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sábado, 2 de febrero de 2019

Proclamadlo desde las azoteas...


Don Bosco tenía muy presentes las palabras de Jesús a sus discípulos cuando les mandaba predicar desde las azoteas las verdades aprendidas de Él. Lo cuenta san Mateo en el capítulo décimo de su evangelio. 
No es de extrañar que Don Bosco leyese, comentase y sugiriese alguna corrección a sus biografías, que fueron apareciendo en Francia a partir de 1881 la del doctor Charles D'Espiney y en 1883 la de Albert du Bois. En 1884 aparece, como ya sabemos, la primera española, Don Bosco y su Obra, de monseñor Marcelo Spínola.
A propósito de ésta es bueno recordar esta oportuna anécdota.
Un provincial franciscano leyó esta biografía, recién editada,  en un viaje desde España al Ecuador. Y allí la propagó entre los suyos.
Don Evasio Rabagliati, uno de los primeros salesianos misioneros a América, en uno de sus viajes a Italia le comentó a nuestro Padre que había leído este libro y que le había gustado mucho.
“- Bien, le contestó Don Bosco, tradúcelo. Ahora sólo tú y don Luis Lasagna sois los únicos misioneros capaces de escribir con corrección en italiano. Así lo haremos imprimir.
- Pero ¡cómo, Don Bosco! - observó con toda confianza don Evasio Rabagliati - ¿Publicar nuestra alabanza nosotros mismos? ¿No le parece que eso no está bien?
- ¡Ah!, no; mira: si no lo imprimimos nosotros, lo imprimirán otros y el resultado será el mismo. No se trata de una persona; se trata de glorificar la obra de Dios y no la del hombre, porque obra suya es lo que se ha hecho y lo que se está haciendo”.
Cuando se define la virtud de la humildad solemos cometer el error de afirmar que es la virtud que nos invita a disimular el bien para no presumir de gigantes. Pero los santos, que nunca supieron presumir de gigantes, sabían que la humildad es la virtud que anima a “predicar desde las azoteas” el bien que derrama Dios sobre sus hijos.

domingo, 4 de febrero de 2018

Hipatia, la más noble y antigua.

Hipatia de Alejandría - ¿recuerdas? - fue una notable estudiosa griega que sobresalió en el campo de las matemáticas y de la astronomía allá por el final del siglo IV y el comienzo del V. Murió víctima de la incomprensión en una triste algarada de cristianos.  
Su nombre griego parece sugerir el concepto de excelsa, la más alta o noble.
Por esta Hipatia, probablemente, y por su rareza, dieron los astrónomos su nombre a un meteorito que se encontró, como sabes, el año 2013, en el suroeste de Egipto. Y dicen, los estudiosos comentaristas de la naturaleza de esta piedra, que siguen con la boca abierta, sin saber ni comprender muchas cosas de ella.    
Aseveran, por ejemplo, algunos investigadores que “nunca había formado parte de un asteroide o cometa”; que su composición “no tiene absolutamente nada que ver con la de ningún meteorito, que suelen contener una pequeña cantidad de carbono y una gran cantidad de silicio”, mientras que Hipatia "tiene una enorme cantidad de carbono y una cantidad inusualmente pequeña de silicio" y que contiene una gran cantidad de compuestos de carbono poliaromáticos, componente esencial del polvo interestelar, que existía incluso antes de que se formara nuestro Sistema Solar".
Es decir, que es más vieja que el Sol y que podría tener más de cinco mil millones de años, edad que justifica que se la llame Hipatia (excelsa, la más noble, la más antigua).
Como tienes oportunidad para ahondar en este campo si te agrada, paso a una consideración muy sencilla y para algunos (tú no estás entre ellos, naturalmente), muy necesaria y para todos útil en la guía del juicio de nuestros pupilos.  
Todos hemos conocido la actitud de algunos que (ante un hecho o una cosa o la condición de una persona que dicen no comprender) afirman que es imposible, que es mentira, que es un invento que favorece no sé qué fines ocultos y tal vez inconfesables.   
La humildad no preside muchas veces nuestros juicios. Y esto nos hace incapaces de ser justos. Es más, incapaces de ser inteligentes. Inteligente, dicen, como sabes, aquellos que modelan las palabras, son los capaces de leer dentro de las cosas, de las personas, de los fenómenos, de la Historia. ¡Y de las humildes historias del amigo, del enemigo, del conocido, del desconocido…!
¡Cuántos patinazos da el juicio cuando de juicio se tiene poco, pero se abunda en osadía, insensatez, envidia, agresividad y desfachatez!

lunes, 9 de enero de 2017

Mondragón, el mejor soldado del mejor tercio.

