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martes, 4 de junio de 2019

El pobre Nakuru en el Día del Medio Ambiente


Todo hace pensar que es una triste verdad. Triste, pero, desgraciadamente, verdad. Leemos en la prensa: “El lago Nakuru, en el oeste de Kenia y famoso por sus flamencos rosados y sus rinocerontes, está «muerto» debido a la contaminación”.
El Gobierno de Kenia promueve una investigación. Y el ministro de Turismo Najib Balala expone: «El parque ha sido famoso por su gran número de flamencos, pero muchos de ellos se han ido a otras zonas». Y afirmó, después de haber recorrido ese privilegiado parque nacional, que no había visto ningún ejemplar de los «cinco grandes»: león, elefante, rinoceronte, búfalo y leopardo.
No es, ni mucho menos, un hecho único y ni siquiera raro. Si giramos nuestra atención por nuestro contorno (más o menos de verdad “nuestro”) lo comprobamos con seguridad y, tal vez, con desaliento.
Porque el precioso parque que hasta ahora hemos llamado familia (familia de sangre o de corazón: hijos y educandos) se nos mustia por la contaminación.
Se me ocurren dos caminos de los muchos que con seguridad apunta la visión que tenemos de nuestro mundo: la exclusión y la fortaleza. El primero es casi impensable, pero no de un modo absoluto, especialmente si va unido al segundo.
Con limpieza y firmeza en la definición y descripción de contaminantes, podemos  indicar los caminos que podemos y debemos (o no debemos) recorrer con amigos, conocidos, luminosos e iluminados que se nos presentan en la vida. Sin convicciones estamos perdidos. Y una de esas convicciones debe ser la de que si ponemos un pie en el fango estamos haciendo fácil hundirnos en él: excluir el camino del lodo es un deber ineludible.
Es más difícil el camino de la fortaleza. Pero suele ser el menos cuidado, porque es el menos grato. Es camino de exigencia. Y la sociedad civil o familiar en la que respiramos no cultiva precisamente la exigencia. Cree que respeta si concede, que si halaga, gana. Y está convencida de la necesidad de conceder para evitar rechazos. Y así ni respeta ni forma. 
Lo halagüeño debilita la voluntad. Y con una voluntad débil no hay ganas de lanzarse a lo noble, a lo alto, a aceptar el golpe del mazo, la herida del buril, la mancha del pincel. Y de ese modo cultivamos parques en los que no brotan ni la vida ni la belleza. Sin embargo y a pesar de todo, estamos gozosamente invitados a algo que es posible: cultivar en el campo que se nos confía la esplendidez de una cosecha feraz.

martes, 26 de febrero de 2019

Un precioso caballo dorado.


Los romanos no pudieron hacer de las tierras habitadas por las tribus germánicas una nueva provincia romana. La historia nos recuerda, por ejemplo, que, al intentar crear esa deseada provincia al Norte y Este del Rin, los romanos perdieron quince mil hombres en la batalla de las selvas de Teotoburgo el año 9 dC. Esto les hizo resignarse y establecer una red de fuertes que, durante tres siglos, fueron la frontera Norte de su Imperio.
En el de Waldgirmes, cerca de Frankfurt, un labrador encontró hace muy pocos años, en el fondo de un pozo, la preciosa cabeza que vemos arriba. Era de un caballo de bronce bañado en oro. Pesa 13 kilos y se valoró en casi dos millones de dólares.   
Aquel hallazgo provocó, como es natural, una intensa campaña de búsqueda por parte de la Comisión romano-germánica del Instituto arqueológico germánico. El fuerte había albergado, además de los espacios dedicados a los soldados, talleres de cerámica y madera, y estaba dotado de tuberías de plomo para el agua corriente.  
¿De qué nos sirven noticias como estas? Se me ocurren varias lecciones. Por ejemplo: la cabezonería no debe ser nunca la fuerza que me mueve. Y  cuántas veces lo es: por amor propio, por capricho, por llevar la contraria, por no dar el brazo a torcer, por quedar bien…! 
Otra lección que me puede resultar positiva es la de dar atractivo, belleza, un cierto aire de frivolidad o alivio a deberes penosos que no hay más remedio que asumir. Alternar el esfuerzo y la distensión puede ser una actitud sabia y buena compañera en el viaje de la vida y de sus obligaciones.           
Lo pasado no ha dejado de haber sucedido. Que el pasado me importe, y de él o en él me valga, o me recree es un sano ejercicio de distinción, juicio crítico, aprendizaje, escarmiento, estímulo, maduración del ejercicio de mi discernimiento y de mis opciones. Y sobre todo (y esta es la intención de estas pobres líneas), todo ello un buen servicio en la escuela para el crecimiento de la personalidad de mis jóvenes compañeros de camino.     

