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martes, 6 de noviembre de 2018

Jynx Torquilla: No saber parecer, sino ser.


La Universidad de Copenhague, entre otros muchos trabajos de investigación, está estudiando la difusión y características del que llamamos pájaro carpintero (Jynx torquilla) que vive en Europa, Asia y África en su variedad de pájaro torcecuello, a lo que debe su apellido.  
Es un ave tímida, relativamente menuda y muy previsora. Apenas siente la presencia de algún peligro adopta sus armas que son estas: estirar y flexionar con cierro garbo el cuello y las patas hasta parecer una serpiente (o así se lo cree ella) y emitir un silbido semejante también al de un áspid.
No es un buen ejemplo para nuestra conducta. En la tragedia Hamlet de Shakespeare el amargo protagonista responde a alguien que le dice que parece triste: “Yo no sé parecer, sino ser…”. Estamos destinados a ser lo que debemos ser y a mantenernos en la condición que nuestra historia nos obliga por encima de contrariedades y posibles ataques.
Sin embargo, en nuestra vida, llena de modos y de modas, de corrientes y opiniones, de acosos y desplantes, nos vemos expuestos a “parecer” como la Jynx o a simular como el saltamontes, el sapo, la sepia que cambia de color, la mantis…
Debemos acompañar a los que cerca de nosotros crecen y maduran en su actitud de prudencia lejos del alarde, de la ostentación provocadora, de la intervención imprudente donde nadie ni nada los llama. Pero mostrarles también el noble camino de la defensa de la identidad que viven, cuando es necesario hacerlo, de la fidelidad que alimentan cuando lo requieran circunstancias proporcionadas y sostener la verdad que profesan manteniendo la conducta a la que se deben.     

lunes, 27 de abril de 2015

Mi DNI y mi D.C.I.

Es, cuando menos, curioso leer el camino que ha hecho el DNI desde su nacimiento hasta hoy. Nos dice la Historia que las epidemias en Europa con sus bajas en el siglo XVI, el envío de más y más soldados al Nuevo Mundo a partir de ese mismo siglo, la emigración que se produjo en la misma dirección casi inmediatamente, el intensísimo comercio con aquellas tierras hicieron que se impusiese una cédula de composición para identificar a los que viajaban desde estas partes.
Dos siglos más tarde, y para atajar los “frutos” y desmanes del bandolerismo, aparecieron las cédulas personales y cartas de seguridad, especialmente para los que realizaban alguna transacción o gestión oficial.
Y así, más o menos, hasta 1944, cuando apareció en sus primeros paños el actual DNI, que ha ido vistiéndose con los adelantos de la técnica y la exactitud.
¿He pensado alguna vez que mi vida, con todo lo que encierra, oculto y manifiesto, es un elocuente DCI de mi persona? Como no se trata de nada político, sino de honda raíz interior, lo podemos llamar así: DCI, es decir, Documento Cristiano de Identidad.
Los datos de mi DNI pertenecen a la esfera de mi vida y conducta social. Y lo conocen los agentes de esa esfera. Pero mi DCI lo guardo a veces tan celosamente, que nadie se entera de que lo tengo. ¿Es que toca ocultar lo que me hace más grande de verdad, más noble en mis intenciones y actos, más fecundo en obras y entrega?  

Mi ADN o, lo que es lo mismo, mi Ácido Desoxirribonucleico, es un documento más íntimo, más lleno de contenido, más yo mismo. Porque me sitúa en lo hondo de mi ser. Pero también aquí hay otro paralelo con mi otro Ser, el que ser alimenta de Fe y produce frutos de Amor. ¿De verdad que lo conozco? ¿De verdad que la identidad de mi persona es convertirme en regalo de Vida en mi encuentro con los demás? ¿De verdad que considero al otro, a cada otro, como el rostro en el que quiere Dios que le vea a Él?

