Como sin duda sabes,
sabio lector, los obeliscos son hijos de Egipto. Pero el nombre que hoy usamos
para hablar de ellos, no. Es griego. Los griegos tenían en su admirable Grecia
el obelós, es decir, el asador. Y cuando fueron a Egipto a
alimentarse de ciencia y sabiduría quedaron asombrados ante esos monumentos a
los que dieron el nombre de obeliscós,
es decir, asadorcitos, “pinchitos” en jerga moderna. (Los griegos, además de
sabios, eran alegres e irónicos: Obelix
vino más tarde).
Parece que en el
mundo hay unos cuantos obeliscos egipcios fuera de Egipto. Por ejemplo, ocho en
Roma (Roma tiene, además, otros tantos hechos en Italia), tres más en esa
península y hay otros ocho en varios lugares del mundo.
Asuán (Sienet antiguamente), en el Sur del
Egipto antiguo, era la patria de los obeliscos y de muchas de las piedras (de
granito sienita) usadas en monumentos
y pirámides. El
obelisco que preside estas líneas desde Asuán, es, desde hace siglos, símbolo y
lección. A mí se me ocurren estos y estas. Tú serás más fecundo.
Símbolo de la
perennidad de lo noble. Aunque yace y parece que no habla, ahí está para
decirnos todo lo que su permanencia dicte a tu sensibilidad. No espera ya que
lo acaben para elevarlo y trasladarlo desde su cuna a algún lugar suntuoso. No
vale. Se rajó y en su cabeza partida no hay dignidad para erguirse como sus hermanos,
los que ya apuntan hacia las estrellas. Pero, antes de que un leve temblor de
rocas lo rajase, dándolo por perdido, hubo una legión de especialistas en
darle, golpe a golpe, enérgica, pero suave y constantemente, la forma que le
habría hecho grande y sagrado. Ya no sueña con levantarse. Pero los turistas
que lo visitan y suben, como ves en la foto, hasta su noble costado, piensan
con él y como él en su frustrada historia.
Y hasta alguno piensa en el camino paralelo
de la educación, en el inútil esfuerzo por hacer de un niño, de un joven un
hombre hecho y derecho. ¿Por qué de una materia viva como es esa promesa
infantil y juvenil no florece siempre y se convierte en fruto maduro el que
tanto podía haber logrado? ¿Lo malograron sus padres? ¿Naufragó él entre
ilusiones, distracciones, debilidades, cobardías, concesiones al agrado? ¿Hay
alguna obra de arte en la que la tenacidad del maestro, la docilidad del
discípulo, la mutua colaboración no hayan exigido constancia, tenacidad, pincelada
tras pincelada, correcciones, golpes de gubia, de azuela, lima o punzón?