere!

sábado, 22 de enero de 2011

"Sí, mamá... ofrecí mi vida para obetener la gracia de tu vuelta"

Esta niña que se ve en el centro de un fragmento de fotografía hecha en Junín de los Andes (Argentina) en 1900 es, con mucha probabilidad, la beata chilena Laura Vicuña. De ella decían los que la conocieron:
  • “… tenía cara redonda, cutis blanco, rostro siempre rosado, cabellos y ojos grandes, hermosos y más bien oscuros; mirada inteligente e ingenua, modesta, sonrisa habitual aun en los sufrimientos, lloraba y reía al mismo tiempo, la pose de la cabeza un poco inclinada hacia la derecha”
  • “Los cabellos de Laura eran castaños, no muy rizados; los ojos negros”.
  • “Laura era de carita pequeña y redondita al principio, luego flacucha, pero siempre sonriente y afable; cuerpo de estatura regular para su edad, pero más bien delgadita… Color de la piel blanco; trato afable y cortés en sumo grado”.
  • “Laura tenía una carita sonriente, trato afable y cortés, y jamás la vi triste… carita chica y redondita en un principio, luego demacrada, pero siempre sonriente”.
  • “Era de aspecto delicado, tez blanca, cabellos oscuros y abundantes, ojos también oscuros, callada…”
  • “… era una niña de suaves modales, peinado nunca suelto, con trencitas, tomadas con una cinta, sosegada su mirada, modesta; labios no finos, regulares, su cara redondeada, sus mejillas sin color, apenas algo”.
  • “Tenía un aspecto agradable; su mirada era dulce, compasiva, caritativa y cuando estaba sana, tenía unos hermosos colores”.   
  • ”Los ojos de Laura al mirar no pestañeaban… y, al mirar, Laura tenía una sonrisa apenas perceptible”.
  • “… siempre la veíamos con la sonrisa en los labios”
  • “…  Así pude notarla, con su sonrisa triste, sin abundar en palabras ni términos”.
     ¿Y por qué la declaró Juan Pablo II beata en 1988? Tal vez la respuesta esté en las palabras del mismo Papa: “Que la suave figura de Laura Vicuña, gloria purísima de Argentina y Chile, suscite un renovado empeño espiritual en esas dos nobles naciones, y enseñe a todos que, con la ayuda de la gracia, se puede triunfar sobre el mal; y que el ideal de inocencia y de amor, aunque denigrado y ofendido, al final resplandecerá e iluminará los corazones. Porque este mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad  de Dios, permanece para siempre”.
     Su madre, probablemente viuda, pasó de Chile a Argentina (Junín de los Andes) el año 1900 con sus dos hijas Laura y Amanda. Las llegó al colegio recién inaugurado de las Salesianas. ¿Colegio? Eran más bien unos chamizos, dignamente limpios y pintados, al pie los Andes, levantados al extremo de un poblado igualmente pobre, pero menos, de gente advenediza, buena o bronca. Uno de esta última gente, Manuel Mora, dio cobijo a la joven viuda chilena, que se veía obligada a realizar las labores de la casa, complacerle tocando la guitarra y cantando y prestando otros servicios que a Laura, la hija mayor le hicieron encontrar sentido a su vida ofreciéndola a Dios para que su madre volviese al buen camino.
     La vida de Laura en casa de Mora era un tormento. El colegio era su cielo. Y en ambos lugares, hasta el 22 de enero de 1904 en que falleció (faltaban dos meses y once días para cumplir 13 años), vivió buscando realizar la voluntad de Dios, queriendo y sirviendo a sus compañeras de colegio y pensando en su madre.
     «Sí, mamá, yo me muero. Yo misma se lo he pedido a Jesús... Hace casi dos años que le ofrecí la vida por ti... para obtener la gracia de tu vuelta. Mamá, ¿no tendré, antes de morir, la alegría de verte arrepentida?» Mercedes cayó arrodillada en lágrimas, fuera de sí: «¿He sido yo entonces la causa de tu largo sufrimiento y ahora de tu muerte, hija mía? Qué infeliz soy. Mi querida Laura, te juro en este momento que haré lo que me pides... Me arrepiento. Dios es testigo de mi promesa».
     Y se abrazaron tiernamente, llorando.

sábado, 15 de enero de 2011

¡¡Pero si yo había pedido a los superiores un músico!!

     Cuando el corajudo Miguel Unia, de 45 años, le pidió a su joven acompañante Luis Variara que tocase algo al piano en el barco que los llevaba desde Italia a Colombia, se encontró con que aquel ilusionado muchacho de diecinueve años no sabía. – «¡Pero si yo he pedido a los superiores un músico! Pásate el viaje aprendiendo a tocar».   
      “Corajudo” e “ilusionado” son adjetivos para salir del paso al definir a estos dos salesianos que iban a Agua de Dios, un lazareto arrinconado, por miedo a los leprosos, en al suroeste de la nación desde la mitad del siglo XIX.
     Unia, al que le quedaba en 1894 un año de vida,  llevaba allí cuatro y necesitaba un joven que animase con la música los largos días de calor asfixiante y de aislamiento de los 2.000 habitantes, de los que algo menos de la mitad eran enfermos. Y logró que Luis variara echase a desfilar una banda que se convirtió en bálsamo para tanto dolor. Contaba algún testigo de su trabajo de maestro de música que era emocionante ver cómo llevaba a sus labios el  instrumento que un pequeño aprendiz leproso no lograba dominar.
    Cuatro años después de su llegada ya era sacerdote. Y descubrió en el corazón de algunas de las enfermas el deseo más ardiente: ofrecer a Dios totalmente una vida que no tenía más horizonte que una muerte joven. Y con algunas de ellas y algunas otras sanas fundó en 1905 la Congregación de Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Hoy sirven a los enfermos en diez países de tres continentes.
     Después de diez años de cielo («Bendigo al Señor – escribía - por haberme enviado a este lazareto, donde he aprendido a no dejarme robar el cielo») le robaron la esperanza de ver madurar su obra: la incomprensión, la suspicacia y una salud crecientemente débil lo apartaron del lugar de su “cielo” hasta su muerte, a los 49 años, el 1º de febrero de 1923.
     Hoy lo sentimos cercano a nosotros con la misma bondad y sencillez que regaló con ternura a sus pobrecitos leprosos. Aunque lo invoquemos como Beato (Juan Pablo II en 2002) el día en que la Iglesia lo celebra: 15 de Enero.