sábado, 18 de febrero de 2012

En su sitio


Por fin Jean d’Alluye descansando boca arriba

“Herodoto de Halicarnaso presenta aquí el resultado de su investigación para que el tiempo no borre el recuerdo de las acciones de los hombres y que las grandes empresas llevadas a cabo  por los griegos o por los bárbaros no caigan en el olvido; explica asimismo la razón que llevó a estos dos pueblos a la lucha”.
Con estas solemnes palabras, escritas en 444 aC, abre sus nueve volúmenes sobre la historia aquel viajero incansable, estudioso sin reposo y “padre de la historiografía”, como le llamó Cicerón. “La historia es la maestra de la vida”. O, al menos, podemos decir nosotros, una maestra.
Pasemos a uno de sus capítulos. Y observemos esa lápida, sobre la que yace devotamente la imagen de Jean d’Alluye, caballero cruzado en 1241 y fallecido en 1248. ¿Qué fue de su sepulcro, de sus restos y de su lápida que estuvo en la abadía benedictina de La Clarté-Dieu, cerca de Tours (Francia), fundada diez años antes de su muerte? La Guerra de los Cien Años, primero, y la Revolución Francesa después hicieron que muchas de sus joyas desapareciesen o se dispersasen. Esta que vemos, de fuerte piedra caliza, que mide 212 centímetros por 87, estuvo boca abajo haciendo de puente sobre un arroyo hasta que los busca-tesoros del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, donde está ahora, la rescataron del olvido.
Así es la historia. O así la hacemos nosotros. Y así es la vida. Pregonamos “el progreso” como nuestra gran victoria sobre el tiempo. Y presumimos de que, al arrinconar o humillar lo pasado, inauguramos una nueva era Aquarius o Piscis que licúa todo lo que de sólido construyeron antes de nosotros. ¿Habéis visto el león que descansa a los pies de don Jean? ¿O es su perro?  Valen igual para decirnos que la fortaleza y la fidelidad deberían estar en lo más alto de nuestros blasones. (¡Ya están estos carcamales con sus historias!). Sí, de historia hablamos y de sus blasones, que significan y son las llamadas que se nos hacen desde el pasado para que nuestras vidas no sean las de larvas que se esfuman al nacer. Necesitamos que lo noble, lo vigoroso, lo bello, lo grande, lo generoso sea modelo para trazar con dignidad la ciudad del tiempo presente. Y que los que nos siguen no vuelquen la honrosa y dura lápida de nuestra herencia para convertirla en plataforma ultrajada por sus pisadas.

jueves, 26 de enero de 2012

¿Nosotros?

Si el Tratado de Blois (¡el cuarto!) lo firmaron los reyes de Navarra y de Francia o, al día siguiente, 18 de julio de 1512, el regente de Castilla Fernando el Católico y el rey de Francia Luis XII, no nos interesa mucho a estas alturas. Pero sí que por aquellos días se vino a España hace exactamente cuatro siglos Francesco Guicciardini, brillante abogado florentino de 29 años, lúcido de mente y luminoso en su juicio sobre España. Como embajador, o algo parecido, estuvo ante la corte española casi dos años. Y miró tanto y tan bien a su alrededor y más allá, que tuvo para escribir al regreso su Redazione di Spagna.
A cualquiera que le interese saber cómo somos nosotros aceptando lo que dicen otros, aunque no les hagamos caso, puede resultarle de agrado su lectura. Aquí van sólo unas líneas.   
Los hombres de esta nación son de carácter sombrío y de aspecto adusto, de color moreno y de baja estatura. Son orgullosos y creen que ninguna nación puede compararse con la suya. Cuando hablan ponderan mucho sus cosas y se esfuerzan en aparecer más de lo que son… Estiman mucho el honor, hasta el punto de que, para no mancharlo, no se cuidan generalmente de la muerte”.
Evidentemente nada de eso es verdad. Guicciardini miró mucho, pero vio mal. Y si los españoles eran entonces así, hoy no somos esos.
Pero no nos vendría mal ver, entre nosotros, si la herencia que llevamos encima no nos hace conservar un poco (¡sólo un poco, claro!) de ese carácter sombrío con el que no dejamos pasar una al que se remueve en la trinchera de enfrente, por bien que dispare y acierte en el tiro. ¿Aspecto adusto? ¡No! Somos generosos en el perdón, amplios en la comprensión, limpios de cualquier envidia, magnánimos en la ayuda, sonrientes en la disculpa. Lo de orgullosos… ¡bueno!, un poco. Calderón de la Barca decía algunos años más tarde de los infantes de los Tercios que “todo lo sufren en cualquier asalto; sólo no sufren que les hablen alto”. Y lo que también admitimos es que creemos que no hay ninguna nación superior a la nuestra. Es verdad que la criticamos, la denostamos, la desgarramos, nos esforzamos por dejarla hecha unos zorros, pero aun así queda por encima de cualquiera que se nos enfrente: “¡La Roja!”.  
Y que preferimos morir matando si se ofende nuestra dignidad, si se duda de nuestro honor, si se pretende rozar la pureza de nuestro nombre: “¡Pues muerte aquí te daré porque no sepas que sé que sabes flaquezas mías!”.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Tomarse un tiempo para pensar