martes, 24 de julio de 2018

Fortitudo Mea In Rota (Mi fortaleza está en la rueda).


La Insigne Colegiata Abadía Mitrada de San Andrés Apóstol es la catedral de Carrara. No es muy grande. Pero es bellísima. Se empezó a construir en el siglo XII y creció durante otros dos y ofrece a los que la visitan un intenso recorrido de fe, arte, historia y de adhesión a la propia identidad ciudadana.
Pero el nombre de Carrara suena más cuando se la relaciona con su bellísimo mármol. Parece que en la Edad del Bronce, además de utensilios de esa aleación, se hicieron de este mármol útiles domésticos y figuras votivas en algunos enterramientos.
Desde los años 40 anteriores a nuestra era, los romanos se encargaron de convertir la noble piedra de Massa en regalo para el arte y para la historia. Llamaron marmor lunensis a esta piedra de los “Alpes Apuanos”, por su coloración blanca sin vetas con una cierta tendencia a un leve azul, como el de la Luna. O tal vez porque la embarcaban en el cercano puerto de Luni. El Panteón y la Columna de Trajano, por ejemplo, deben a estas canteras, según los entendidos, parte de su brillante alcurnia.
Y en el arte y la construcción para el recuerdo, la fe y la nobleza espiritual de sus admiradores se volcaron los hombres del Renacimiento, como por ejemplo los hermanos Pisano. Y, con su obra inimaginable, Miguel Ángel Buonarroti. Este genio, con 24 años, recién llegado a Roma firmó (“Bonarotus” ¿buena rueda?) en agosto de 1498 con el Cardenal Bilhères, embajador del rey de Francia, una imagen de la Virgen con Jesús muerto en sus brazos, para la capilla de santa Petronila, que era la necrópolis de los franceses insignes que morían en Roma. 
Miguel Ángel dedicó casi un año en elegir y transportar el bloque que le habría de servir para convertirlo en piadosa maravilla.    
Pero en esta ocasión vaya el acento al lema de los “Carrarenses”. Carrara viene de carro. Y muchos “carreros” volcaron en el transporte de este oro blanco, días y sudores, parte de su vida. De ahí el precioso lema que se repite con las cuatro palabras que abren estas líneas: Mi fortaleza está en la rueda. Y hay muchas ruedas, grandes, medianas y pequeñas en la ornamentación de Carrara. La rueda, los sudores y el trabajo han dado fortaleza y grandeza a los hombres de estas tierras.              
Sus vidas y su ejemplo deben servir a quien sueña con ser alguien grande que solo el sudor, el trabajo, la constancia, el tesón,  el esfuerzo y la “rueda” lo hacen posible.

viernes, 29 de junio de 2018

Busco un Hombre, decía Diógenes.


