jueves, 1 de noviembre de 2018

Reusar: el arte de hacer hombres.


No siempre es falta de ortografía escribir reusar. Porque aunque su prima, la palabra rehusar, lleva sombrero un tanto despectivo en forma de hache, esta, de la que hoy leemos, no lo necesita. Del aceite de oliva usado para freír patatas, por ejemplo… de los desechos de remolacha, de los de la caña de azúcar y de otros muchos restos de alimentos se obtendrá, dentro de poco, dicen los entendidos, alimento de bacterias que lo transformarán en materia prima reusable para elaborar plástico biológico biodegradable.  
Son los polihidroxialcanoatos (¡larga palabra!) que pueden convertirse en dióxido de carbono y agua o en metano, según como se les trate, que no pervierten el mundo en que respiramos, gozamos y vivimos.
Nos toca de cerca comprender cómo en el duro trabajo de formar y educar, que nos atormenta a veces, no acertamos porque no alimentamos bien. Creemos que el punto de partida pueden ser (¡o deben ser!) los derivados del petróleo que engendra fuerza y energía y nos cuesta aprender la lección magistral de Don Bosco que supo educar y supo formar educadores, con una fórmula muy sencilla, muy humana, muy eficaz: “La educación es cosa del corazón".
Y del corazón hay que partir. Si no amamos tendremos, como producto de nuestro empeño en educar, buenos gestores, buenos directivos, buenos pilotos. Pero ni la gestión, ni la capacidad de dirigir, ni la de acertar con el camino de la vida hace hombres. El hombre es y debe ser, por encima de todo, amor: producto del amor, maestro de amor, fuente de amor, de un amor creciente e incontaminado.
Amar, amar así, amar de verdad es comprometido, es exigente. Pero es el único camino para lograr el producto que deseamos. Y no ese hombre que, como el repelente plástico nacido del petróleo, lo invade todo, lo afea todo, mata todo.

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