Mostrando entradas con la etiqueta violencia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta violencia. Mostrar todas las entradas

miércoles, 10 de julio de 2013

Psenes o avispas.



Esto es un nido de avispas. Mide, dicen, dos metros de alto y dos y medio de ancho. Ya es medir. Medía. Porque, por si las moscas, lo destruyeron al descubrirlo. Y albergaba – sin contar a las que estaban al hacer la foto, de viaje comercial – un millón de avispas, avispa más, avispa menos. Como todas las avispas, son himenópteros (es decir, de alas membranosas, como ya las llamó Estrabón hace más de veinte siglos) avispados, apócritas (como las clasifican los entomólogos, es decir con cintura de avispa, claro), atentos (o atentas a ese trabajo porque lo hacen las hembras) para que nadie turbe la vida de la colmena. Porque si intuyen amenaza, se lanzan sobre el hipotético intruso y haciendo uso de todos sus medios (mandíbulas, aguijón y si hace falta también de la lengüeta) defienden sus derechos. Y le inyectan una sustancia en la que los estudiosos han identificado, por ejemplo, dopamina, serotonina, noradrenalina, histamina, quinina, proteasa… que ¡no mata! (dicen), pero que puede provocar (dicen) un choque anafiláctico ¡que sí puede matar! Hay algunas, entre las 200.000 especies, como la llamada Blastophaga psenes (“insecto come-yemas”), que enriquece y poliniza de un modo muy complejo la variedad de higuera llamada Esmirna. 
Dejando en paz a las avispas, volvamos a nosotros, tan dados a asociarnos, a atacar, a temer que el que no es avispa es un enemigo, a acosarlo, a clavar nuestra mandíbula en el prójimo que no nos gusta, a eliminar al contrario, a negarle la capacidad de volar libremente, de pensar diversamente, de proyectar un futuro a su modo, de almacenar el fruto del propio trabajo, de dejar con nuestro veneno de intransigentes dictadores la hiel de nuestra rabia, envidia, obcecación, terquedad, intemperancia; a exhalar feromonas para engrosar nuestra banda y convocar a un ataque con rabia, como hacen las avispas; a dejar por los suelos nuestra fuerza, nuestra dignidad y nuestros caparazones, si es que dejan algo. Porque las avispas son también carnívoras.  

sábado, 15 de junio de 2013

Chinchar.



Al pasear la mirada por el inquieto mundo en que vivimos, no puedo dejar de observar que hay muchos conciudadanos míos (¡y conciudadanas mías!) cuya ocupación más frecuente, si no es profesión perpetua, es chinchar. Como no estaba yo en el dominio del contenido de ese término tan sonoro y expresivo (¡chinchar!), he recurrido al DRAE (ya sabes: Diccionario de la Real Academia Española). Y entre otros servicios a mi ignorancia me enseña que chinchar equivale a “matar, desazonar o incomodar a alguien con necedades y pesadeces, extinguir o apagar, especialmente el fuego o la luz, herir y llagar, quitar la fuerza, apagar el brillo, estrechar, reñir, pelear, violentar, acabar con alguien, extinguir, aniquilar...”. Y ya sabes, chinchar es, además y por encima de todo, lo que hacen las chinches, “quemarte” la sangre.
Seguramente es muy interesante y agobiante analizar la existencia (si siguen con vida) de las personas o instituciones que sufren ese ataque. Tal vez piensen que no vale la pena seguir viviendo una muerte de acoso por pretender hacer el bien y hacerlo bien. Que el derecho a la libertad propia no es tan fuerte como el de la ajena. Que no cabe hacer un camino para el que tú fijas la meta. Que la convivencia no se eleva sobre la base igualitaria del mutuo respeto. Que eso de los jueces, los tribunales y la justicia es una milonga improductiva. Que las elecciones no son para encauzar los propios puntos de vista por un sistema democrático (imperfecto, sí, pero democrático) sino para prepararse para el ejercicio arbitrario del derribo.           
Pero mucho más interesante desde el punto de vista profiláctico, más triste desde el social y más aterrador desde el demográfico es estudiar el corazón y la cabeza de los profesionales del “chinchar” en cualquiera de sus formas. ¿Nacieron con el corazón herido? ¿Mamaron vinagre? ¿Está programada su locomoción para acudir donde hay carne que morder? ¿Frecuentaron la escuela del profesor Talión? ¿Creen que sólo en la violencia está el acierto, la nobleza, la dignidad, la justicia?

miércoles, 23 de enero de 2013

... Entre amenazas.