Sin duda has disfrutado viendo un inteligente chiste gráfico en el que un más que espigado ciudadano, con un bastón en la mano como el clásico y exigente Diógenes el cínico, nos decía: “Busco una muchedumbre humana”.
Si en la sabia Atenas del siglo V nacían personas como Diógenes, discípulo del exigente Antístenes, resultaba difícil encontrar un hombre (“¡Busco un hombre!” decía con una lámpara encendida en pleno día), no nos debe extrañar que haya quien en el XXI necesite buscar y buscar para encontrar una muchedumbre de hombres, una muchedumbre humana.
Muchedumbres de forofos sí hay. Y de osos. Y de lobos. Y de cerdos… Basta con darse una vuelta por los andurriales de las distintas ocupaciones, aficiones, asociaciones…, donde el número de los que la forman es inmenso,  para encontrarla. Pero si la multitud que buscan los “Diógenes” de hoy es humana,  es decir, está ennoblecida por hombres, mejor que llorar como el  Diógenes de entonces, debemos dar la vida y colaborar con algunos de los posibles hombres de mañana para que su futuro no embrutezca ese mañana.
Es verdad que cada hombre se hace a sí mismo. Pero es verdad también que la necesidad de un acompañamiento en el camino de la maduración nos pide a nosotros, los responsables (al menos en parte) de esos frutos maduros  una generosidad incondicional. 
Tal vez, debamos también advertir que en ese camino que nos ocupa (¡que nos inquieta!) hay Igualmente escollos humanos que no debemos ni ignorar ni temer. Cada hombre se consolida a sí mismo siempre que no haya a su lado el riesgo de una mina, de una corriente turbia, de un aire viciado que lo malogre. 

miércoles, 28 de junio de 2017

Un invento de risa.

Parece que fue en 1885, al idear la Marina Imperial alemana bloquear las islas españolas en el Pacífico, cuando Isaac Peral pensó que un submarino podía oponerse  a la superioridad en superficie de las grandes potencias. Le costó mucho que el Gobierno aceptase su proyecto. Un ingeniero naval revisó los planos ya que Peral no era ingeniero. Se construyó en Cádiz. Y la gracia gaditana lo fue bautizando, antes de su botadura, como “El Cacharro” o “El puro”…
Se cuenta que, con más seriedad, un ingeniero pidió al general Montojo que prohibiese la botadura: «Vamos a hacer el ridículo. En cuanto este barco caiga al agua, empezará a dar vueltas como una pelota».
La ceremonia tuvo lugar en Cádiz el 8 de septiembre de 1888 e inmediatamente realizó las pruebas de que era un instrumento de alta utilidad. Pero el Gobierno canceló el proyecto: «No pasa de ser una curiosidad técnica sin mayor trascendencia», era el inteligente informe que lo sentenció al retiro apenas puesto en el agua.
Pero otros pensaban de otro modo: “Si España hubiese tenido un solo submarino de los inventados por Peral, yo no hubiese podido sostener el bloqueo ni 24 horas”, decía el almirante americano que diez años más tarde cercó a la Armada española en Santiago de Cuba y acabó con ella. Ingenieros alemanes reconocerían más tarde que el proyecto de Peral les sirvió de modelo para construir la flota que causó estragos en la Primera Guerra Mundial.
Isaac Peral había muerto en Berlín en 1895. Había servido en 32 buques durante sus 25 años de entrega desde los 16 a la Marina, con dificultades económicas para sostener a su mujer y a sus cinco hijos. Los ingleses le habían ofrecido un cheque en blanco al que renuncio porque él había investigado e invertido para que su fruto fuese solo para España. «Ofrecí al Gobierno mis ideas y se me han inferido agravios que no creo haber merecido como premio a mis modestos, pero leales servicios», había escrito con dolor y tristeza.
El submarino se pudrió en el arsenal de La Carraca (Cádiz), desmantelado y abandonado hasta que, en 1929 fue trasladado a Cartagena.
He escrito “De risa”, no solo porque para nadie en España pareció servir de algo aquel formidable invento. Y por el altivo desprecio con que se trató a aquel barco feo y raro. Era el exabrupto de la ignorancia y ausencia de respeto de muchos, grandes y enanos. Y sigue siendo una de las lacras de nuestra querida sociedad, muchas veces jueza, con ello, de su propia y profunda bajeza.

domingo, 30 de abril de 2017

Exactitud, ejercicio de constancia.

