sábado, 6 de julio de 2019

Cerezas, pero... ¡Cerezas Maduras!

No vale la pena lanzarse sobre las primeras preciosas cerezas que nos trae abundantemente Mayo si un poco más tarde están suficientemente maduras. Hasta las últimas, Pico Colorado, de primeros de Junio. Todas ellas inspiran alegría.
Como sabes, las primeras son las Lucinio, madrugadoras, de finales de Abril, en el encantador Valle del Jerte desde Navaconcejo a la Cabezuela. Y sucesivamente las otras 17 variedades, mollares o garrafales, que se distinguen por la clase, el tamaño, el rabillo, el color, la consistencia, la adherencia y, naturalmente, la maduración. Dicen que la Ambrunés es la más sabrosa. Pero todas son exquisitas, bien lo sabes, si se las lleva a su adecuado punto de maduración.    
Ante esta gozosa contemplación de un fruto tan atractivo, se me ocurre preguntarme: ¿Y qué nos cabe en el acompañamiento del mejor fruto de nuestra vida, nuestros hijos, naturales o adoptados? Porque si es evidente que la calidad de la educación no sólo se hereda sino que se recibe, ¿qué desvelo, estudio, sabio e inspirado seguimiento, oportuno acompañamiento, cálida y sincera estimulación de las cualidades vamos descubriendo debidamente?      
Hay padres para los que el fruto de su vida, los hijos, son ¡lo que salga! Un hijo que se siente maduramente querido por sus padres crecerá siempre libre, porque crecerá en un aire que respeta su personalidad, pero cálidamente acariciado por el sol del afecto. Un hijo sin el sol del afecto de su familia crecerá como crece el tupinambo, que puede hacerse gordo, pero que es un poco triste.

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