Piotr Ilich
Tchaikovsky estrenó su obra “Cascanueces” el 17 de diciembre de 1892 en San
Petersburgo. La historia narrada por el sublime músico y el ballet de Lev
Ivanov venía de lejos: el libro de cuentos de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann
“El Cascanueces y el Rey de los ratones” de 1816 y, más de cerca, de la adaptación de Alejandro Dumas padre: Drosselmeier,
el mago de las marionetas, lleva, la tarde de Navidad, a los niños de la
familia Shtalbaun sus muñecos con los que juegan. Pasado algún tiempo se llevan
los muñecos. Después de atender a luces y regalos Clara y Fritz vuelven a pedir
a Drosselmeier que haga vivir a sus marionetas. Como ya no están en casa, les
presenta un cascanueces que Clara rompe porque le resulta antipático. Cuando,
cansada, se duerme sueña lo que todos conocéis.
Me ha venido este
recuerdo al recibir un correo de esos que hacen pensar: en el taller de un
imaginero discuten sus instrumentos de trabajo quién debe ser el presidente de
la democracia que desean: se ofrece el martillo al que desechan porque es duro,
golpea siempre y mete mucho ruido; le sigue el tornillo pero no lo ven bien,
porque se pasa la vida dando vueltas, hurgando y metiéndose en lo hondo de las
vidas; prueba la lija y la rechazan porque es áspera y monótona y muerde
sutilmente; cree valer el metro ya que es el valedor de las medidas correctas,
pero le dicen que es extremoso, demasiado exigente y un poco estirado y
engreído…
Empieza su jornada el
artista y logra rematar el precioso juego de ajedrez que puebla con sus galanas
figuras el tablero de sus vidas. Feliz él y felices los instrumentos que
declaran la necesidad de que el martillo sea fuerte para afianzar la seguridad
de los trabajos, la tenacidad del tornillo para sujetar lo que pudiera
desmandarse, el toque definitivo de la lija que logra para las figuras la
tersura de sus superficies, la precisión del metro que todo lo conduce hacia su
justa medida.
Y andamos nosotros, Claras de nuestros sueños y Martillos y Compañía de nuestras
ambiciones, desechando a quien de verdad puede dar sentido, belleza, orden
y capacidad de servicio y entrega a nuestras vidas. ¿Nos cuesta mucho desear,
admitir, recibir y colaborar la condición que nos es tan necesaria para aunar y
dar sentido y fruto a nuestras vidas?