Cristóbal de Mondragón nació en 1514 o algunos años antes en Medina del Campo. Sus padres, vascongados, no pudieron darle estudios, por lo que, a los 18 años sentó plaza de soldado al servicio de su Majestad Carlos V. Y como las gloriosas milicias del Emperador estuvieron en Italia, Alemania, Flandes y Francia, allí estuvo también todo el resto de su vida este singular, valiente, ingenioso y osado soldado que se fue ganando sus galones paso a paso y asalto tras asalto. De él dijo Carlos: “El mejor soldado del mejor tercio de la infantería española”. Y empezó su valioso ascenso con la humilde graduación de alférez.
Parecía como si se hubiese especializado en asaltos atravesando aguas heladas. Pero el hecho de tener que luchar en invierno en lugares húmedos y fríos en defensa de la vida y la tranquilidad de los derechos de los católicos del Norte de la Europa en continua discordia, hizo que su agudeza le sugiriese el modo de sorprender y asaltar al enemigo donde y como este no hubiese pensando nunca que se pudiese hacer. El dibujo con que se encuadran estas líneas le muestra arengando a sus hombres victoriosos en la toma de Zijpe.
Preso en Calais, no tuvo más remedio, para seguir siendo lo que quería ser, que saltar con sus compañeros desde una alta torre para unirse con los suyos, que eran los de su Tercio.
Acabó su vida de enfermedad y de vejez. Era ya Coronel, “el Viejo”, como le llamaban sus hombres, admiradores de su entrega. El 4 de enero de 1596, en Amberes, con casi ochenta años de vida y sesenta y cuatro de servicio, descansó finalmente. Y nos dejó dicho (lo había dicho a sus hombres, pero sigue diciéndolo a quien quiera crecer como responsable de su vida): “Entre los soldados no miramos la sangre, sino al soldado que más adelanta”.
Engreírse viene de encreerse, dicen los entendidos. Y no hay que descuidar el desvío en la conducta del que se cree a sí mismo olvidándose de crearse. El que se cree ya está acabado. No necesita más que asomarse al escenario para declamar y que le aplaudan. ¡Cuántos hay de estos que se creen, a veces desde niños, que presumen porque han tomado ya para su cabeza la corona del triunfo, mientras que en su cabeza no hay más que vacío! Los que “más se adelantan”, no para parecer ni para aparentar sino para dar y para darse son los que llevan a cabo la construcción de una familia, de una sociedad, de una nación de mujeres y hombres consumados. 

martes, 20 de diciembre de 2016

Grandote.

Acabo de leer, y aquí te los ofrezco, querido amigo, unos versos que llevan el título de La calabaza y la fresa, originales de Joaquín Mª González de la Llana. Van los versos, por comodidad mía, sin su acostumbrada y nativa forma de “en su lugar descanso”, pero no creo que en pelotón te den fatiga o desasosiego.

"Quejábase amargamente una oronda calabaza de que, al venderse en la plaza, no la apreciaba la gente con ser tan grande su traza. En cambio, con gran sorpresa y con enfado veía lo que ella no comprendía: que, siendo chica la fresa, por más precio se vendía. Y decía: “Es muy extraño que una cosa tan pequeña la gente en comprar se empeña; y a mí, con mayor tamaño, me desprecia y me desdeña”.
Dijo la fresa: “¿Te extraña que todo el mundo me elija? Es que a la gente no engaña lo grande; solo se fija si es sabrosa nuestra entraña. Tú eres grande, ¿quién lo duda?; mas, aunque eres tan panzuda, es tu entraña hueca y sosa; mientras que es dulce y carnosa la mía, con ser menuda”.

