Salamanca (y no solo Salamanca) tiene dos catedrales.
Conviven ambas, como dos hermanas que se llevan bien o como una madre y una hija, una junto a otra, con su inapreciable riqueza cada una. Junto a la mal llamada vieja, “¡preciosa, cargada de vida y de historia!”, hay una serie de estancias o capillas que están en proceso de restauración.
En la de Santa Bárbara (que primero fue un lugar de enterramiento y después, durante siglos, de la ceremonia de colación del grado de licenciado) se han descubierto, ocultas por un retablo renacentista, unas notables pinturas murales góticas del siglo XIII. Para conservarlas de manera que se puedan contemplar, se ha ideado un oportuno sistema de superposición deslizable que permite ver ambas obras.
Hechos como este despiertan, en cualquier persona sensible como tú, modelador de la personalidad de un niño, de un muchacho, de un joven capaz de abrirse a la realidad hermosa de la historia, pasada, presente y futura, la necesidad de que piense y sienta que si no es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor, sí es verdad que los hombres del pasado y que el pasado de tantas mujeres y hombres ha dejado una estela admirable de bondad, grandeza, belleza, creatividad, pasmo ante lo hermoso, respeto ante lo ejemplar que debemos conocer, admirar, imitar y si es posible, prolongar.
La expresión “¡Bah!: eso es viejo” es tan frecuente como el número de los mentecatos (recuerda: mente captus, tocado de la azotea). Y como esa es una enfermedad que se puede prevenir o curar con la educación de la sensibilidad, del atractivo de lo realmente bello, de la grandeza de lo valiosamente (y a veces dolorosamente) heredado, vale la pena seguir modelando personalidades sensatas, equilibradas, generosas en la apreciación de lo que las rodea.