La naviera americana Celebrity Cruises pasea por los anchos mares del mundo sus buques,
remozados y aumentados en número poco a poco. Tal vez los conozcas. Su flota, formada por Millennium, Summit, Constellation, Infinity…,
viaja por el Caribe, Florida, Bermudas, Nueva Inglaterra, Canadá, Galápagos, Alaska...
Y programa ampliar sus destinos ofreciendo a bordo todas las comodidades y
atractivos posibles en estos gigantes de los océanos.
No hace mucho una de estas naves, la Infinity, de 292 metros de larga (eslora, dicen los entendidos y
aficionados de la noble esfera de la navegación), tuvo un pequeño incidente en
el puerto de Ketchikan de Alaska: se incrustó levemente de costado en el muelle
y abatió parte del mismo. Y ella quedó dañada en su casco y en parte de su
interior. Con una noche más en el puerto se repuso de su embestida con un leve
coste de tres millones de dólares, dicen los gacetilleros, sin que hubiese
heridos y otros males que lamentar y seguir lamentando. ¿Te acuerdas del Costa Concordia?
¿Nos enfrentamos en el mar de
la vida, nosotros y nuestros grumetes,
con la mayor certeza de que no vamos a quebrar nuestro proyecto con un acceso
equivocado a lo que se nos presenta como meta segura de atraque? ¿Nos fiamos,
porque somos listos, fuertes y decididos, de nuestra sabiduría y de nuestro
dominio de la preciosa nave que creemos ser (¡y lo somos, pero…!) y de los
mares por donde se mueve y se va a mover?
Hace poco escuchaba las razones sinrazón del padre de un muchacho que había roto su vida en la sentina de la droga. Y al escucharle se me ocurrían muchas preguntas que haces muchas veces ante la idiotez de un padre atolondrado que educa dando, concediendo, transigiendo y abandonando el mando de la propia nave y de la de su hijo y acaba llorando el fracaso más triste de su vida.
Hace poco escuchaba las razones sinrazón del padre de un muchacho que había roto su vida en la sentina de la droga. Y al escucharle se me ocurrían muchas preguntas que haces muchas veces ante la idiotez de un padre atolondrado que educa dando, concediendo, transigiendo y abandonando el mando de la propia nave y de la de su hijo y acaba llorando el fracaso más triste de su vida.