La Galleria degli Uffizi que sin duda conoces, aunque no hayas estado en Florencia, es un singular edificio construido a partir de 1560 por el gran Giorgio Vasari para Cosme I de Medici. Su destino era el de oficinas para la administración. De ahí el nombre que tuvo al nacer y que ha conservado. Pero en 1765, desaparecidas desde hacía tiempo las oficinas que lo motivaron, Ana María de Medici lo abrió al público como museo, ya que en él se encontraban obras de arte de gran valor histórico y artístico. Una de ellas era La Adoración de los Magos que Leonardo de Vinci había pintado entre 1481 y 1482.
Hace pocos días ha vuelto, restaurada con exquisito cuidado, después de casi seis años de ausencia. Los entendidos dicen que en esa luminosa pintura sobre madera, de 246 x 243 centímetros, se pueden identificar elementos que serían después llevados a otros cuadros por el mismo genio.  
Para esta sencilla reflexión que ofrezco me agrada referirme a la estructura que se ve en el fondo del óleo. Son dos escaleras paralelas que, se supone, dan acceso a un palacio. ¿Por qué me interesan las escaleras? Porque Leonardo había hecho un dibujo minucioso, cuya reproducción encabeza este comentario, antes de trasladarlas a la pintura.
Y la reflexión que provoca este ejercicio meticuloso, línea a línea, en una perspectiva  fielmente observada, me hace pensar en la obra de arte de nuestra labor educativa: el fervor y el tiempo que le dedicamos, la entrega a su paciente, constante, atenta realización. No dejamos pasar ni un rasgo, ni un movimiento, ni una actitud que observamos para intervenir sabia y oportunamente después en el encauzamiento de los valores descubiertos, de las desviaciones observadas, de las intenciones más o menos intuidas en sus actos.
Porque mucho más que una obra magistral de un artista es la vida y la felicidad de cada uno de los destinatarios del noble oficio de forjadores de la personalidad de nuestros destinatarios.

lunes, 9 de enero de 2017

Mondragón, el mejor soldado del mejor tercio.

Cristóbal de Mondragón nació en 1514 o algunos años antes en Medina del Campo. Sus padres, vascongados, no pudieron darle estudios, por lo que, a los 18 años sentó plaza de soldado al servicio de su Majestad Carlos V. Y como las gloriosas milicias del Emperador estuvieron en Italia, Alemania, Flandes y Francia, allí estuvo también todo el resto de su vida este singular, valiente, ingenioso y osado soldado que se fue ganando sus galones paso a paso y asalto tras asalto. De él dijo Carlos: “El mejor soldado del mejor tercio de la infantería española”. Y empezó su valioso ascenso con la humilde graduación de alférez.
Parecía como si se hubiese especializado en asaltos atravesando aguas heladas. Pero el hecho de tener que luchar en invierno en lugares húmedos y fríos en defensa de la vida y la tranquilidad de los derechos de los católicos del Norte de la Europa en continua discordia, hizo que su agudeza le sugiriese el modo de sorprender y asaltar al enemigo donde y como este no hubiese pensando nunca que se pudiese hacer. El dibujo con que se encuadran estas líneas le muestra arengando a sus hombres victoriosos en la toma de Zijpe.
Preso en Calais, no tuvo más remedio, para seguir siendo lo que quería ser, que saltar con sus compañeros desde una alta torre para unirse con los suyos, que eran los de su Tercio.
Acabó su vida de enfermedad y de vejez. Era ya Coronel, “el Viejo”, como le llamaban sus hombres, admiradores de su entrega. El 4 de enero de 1596, en Amberes, con casi ochenta años de vida y sesenta y cuatro de servicio, descansó finalmente. Y nos dejó dicho (lo había dicho a sus hombres, pero sigue diciéndolo a quien quiera crecer como responsable de su vida): “Entre los soldados no miramos la sangre, sino al soldado que más adelanta”.
Engreírse viene de encreerse, dicen los entendidos. Y no hay que descuidar el desvío en la conducta del que se cree a sí mismo olvidándose de crearse. El que se cree ya está acabado. No necesita más que asomarse al escenario para declamar y que le aplaudan. ¡Cuántos hay de estos que se creen, a veces desde niños, que presumen porque han tomado ya para su cabeza la corona del triunfo, mientras que en su cabeza no hay más que vacío! Los que “más se adelantan”, no para parecer ni para aparentar sino para dar y para darse son los que llevan a cabo la construcción de una familia, de una sociedad, de una nación de mujeres y hombres consumados. 

