La edelweiss (el Leontopodium alpinum) aparece agazapada en su lecho encumbrado. No
pasa los diez centímetros que miden las más esbeltas. Esa pequeñez y su
aparente debilidad y pálido color hacen pensar cuando se la contempla en una
frágil y acobardada flor huidiza. Pero no es verdad. Su resistencia la prueban
las cotas que alcanza su nido, siempre por encima de los 1.500 metros y algunas
hasta los 3.000, donde el invierno es riguroso y las heladas tercas.
Crecen en superficies
hendidas de material calcáreo y en las quebraduras de las rocas donde reciben
la tenue caricia de un rayo de sol. Las heladas y las radiaciones ultravioletas
no la hieren gracias a una fibra vegetal que las protege. Florece en el verano
y sus vistosas hojas son blancas, grises o tenuemente amarillas.
Es propia de las
alturas de Europa y abunda en los Alpes de Austria y Suiza. Y se encuentra
también en algunas cordilleras de Asia, como el Himalaya.
Por todo ello es
símbolo de valentía. Cuando las flores hablan, Edelweiss dice: “Escríbeme”. Y,
según la leyenda, los jóvenes enamorados subían, cuando el amor era amor, hasta
los 2.000 metros en busca de una para su amada.
Pero es también
leyenda sobre la edelweiss que se eleva en la montaña para preservar su
blancor, que sorbe de la Luna, de la rapiña de los hombres.
Dicen también que es
símbolo del amor eterno que nunca se enmustia, del mundo de los sueños y del
honor y refleja la belleza arcana, mansa y misteriosa de una belleza escondida.
¿Y nosotros? Leí hace
unos días el diagnóstico de un humorista (los humoristas son personas muy
serias) sobre nuestra nación: es hoy un país donde reina la mediocridad. Nos
proponemos como modelo al mediocre para no ser menos que él; nos planteamos ser
mediocres porque aspirar a lo que llaman excelencia
exige esfuerzo; programamos la extinción del que destaca porque no aguantamos
que alguien nos supere; acusamos de lo que sea al que sobresale porque
necesitamos destruir la verdad de su entereza; presumimos y exhibimos
vulgaridad porque es lo único que tenemos y porque de ese modo acosamos y
creemos hace callar al que pudiera echarnos en cara nuestra miseria moral y
espiritual.
¿Dónde se encuentran
los que suben a lo alto logrando mantener la blancura de su existencia?
¿Cuántos son los que mueren por defender y contagiar la claridad de su honor?
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