Se cuenta (y a lo mejor
es verdad y ya lo sabes) que en el Otoño de 1650 se dio orden a los
viticultores de las colinas Kopasz, en el Nordeste de Hungría, de que no
comenzasen la vendimia de sus vides ante el temor de que los turcos avanzasen
hacia aquellas tierras de Transilvania. Y así se hizo, es decir, no se
vendimió. Cuando al cabo de un mes las lluvias hicieron imposible la invasión
turca, se comenzó a vendimiar. Pero con la decepción de comprobar que, por la
humedad, un hongo, el botrytis cinerea, había enmohecido la parte
inferior de los racimos.
Todo parecía perdido,
pero alguien comprobó que los granos afectados producían un líquido que
enriquecía con un toque especial el vino sacado del resto. Y comenzó a
producirse el celebrado vino Tokaji Aszú. Se cuenta que el rey Luis XIV de
Francia exclamó al probarlo: "Este es el vino de los
reyes y el rey de los vinos" (en latín – VINUM REGUM 1650 REX VINORUM,
como se lee en la etiqueta, debajo de una
corona formada por tres hojas de vid).
Lo anterior no es una
invitación a que lo pruebes. Cuando conozcas el precio desistirás de hacerlo.
El de 6 puttonios (los serones de las uvas “cenizas” – cinerea
significa cenicienta) que se añaden al vino nuevo, es el más caro. El de 3 es
el más modestito en sabor y precio.
Si quieres, brindamos con
el rubio Tokaji. Pero yo prefiero hacer este otro brindis: ¡Cuántas veces en la
vida, en la historia, que es la vida de todos, neciamente, se deshecha como
inútil algo o, lo que es más triste, a alguien, porque parece que no vale la
pena, que no va a funcionar, que no cabe en mis esquemas personales de utilidad
o de provecho. Si se trata de un algo, menos mal. Pero siempre mal.
Cuando Gertrudis, la
reina fingidora, le reprocha a su hijo Hamlet que su dolor parece mayor que el
de todos, el príncipe enajenado le responde: “¡Yo no sé parecer, sino ser,
madre, ser!”
Vivimos en una sociedad
en la que, para muchos, parecer es mucho más importante que ser. La belleza
física, por ejemplo (muchas veces belleza vacía o, peor, rellena de miseria
interior) se cotiza como valor en alza, como valor único, como valor
definitivo.
Y como este sistema de
cotización se impone (¡y cómo!) los árboles que dan fruto, que podrían dar
fruto, quedan olvidados. Y las despensas de la fruta sana y buena se llenan de
vulgar apariencia.