lunes, 5 de diciembre de 2016

Un caballo.

Tomo de las crónicas contemporáneas este bello relato. Ludovico el Moro encargó en 1482 a Leonardo da Vinci que hiciese “la estatua ecuestre más grande del mundo” como homenaje a su padre Francisco Sforza. Leonardo se dedicó a estudiar a los caballos y a trazar bocetos. Al principio pensó que quedaría muy bien figurándolo en actitud de lanzarse contra el enemigo: pero exigía demasiado por sus dimensiones. Lo modeló, 1491, en barro de siete metros de alto. Cuando se decidió a fundirlo en bronce, no se encontraron las cien toneladas que hacían falta. Se habían convertido en cañones para oponerse a la invasión de Luis XII de Francia. Pero los franceses entraron en Milán y tomaron al enorme caballo de barro como blanco de sus disparos. Leonardo empezó en 1506 una nueva estatua ecuestre para la tumba del caudillo Giacomo Tribulzio, pero tampoco se pudo realizar aquel proyecto y quedó dormido.  Quinientos años más tarde, en 1977, un piloto americano apasionado por el arte, Charles Dent, se entusiasmó con la vieja idea, reunió dos millones y medio de dólares a lo largo de 15 años, pero murió sin verlo logrado. Y, por fin, en 1999, la escultora  Nina Akamu lo realizó y regaló a Milán, para la entrada al hipódromo de la ciudad, como homenaje al gran genio de Leonardo.
Pienso que de estos hechos se pueden extraer algunas reflexiones (¡y, ojalá, también propósitos!) útiles en nuestra vocación de labrar obras de arte humanas. Sin duda tu visión será mucho más valiente y alta que la mía. Nada puede hacer morir el proyecto del ideal que tenemos cuando nos toca modelar un hombre nuevo. Ni el esfuerzo, ni el tiempo que le dedicamos, ni la falsa falta de medios, ni el aparentemente sabio apagafuegos de nuestras ilusiones desplumadas. Ni la persistente cantilena que  amenaza con convencernos de que en este mundo decadente no vale la pena luchar contra un mar incontenible de desidia, conformismo, “ya lo harán otros”, “allá si quieren estrellarse”, “yo ya hago bastante”, “que no me pidan imposibles”, “pero tú ¿en qué mundo vives?”…
Sabemos bien que cohonestar inteligentemente el abandono que practicamos es el modo más útil para dejar que las cosas rueden cuesta abajo. “¡Y allí me las den todas!”.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Jack.

