miércoles, 5 de diciembre de 2012

Leontopium (3).



La edelweiss no es lo que parece. Parece una gran flor, pero es (son) varias pequeñas flores abrazadas entre sí para vencer a la adversidad. Los grandes pétalos, blancos cubiertos de suave pelusa, son en realidad brácteas, fuertes estructuras que mantienen en pie el conjunto floral. Y el centro de amarillo plural, es un grupo de las verdaderas flores que se necesitan, se abrazan y se defienden.

Y esa es una tercera lección que nos da la Edelweiss. El apoyo mutuo es en la Naturaleza, tanto de animales como de  vegetales, una conducta constante admirable. ¡Cuántas veces lo hemos admirado y envidiado! Y debería serlo en la especie humana. Y, sin embargo, la aglomeración, en la forma más común, nace muchas veces de la necesidad de atacar con éxito. O de defenderse de los semejantes sometiéndose a ellos. Me uno al cabecilla para que no me atice. Es decir, sintiéndome débil, me hago más débil y así no sucumbo. Y con ello ya he sucumbido. Conservo la vida, pero no el honor.

Dejando aparte esa actitud de capitulación, deberíamos copiar la razón por la que la Edelweiss se acomuna. Que es (permitidme que a flor tan bella le atribuya una actitud tan noble) el amor. Es una flor “social”: no puede, no sabe, no quiere vivir en solitario. Se necesita a sí misma. No teme perder su identidad aunque resigne su retraimiento, aunque parezca renunciar a su soledad. No es, en realidad, lo que es si no vive en el racimo que la hace ser grande y fuerte porque vive unida a las demás. ¡Ojalá el hombre aprendiese de ella esa virtud tan excelente como es la de la fraternidad! ¡Ojalá el estado de alianza del corazón le hiciese padre e hijo de sus hermanos!

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