No es lo más grande mejor: hay hombre que en apariencia es grande y, a lo mejor, está vano en su interior y es insípida su ciencia.
Cuando un niño se coteja con su padre, y con su madre una niña, les vienen ganas de ser grandes. ¡Cuántos gestos hemos reído o… lamentado a propósito de esas ganas!
No tenemos, tal vez, en cuenta que el deseo de aparecer o gustar es natural e innato. Pero no debe nunca afianzarse como “criterio de su crecimiento”. Comentar (más que elogiar), celebrar (y no halagar), alegrarse (y no presumir) de pasos, cortos o largos, en la maduración de su personalidad pueden hacer, sin engreimientos, que se estimule el esfuerzo, se fomente la confianza en sí mismos, y el orgullo de parecerse a lo más noble del árbol en el que han crecido.

jueves, 28 de julio de 2016

La Nacencia.

Luis Chamizo fue un notable poeta de Badajoz (Guareña, 7 de noviembre de 1894) que murió en 1945 en Madrid, donde tiene una calle. La poesía que transcribimos refleja, en el lenguaje de su tierra, toda la ternura ante el hecho estremecedor del nacimiento de un primer hijo en circunstancias dramáticas.

I
Bruñó los recios nubarrones pardos
la lus del sol que s’agachó en un cerro,
y las artas cogollas de los árboles
d’un coló de naranjas se tiñeron.
A bocanás el aire nos traía
los ruídos d’allá lejos
y el toque d’oración de las campanas
de l’iglesia del pueblo.
Ibamos dambos juntos, en la burra,
por el camino nuevo,
mi mujé mu malita,
suspirando y gimiendo.
Bandás de gorriatos montesinos
volaban, chirrïando por el cielo,
y volaban pal sol qu’en los canchales
daba relumbres d’espejuelos.
Los grillos y las ranas
cantaban a lo lejos,
y cantaban tamién los colorines
sobre las jaras y los brezos,
y roändo, roändo, de las sierras
llegaba el dolondón de los cencerros.
¡Qué tarde más bonita!
¡Qu’anochecer más güeno!
¡Qué tarde más alegre
si juéramos contentos!...
- No pué ser más- me ijo- vaite, vaite
con la burra pal pueblo,
y güervete de prisa con l’agüela,
la comadre o el méico -.
Y bajó de la burra poco a poco,
s’arrellenó en el suelo,
juntó las manos y miró p’arriba,
pa los bruñíos nubarrones recios.
¡Dirme, dejagla sola,
dejagla yo a ella sola com’un perro, 
en metá de la jesa,
una legua del pueblo...
eso no! De la rama
d’arriba d’un guapero,
con sus ojos roendos
nos miraba un mochuelo,
un mochuelo con ojos vedriaos
como los ojos de los muertos...
¡No tengo juerzas pa dejagla sola;
pero yo de qué sirvo si me queo!
La burra, que rroía los tomillos
floridos del lindero
carcaba las moscas con el rabo;
y dejaba el careo,
levantaba el jocico, me miraba
y seguía royendo.
¡Qué pensará la burra
si es que tienen las burras pensamientos!
Me juí junt’a mi Juana,
me jinqué de roillas en el suelo,
jice por recordá las oraciones
que m’enseñaron cuando nuevo.
No tenía pacencia
p’hacé memoria de los rezos...
¡Quién podrá socorregla si me voy!
¡Quién va po la comadre si me queo!
Aturdio del tó gorví los ojos
pa los ojos reondos del mochuelo;
y aquellos ojos verdes,
tan grandes, tan abiertos,
qu’otras veces a mí me dieron risa,
hora me daban mieo.
¡Qué mirarán tan fijos
los ojos del mochuelo!
No cantaban las ranas,
los grillos no cantaban a lo lejos,
las bocanás del aire s’aplacaron,
s’asomaron la luna y el lucero,
no llegaba, rondo, de las sierras
el dolondón de los cencerros...
¡Daba tanta quietú mucha congoja!
¡Daba yo no sé qué tanto silencio!
M’arrimé más pa ella;
l’abrasaba el aliento,
le temblaban las manos,
tiritaba su cuerpo...
y a la luz de la luna eran sus ojos
más grandes y más negros.
Yo sentí que los míos chorreaban
lagrimones de fuego.
Uno cayó roändo,
y, prendío d’un pelo,
en metá de su frente
se queó reluciendo.
¡Que bonita y que güena,
quién pudiera sé méico!
Señó, tú que lo sabes
lo mucho que la quiero.
Tú que sabes qu’estamos bien casaos,
Señó, tú qu’eres güeno;
tú que jaces que broten las simientes
qu’echamos en el suelo;
tú que jaces que granen las espigas,
cuando llega su tiempo;
tú que jaces que paran las ovejas,
sin comadres, ni méicos...
¿por qué, Señó, se va morí mi Juana,
con lo que yo la quiero,
siendo yo tan honrao
y siendo tú tan güeno?...
¡Ay! qué noche más larga
de tanto sufrimiento;
¡qué cosas pasarían
que decilas no pueo!
Jizo Dios un milagro;
¡no podía por menos!


