sábado, 27 de octubre de 2018

La Pietà: belleza entre el cielo y la tierra.


En el verano de 1498 firmó Miguel Ángel Buonarroti con el cardenal del título de San Dionisio, Jean Bilhères de Lagraulas, benedictino y embajador del rey Carlos VIII de Francia ante la Santa Sede, un contrato cuyo precioso fruto ha llegado hasta nosotros: la admirable imagen de la Pietà del Vaticano. El joven artista tenía poco más de veintidós años y acababa de llegar a Roma. 1500 iba a ser Año Santo y el cardenal deseaba que la imagen estuviese ya con esa ocasión en su destino, la capilla de Santa Petronila, necrópolis de las personalidades francesas fallecidas en Roma, cercana a la primera Basílica de San Pedro, la construida por Constantino.
El pago seria de 450 ducados de oro y el tiempo de entrega, un año. 
Miguel Ángel empezó su obra viajando a Massa Carrara para escoger en persona el bloque de mármol blanco que convirtió en una preciosa obra de piedad y de arte. Él mismo escogió la mole y la acompañó en su traslado a Roma.
Hoy se admira y se venera en la primera capilla a la derecha de la entrada donde fue trasladada casi 250 años más tarde (1749) en la actual Basílica de San Pedro.
Giovanni Papini, aquel enérgico –casi violento- converso, defensor de la Verdad y admirador de la Belleza, escribía de este precioso regalo para la fe y la devoción: "... es el cadáver de un Dios asesinado y el dolor de una madre, cuya belleza es la hermosura casta de una mujer joven, pero tan pura que parece el reflejo de un mundo que no es aún el Cielo, pero que ya no es la Tierra".
La contemplación del arte nos conduce casi siempre a admirar la capacidad que tiene el hombre de pasar a una tela o a un bloque de piedra los rasgos de la belleza y la grandeza que admira en su derredor.   
Pero para un creyente es mucho más. Por encima del dominio que el hombre tenga de copiar la belleza con la que nos gozamos en el arte, está la grandeza de Dios, que nos ama infinitamente y nos deja admirar los rasgos visibles de su presencia amorosa invisible en la vida de nuestros hermanos los hombres: los santos, los asesinados por odio, incomprensión, rechazo y envidia; los pobres incapaces de salir de su condición; los huérfanos de padres y madres; los padres y madres huérfanos de hijos.  

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