Como todos sabéis, entre las conclusiones del informe “Adolescentes y Medios Sociales: 4 generaciones del nuevo milenio”, elaborado por la Confederación Española de Centros Educativos con el apoyo de la Comisión Europea, aparece que el 27% de los adolescentes echa mano de Internet para acosar a amigos y enemigos y el 19% lo hace con amenazas. No es de extrañar si en nuestra sociedad un 55% de los adolescentes cree que la violencia está justificada cuando se ha sentido ofensa u hostilidad. Siete mil adolescentes de 50 colegios de España e Italia han sido consultados y las respuestas reseñadas explican que lo hacen porque han sido atacados antes.
Si tuviésemos que analizar el material con el que se construye esta sociedad en que vivimos, llegaríamos a conclusiones un poco tristes. Me asaltan algunas, aunque me alegraría equivocarme. Por ejemplo: la violencia se come en algunos hogares (¿hogares?). Porque un alimento frecuente en la convivencia familiar es el reproche, la exclusión, el descrédito… el desprecio. Y me refiero a actitudes conyugales que no se evitan ante los hijos. Desde muy pequeños los niños perciben que el carro de la familia chirría con frecuencia. La consecuencia silenciosa, pero indeleble, es que se va derrumbando poco a poco el aprecio que tenían y quisieran seguir teniendo de sus padres. Lo necesitan porque no tienen más apoyo que el de los “dioses” de su hogar.
La reacción ante la violencia doméstica (¡ojalá fuese sólo verbal!) es asumir ese estilo de familia: “Ya sé lo que tengo que hacer con el que me es distinto o no me da la razón o me lleva la contraria o me mira mal o me ha insultado o me empujó o se ha metido con…”. La regla es sencilla e inmediata: violencia contra violencia.
¿Seguimos con los personajes de la vida y la ficción, con las llamadas redes sociales, que tantas veces enredan y disocian, con los comentarios sobre el contrario, con las ganas de destruir al que no es de mi opinión, con las guerras cercanas, políticas, económicas, a veces deportivas, en las que prima defenderse a cualquier costo, luchar contra el que se me enfrente, eliminar al que no piensa como yo… 


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Leontopium (3).



La edelweiss no es lo que parece. Parece una gran flor, pero es (son) varias pequeñas flores abrazadas entre sí para vencer a la adversidad. Los grandes pétalos, blancos cubiertos de suave pelusa, son en realidad brácteas, fuertes estructuras que mantienen en pie el conjunto floral. Y el centro de amarillo plural, es un grupo de las verdaderas flores que se necesitan, se abrazan y se defienden.

Y esa es una tercera lección que nos da la Edelweiss. El apoyo mutuo es en la Naturaleza, tanto de animales como de  vegetales, una conducta constante admirable. ¡Cuántas veces lo hemos admirado y envidiado! Y debería serlo en la especie humana. Y, sin embargo, la aglomeración, en la forma más común, nace muchas veces de la necesidad de atacar con éxito. O de defenderse de los semejantes sometiéndose a ellos. Me uno al cabecilla para que no me atice. Es decir, sintiéndome débil, me hago más débil y así no sucumbo. Y con ello ya he sucumbido. Conservo la vida, pero no el honor.

Dejando aparte esa actitud de capitulación, deberíamos copiar la razón por la que la Edelweiss se acomuna. Que es (permitidme que a flor tan bella le atribuya una actitud tan noble) el amor. Es una flor “social”: no puede, no sabe, no quiere vivir en solitario. Se necesita a sí misma. No teme perder su identidad aunque resigne su retraimiento, aunque parezca renunciar a su soledad. No es, en realidad, lo que es si no vive en el racimo que la hace ser grande y fuerte porque vive unida a las demás. ¡Ojalá el hombre aprendiese de ella esa virtud tan excelente como es la de la fraternidad! ¡Ojalá el estado de alianza del corazón le hiciese padre e hijo de sus hermanos!

sábado, 3 de septiembre de 2011

Estampida.


Birmingham, Leicester, Wolverhampton, West Bromwich, Gloucester, Liverpool, Manchester, Nottingham... han sufrido una triste y dolorosa estampida de elefantes estos días pasados. Los elefantes se guían por su instinto. Elefantes borrachos, sedientos, acosados... se han lanzado, en bastantes ocasiones en que su vida ha sido violentada, a responder con violencia para restablecer el equilibrio perdido.
Pero cuando los elefantes tienen nombre de hombre y, se supone, cerebro humano, sólo hay una explicación para su desconducta de marabunta. En realidad no son elefantes ofendidos, sino hormigas legionarias Ecitoninas, Dorylinas o Leptanillinas dotadas de un cerebro depredador, dispuesto a las razias urbanas, apoyado en la masa y envenenado por su ansia de destrucción y desquite. Y a veces por sus ganas de comer.
Suelen unirse en grupos los que son incapaces de vivir con independencia, de lograr objetivos nobles en la vida con su propio esfuerzo, en la soledad del que se entrega a un trabajo serio, duro, tenaz y constructivo. Suelen ser larvas de seres humanos que se han quejado de todo, que lo han querido todo, que critican todo, que piden poder definir algo en la sociedad y moldearla con un proyecto que son incapaces de precisar, cuando lo que han definido en su vida ha sido precisamente un absoluto vacío de proyecto y la gris vagancia de un perpetuo descontento y de una inacabable espera, que no esperanza, de que algo pueda cambiar las cosas. Son partidarios inconfesados de la dictadura, pero practicantes implacables de ella, porque ellos siempre tienen razón, más aún, sólo ellos tienen la razón.   
Es triste comprobar que tienen padres. Y madres. Y la tristeza nace no de comprobar que han nacido por culpa de alguien, hecho inevitable, sino por la culpa de que ese alguien los haya alimentado como a buitres.
Conocí el caso de un muchacho ya talludito que vivía con su abuela porque sus padres se hartaron de él. Y su abuela, esclava de su barbarie, veía y lloraba porque, por ejemplo, no le gustaban los espaguetis que le preparaba y los tiraba entre gritos contra la pared. 
David Cameron dice ingenuamente que la causa de lo sucedido se debe a la “falta de educación adecuada”, a la “falta de ética y moral”. Y califica de “repugnante ola de violencia” a lo que no es más que una necesaria consecuencia del desconcierto familiar y social que desde hace ya mucho tiempo se ha instalado en el cómodo modo de vida que nos encanija.