Jack Andraka, a los 19 años (lo has sabido por los medios), ha dado ya una aportación científica que puede salvar millones de vidas. Ha dicho: “¿Han experimentado alguna vez en su vida un momento tan confuso y doloroso que todo lo que quieren es aprender lo más posible para encontrar sentido a lo ocurrido? Cuando tenía 13 años, un amigo cercano de mi familia, que era como un tío para mí, falleció por un cáncer de páncreas. Cuando la enfermedad golpeó tan fuerte en casa, supe que necesitaba saber más”.
Su descubrimiento: un test que puede detectar el cáncer de páncreas, ovarios y pulmón en pocos minutos y con un coste de pocos céntimos de euro. El cáncer de páncreas es uno de los tumores más letales porque parece que no se puede detectar al comenzar su proceso. El procedimiento de Jack ha llegado a ser efectivo al 100% en las pruebas hechas.
Jack dedicó mucho tiempo de su joven vida a leer en internet todo lo que pudo de lo publicado sobre este mal. A los 15 años manifestó su certeza que le llevó a un camino consolidado en el laboratorio. 
Y anima a los jóvenes con estas palabras: “La imagen de la ciencia como algo aburrido que consiste en memorizar y después arrojar datos es errónea. La ciencia no va por ahí. La ciencia consiste en utilizar tu curiosidad y creatividad para explorar y mejorar el mundo que te rodea”. Y asegura que entregará su vida a la ciencia con el deseo de ayudar a salvar las de otros muchos.
¿Qué hace arder el corazón de nuestros hijos, de nuestros niños, de nuestros jóvenes? “Cuando la enfermedad golpeó tan fuerte en casa, supe que necesitaba saber más”. El motor en la vida de Jack ha sido salvar la vida de otros. No pudo hacerlo con su “tío”. Pero sintió la necesidad de imponerse un rumbo tenaz, trabajoso, grande en favor de los que pudiesen salvarse, atajando un mal que podría diagnosticarse a tiempo. 

sábado, 15 de marzo de 2014

Arrabalde.



Arrabalde es un pueblo de Zamora, entre Benavente y Los Valles, cargado de historia: un dolmen neolítico, un poblado astur de la Edad de Hierro y, en el Castro de las Labradas, un asentamiento celtibérico, en cuyos terrenos hace unos cuarenta años se encontró un tesoro. O dos: uno en 1980 y otro ocho años más tarde.
Son más de cincuenta piezas de oro y plata, hoy en el Museo Provincial de Zamora. Estaban guardados en un gran recipiente de barro, probablemente para esconderlas de la vista de los romanos que, hacia el año 30aC controlaban el terreno de los Orniacos, Brigecinos, Lugones y Superatios al sureste de Asturica. Son pendientes, diademas, ceñidores, fíbulas (una de ellas, del primer tesoro, va en la imagen), torques, colgantes, brazaletes, anillos de plata y oro celtíberos hasta pesar 12 kilos.
No fue la primera vez que afloró un brote de historia a golpe de arado. Ni el único vestigio bajo nuestros pies de cultura, esfuerzo, belleza y paz: Fortunatus, El Ruedo, La Olmeda, Arellano, Almenara, Fuente Álamo, Centcelles… son otras tantas voces de las muchas que el tiempo ha acallado y que deben servirnos de lectura y de escuela.
Escuela para que vayamos más allá de lo presente, más a fondo de lo superficial, más alto en la exigencia, más claro en los propósitos, más noble en los sueños.
La grandeza de una persona no se alcanza sólo con el paso del tiempo, con el aire que nos abraza, con el trato indiscriminado, con las amistades complacientes, con la cadena estéril de fines de semana cargados de vagancia o, peor, transgresiones condescendientes, con viajes a los muchos caminos de encuentro con el vacío que ofrecen las técnicas modernas.     
La vida debe estar llena de propuestas que ennoblezcan con entusiasmada constancia lo mucho bueno y bello que hay en nuestras capacidades. Y el secreto de la intervención de un padre, de un educador es buscar y seleccionar adecuadamente esas propuestas, acompañar con prudente cercanía la extracción del tesoro que poco a poco irá convirtiéndose en triunfo sobre la vulgaridad y la inercia.

domingo, 13 de octubre de 2013

Tesón Plinio.


Plinio el Viejo (Cayo Plinio Cecilio Segundo nada menos), que fue un prodigio de observación, estudio, honradez y sabiduría como escritor, gobernante y militar, murió víctima de la erupción del volcán Vesubio en agosto del año 79 cuando iba en una nave a rescatar a las víctimas de la playa de Stabies. Dejó una riquísima herencia de escritos de los que se conservan sólo, desgraciadamente, los 37 libros de Historia Natural. En uno de ellos, el 35, refiriéndose al pintor griego Apeles, del que dice que no dejaba pasar un día sin pintar algo, escribió esas palabras tan conocidas nulla dies sine línea, con las que nos estimula, aún hoy, al trabajo constante, del que él fue tan buen ejemplo. 