Hace unos años, Manos Unidas lanzó una campaña con el lema “Su mañana es hoy”, es decir: el futuro depende de hoy. ¿Cómo se come esto? Pues a través de proyectos, de objetivos, de pequeños gestos como reducir la mortalidad infantil, la operación bocata que evoca la necesidad de acabar con el hambre en el mundo, ofrecerse como voluntario para atender alguna necesidad, etc. De esto sabemos mucho cuando nos lo proponemos y nos sale la vena solidaria.

Algunos pensarán que todo esto vale sólo para vosotros, para que ejercitéis buenos hábitos y valores como personas y como creyentes cristianos que recibimos y seguimos recibiendo de los que nos son educadores y profesores. Pero como también lo somos nosotros, no hay nosotros sin ellos, ni ellos sin vosotros; por eso no es de extrañar este tema: “Un gesto en los que forman: tomarse un tiempo para pensar

Ninguna profesión es eficaz si uno no se pone al día a través de una formación continua propia de su profesión; quien no lo hace pierde el tren y queda marginado.

En esta clave de que no hay vosotros sin ellos, es natural que también los formadores nos tomemos un tiempo para pensar, que, en este caso, no es otro que, sin olvidarse de los formandos, hijos y discípulos, también nosotros pensemos en nosotros mismos para poder ofrecer mejor formación, ya que nadie da lo que no tiene; pensando en nosotros, pensando en ellos, nos tomamos un tiempo para pensar.

Aconsejaba Don Quijote a Sancho, tomándolo como un sesudo formador de semejantes: “los cristianos católicos y andantes caballeros, más habemos de atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en la regiones etéreas y celestes, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se alcanza; la cual fama, por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mismo mundo, que tiene su fin sañalado; así,¡oh Sancho!, que nuestras obras no han de salir del límite que nos tiene puesto la religión cristiana, que profesamos. Hemos de matar en los gigantes a la soberbia; a la envidia, en la generosidad y buen pecho; a la ira, en el reposado continente y quietud del ánimo; a la gula y al sueño, en el poco comer que comemos y en el mucho velar que velamos; a la pereza, con andar por todas partes del mundo, buscando las ocasiones que nos puedan hacer y hagan, sobre cristianos, famosos caballeros”.

domingo, 24 de abril de 2011

A la greña.


