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domingo, 24 de abril de 2011

A la greña.


Cneo Pompeyo Trogo, Estrabón y Lucio Anneo Floro fueron hombres de amplísima cultura: viajaron, observaron, anotaron y escribieron hace veinte siglos sobre el mundo conocido. Trogo era vocontio, de la Galia Narbonense, es decir, francés (entonces eran sólo galos); Estrabón era griego: Amasía, su patria chica, era parte de la Grecia anclada en el continente asiático junto al mar Negro; y Lucio Anneo Floro era africano o tal vez español y buen amigo del también culto emperador Adriano. Pero los tres, Cneo, Estrabón y Lucio,  eran orgullosamente romanos.
Leamos sin prevención algo de lo que (sin ponerse de acuerdo) escribieron de los hispanos (entonces no había andaluces, ni riojanos, ni asturianos, ni…).
Pompeyo Trogo, en tiempos de Augusto y estrenando el llamado ahora siglo I, escribió: “...prefieren (los hispanos) la guerra al descanso, de modo que si les falta enemigo, lo buscan en casa”.
Estrabón a finales del siglo I aC reflejaba así lo que había aprendido de otros porque nunca estuvo en España: : “... el pueblo ibero tiene leyes, cantos y bailes desde hace 6.000 años... el orgullo les impidió unirse. Si no, no habrían sido dominados por los cartagineses, celtas y romanos.
Y Lucio Anneo Floro, un siglo más tarde: “... pueblo valeroso el hispano, pero torpe para la confederación”.
Mucho más tarde, casi al alcance de nuestra mano, Gertrude Stein, una norteamericana de rompe y rasga, consideraba que los españoles “no oyen lo que se les dice ni escuchan, pero usan para lo que quieren hacer lo que han escuchado”.
Cuando nos miramos al espejo nos decimos con frecuencia: ”Pues no estoy tan mal”, “Es natural que mis ojos gusten tanto”, “La verdad es que me conservo joven”. Bien sabemos que la costumbre y el amor propio se han convertido en los espejos de nuestra vanidad. Y que al único espejo que no le hacemos caso es al que nos critica, como nos decía con claridad en 1937 Gertrude Stein.
¿Nos vale lo que se decía de nosotros hace veinte siglos o nos gusta seguir rompiendo los espejos de nuestra identidad? ¿Será posible que, al menos en el precioso y pequeño solar de nuestro hogar, no busquemos ni alimentemos enemigo con quien poder estar a la greña? 

domingo, 27 de febrero de 2011

¡Muy importante!


Steven Mithen sostenía que los neandertales (la Academia permite suprimir la “h”), aquellos antiquísimos pobladores de Europa de hace un montón de siglos y primos (por decirlo de un modo sencillo) del homo sapiens, nuestro abuelo más lejano, tenían un sistema de comunicación "Hmmmm". ¡Muy expresivo! Y lo explicaba: holístico, manipulador, multimodal, musical y mimético. ¡Queda claro!
Pues resulta que ahora se descubre que usaban un lenguaje más, el de las plumas. Recientemente (la prensa lo da el 23 de febrero de 2011) se da a conocer que en las investigaciones de la cueva de Fumane en los montes Lessini, cerca de Verona (Italia), se ha llegado a la conclusión de que usaban las plumas como signo de autoridad, de poder: «¡Hago saber…!». Hace 44.000 años los neandertales se daban importancia. Como lo hicieron 20.000 años más tarde los sapiens. Y como seguimos haciéndolo nosotros.
¡Darse importancia! ¡Vestir el cargo! ¡Quedar bien! ¡Aparecer! ¡Parecer!
Evidentemente quien se da importancia es que no la tiene (aunque tenga cargo). Porque ¿qué sentido tiene darse lo que ya se posee? Sería (o es) como el que, estando ya totalmente vestido, se pusiera encima un ropón para que le viesen.
La importancia es un valor que ocupa una esfera medular: no sólo está muy dentro, sino que constituye la fuente del propio ser, se trasparenta en todos los gestos, pensamientos, sentimientos y acciones del que la tiene.
Basta, para completar esta reflexión, recordar a tantos personajes eminentes por su importancia y contemplar al mismo tiempo la sencillez de su conducta.