La vagancia no es ajena a la naturaleza humana. Es vago el que cree no necesitar nada. Y hay muchos tontos que lo creen: - Si ya tengo todo, ¿para qué moverme en búsqueda de algo que no necesito? Algunos estudiosos de la motivación dicen que a ésta la mueve la emoción.

Sabemos muy poco de los animales, aunque creamos saberlo casi todo. Y esos estudiosos afirman que un animal al que se le facilita satisfacer todas sus necesidades sucumbe rápidamente. Como parece que los animales no sienten emoción, los saciados no se mueven fácilmente con esfuerzos gratuitos.

El hombre es, sobre todo, un fantástico cofre de emociones. Y es más hombre-hombre (porque hay también hombres-menos hombres) cuando encauza sus emociones en la búsqueda de su perfección. Y se somete al ejercicio de sus cualidades (aun sin pensar que con ello está caminando hacia su excelencia) por el placer de recrearse, de crear.

Investigar, estudiar, trabajar, servir, crear, añadir, completar, culminar fueron los verbos que vivieron tanto Plinio como su admirado Apeles. 

El gran Maestro, el buen Amigo, Jesús de Nazaret, nos lo enseñó con la parábola de los talentos confiados para que produjesen riqueza.

¿Qué estoy haciendo yo con los talentos que me han confiado?

lunes, 23 de septiembre de 2013

Jardines Butchart



El canadiense Robert Pim Butchart (1856-1943), dedicado a la industria familiar y después a la química, se casó en 1884 con Jennie Foster Kennedy, viajera y soñadora. En su viaje de novios a Inglaterra aprendió allí el proceso de fabricación del cemento Portland, inventado por Joseph Aspdin unos años antes. Y lo llevó a Canadá. Con su hermano David y en la isla de Vancouver trabajó en ello a partir de 1902, introduciendo modos de hacer y envasar (sacos en vez de barriles, por ejemplo) que se mantienen hoy.
La soñadora Jennie pensó que podía disimular la aridez del creciente foso que iba dejando la extracción de la piedra caliza con unos arbustos y arriates con flores. Y lo hizo de modo que en 1921 se completó la conversión de la cantera, ya abandonada como tal, en un jardín de 22 hectáreas de árboles, plantas y flores, con la casa familiar “Benvenuto”, en la que ofrecía una taza de te a los visitantes (en 1915 las tazas fueron 18.000).
Hoy su tataranieto Bernabé Butchart Clarke, secundado por 240 empleados (50 jardineros) atiende a los millones de turistas que visitan al año el precioso conjunto y todos sus elementos: el jardín japonés (el primero, ¡el de Jennie!), el jardín hundido, el de los rosales (250 variedades), el mediterráneo y el italiano; con 5.000 variedades de árboles, arbustos y otras plantas que se renuevan cada año en cantidades impensables.
¡A la obra! ¿A qué obra? A la de nuestra vida. La de Jennie se volcó en llenar su mundo, abierto a todos, de belleza. Pero su entrega supuso imaginación, decisión, valentía, constancia, ilusión, generosidad. Todos nosotros hemos recibido un “talento” del que al final daremos cuentas. ¿En qué lo estamos negociando? ¿En descansar, en pedir, en exigir, en atacar, en criticar? A lo peor de ahí no sacamos nada en limpio. Salvo la disculpa, inútil para la empresa que se nos ha encomendado, de que también se construye juzgando y condenando.
Y además, y sobre todo: ¿De verdad que estoy seguro de que voy dejando como rastro de mi personalidad el buen olor de la bondad, de la acogida, de la humildad, de la paciencia, de la magnanimidad, de la generosidad, del aprecio sincero, de la ayuda gratuita, de la entrega de mí mismo?