No
vale la pena lanzarse sobre las primeras preciosas cerezas que nos trae abundantemente
Mayo si un poco más tarde están suficientemente maduras. Hasta las últimas, Pico Colorado, de primeros de Junio. Todas
ellas inspiran alegría.
Como
sabes, las primeras son las Lucinio,
madrugadoras, de finales de Abril, en el encantador Valle del Jerte desde
Navaconcejo a la Cabezuela. Y sucesivamente las otras 17 variedades, mollares o
garrafales, que se distinguen por la clase, el tamaño, el rabillo, el color, la
consistencia, la adherencia y, naturalmente, la maduración. Dicen que la Ambrunés es la más sabrosa. Pero todas
son exquisitas, bien lo sabes, si se las lleva a su adecuado punto de
maduración.
Ante
esta gozosa contemplación de un fruto tan atractivo, se me ocurre preguntarme:
¿Y qué nos cabe en el acompañamiento del mejor fruto de nuestra vida, nuestros
hijos, naturales o adoptados? Porque si es evidente que la calidad de la
educación no sólo se hereda sino que se recibe, ¿qué desvelo, estudio, sabio e inspirado
seguimiento, oportuno acompañamiento, cálida y sincera estimulación de las
cualidades vamos descubriendo debidamente?
Hay padres para los que
el fruto de su vida, los hijos, son ¡lo que salga! Un hijo que se siente maduramente querido por sus padres
crecerá siempre libre, porque crecerá en un aire que respeta su personalidad,
pero cálidamente acariciado por el sol del afecto. Un hijo sin el sol del
afecto de su familia crecerá como crece el tupinambo, que puede hacerse gordo,
pero que es un poco triste.
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