Cneo Pompeyo Trogo, Estrabón y Lucio Anneo Floro fueron hombres de amplísima cultura: viajaron, observaron, anotaron y escribieron hace veinte siglos sobre el mundo conocido. Trogo era vocontio, de la Galia Narbonense, es decir, francés (entonces eran sólo galos); Estrabón era griego: Amasía, su patria chica, era parte de la Grecia anclada en el continente asiático junto al mar Negro; y Lucio Anneo Floro era africano o tal vez español y buen amigo del también culto emperador Adriano. Pero los tres, Cneo, Estrabón y Lucio,  eran orgullosamente romanos.
Leamos sin prevención algo de lo que (sin ponerse de acuerdo) escribieron de los hispanos (entonces no había andaluces, ni riojanos, ni asturianos, ni…).
Pompeyo Trogo, en tiempos de Augusto y estrenando el llamado ahora siglo I, escribió: “...prefieren (los hispanos) la guerra al descanso, de modo que si les falta enemigo, lo buscan en casa”.
Estrabón a finales del siglo I aC reflejaba así lo que había aprendido de otros porque nunca estuvo en España: : “... el pueblo ibero tiene leyes, cantos y bailes desde hace 6.000 años... el orgullo les impidió unirse. Si no, no habrían sido dominados por los cartagineses, celtas y romanos.
Y Lucio Anneo Floro, un siglo más tarde: “... pueblo valeroso el hispano, pero torpe para la confederación”.
Mucho más tarde, casi al alcance de nuestra mano, Gertrude Stein, una norteamericana de rompe y rasga, consideraba que los españoles “no oyen lo que se les dice ni escuchan, pero usan para lo que quieren hacer lo que han escuchado”.
Cuando nos miramos al espejo nos decimos con frecuencia: ”Pues no estoy tan mal”, “Es natural que mis ojos gusten tanto”, “La verdad es que me conservo joven”. Bien sabemos que la costumbre y el amor propio se han convertido en los espejos de nuestra vanidad. Y que al único espejo que no le hacemos caso es al que nos critica, como nos decía con claridad en 1937 Gertrude Stein.
¿Nos vale lo que se decía de nosotros hace veinte siglos o nos gusta seguir rompiendo los espejos de nuestra identidad? ¿Será posible que, al menos en el precioso y pequeño solar de nuestro hogar, no busquemos ni alimentemos enemigo con quien poder estar a la greña? 

lunes, 21 de febrero de 2011

Mirar alrededor

Michael Kusiak – dice la prensa diaria y la periódica especializada en el tema - es estudiante y estudioso en la antiquísima Universidad Jagiellonian de Cracovia. Por ella pasó Nicolás Copérnico, que propuso el modelo heliocéntrico de nuestro entorno celeste, que ya fue proponer, en los años en que lo hizo: 1533.
Pues este Kusiak nuestro descubrió en diciembre de 2010 (gracias al  Observatorio solar y heliosférico, o SOHO, de la NASA) el 1999º y el 2000º cometas de los 2.000 conocidos. Pero es que este genio ha descubierto desde 2007 nada menos que 100: casi tres al mes. ¡Increíble! 
Una noticia así puede despertar esta pregunta. En mí sí la ha despertado: ¿Y yo qué he descubierto?
Cuando me he respondido “Nada”, me ha venido otra: ¿Cómo lo ha hecho él? Y en la prensa encuentro la respuesta: Mirando.
George Berkeley fue un  filósofo irlandés, nacido en 1685, que propuso el pensamiento filosófico según el cual esse est percipi, que dicho en español viene a resultar «ser es ser percibido». Tomando para nuestros intentos esa afirmación, se me ocurre pensar que, en efecto, el mundo que nos rodea no existe. Me refiero al mundo de “los demás”.  
Kusiak tiene en su colección de cometas propios ¡cien! Yo, ninguno. Para él existen esos extraños, fríos, feos, duros cuerpos que giran en el espacio. Los ha buscado, los ha visto, los ha mirado. A mí me tienen sin cuidado porque para mí no existen. Porque yo no los miro; ni siquiera los veo.
Andar por el mundo rodeado de cuerpos y espíritus vivos que no miro, que no veo, que no me interesan, que me dejan aislado en mi yo es mi modo habitual de vivir. Pero es que entonces no soy persona: porque ser persona es ser para los otros. Y si no soy para el prójimo, dejo de ser persona. Seré en todo caso individuo. Si acaso. Porque corro el riesgo de que si los demás no me interesan, los demás dejen de interesarse por mí. Dejaré de ser visto y, según Berkeley (y en el fondo tiene mucha razón) dejaré de existir.