II
Toito lleno de tierra
le levanté del suelo,
le miré mu despacio, mu despacio,
con una miaja de respeto.
Era un hijo, ¡mi hijo!,
hijo dambos, hijo nuestro...
Ella me le pedía
con los brazos abiertos,
¡Qué bonita qu’estaba
llorando y sonriyendo!
Venía clareando;
s’oïan a lo lejos
las risotás de los pastores
y el dolondón de los cencerros.
Besé a la madre y le quité mi hijo;
salí con él corriendo,
y en un regacho d’agua clara
le lavé tó su cuerpo.
Me sentí más honrao,
más cristiano, más güeno,
bautizando a mi hijo como el cura
bautiza los muchachos en el pueblo.
Tié que ser campusino,
tié que ser de los nuestros,
que por algo nació baj’una encina
del camino nuevo.
Icen que la nacencia es una cosa
que miran los señores en el pueblo;
pos pa mí que mi hijo
la tié mejor que ellos,
que Dios jizo en presona con mi Juana
de comadre y de méico.
Asina que nació besó la tierra,
que, agraecía, se pegó a su cuerpo;
y jue la mesma luna
quien le pagó aquel beso...
¡Qué saben d’estas cosas
los señores aquellos!
Dos salimos del chozo,
tres golvimos al pueblo.
Jizo Dios un milagro en el camino:
¡no podía por menos!

martes, 8 de diciembre de 2015

Inmaculada.

El 15 de junio de 1520 la Iglesia no tuvo más remedio que declarar que Martín Lutero se había apartado del camino que la Iglesia venía haciendo trabajosamente tras las huellas de Jesús de Nazaret. Y unos meses más tarde (3 de enero de 1521) le indicó que quedaba fuera de la comunión con ella.  Entre noviembre de 1520 y junio de 1521 Lutero escribió un Comentario al Magnificat. Se lo dedicaba al joven Federico de Sajonia que años más tarde sería Príncipe de esa región. He aquí algunas de sus palabras.
“Para la ordenada comprensión de este sagrado cántico, es preciso tener en cuenta que la bienaventurada virgen María habla en fuerza de una experiencia peculiar por la que el Espíritu santo la ha iluminado y adoctrinado. Porque es imposible entender correctamente la palabra de Dios, si no es por mediación del Espíritu santo. Ahora bien, nadie puede poseer esta gracia del Espíritu santo, si no es quien la experimenta, la prueba, la siente. Y es en esta experiencia en la que el Espíritu santo enseña, como en su escuela más adecuada; fuera de ella, nada se aprende que no sea apariencia, palabra hueca y charlatanería.
Pues bien, precisamente porque la santa Virgen ha experimentado en sí misma que Dios le ha hecho maravillas, a pesar de ser ella tan poca cosa, tan insignificante, tan pobre y despreciada, ha recibido del Espíritu santo el don precioso y la sabiduría de que Dios es un Señor que no hace más que ensalzar al que está abajado, abajar al encumbrado y, en pocas palabras, quebrar lo que está hecho y hacer lo que está roto…
…cuando Cristo tenía que llegar, los sacerdotes se habían apropiado tal honor, eran los únicos que gobernaban, y la casa real de David se había visto reducida a la pobreza y al desprecio. Justamente como una cepa muerta, que no dejaba sospechar ni esperar que de ella pudiera brotar un nuevo rey de tan elevado rango. Y precisamente entonces, cuando esta falta de vistosidad había tocado su punto máximo, llega Cristo para nacer de esta menospreciada estirpe, de esta insignificante y pobre mozuela; el renuevo y la flor brotan de una persona a la que las hijas de los señores Anás y Caifás no hubieran creído digna de ser su más humilde criada. De esta suerte las obras y mirada de Dios tienden hacia la bajura; las de los hombres sólo hacia las alturas”.
La devoción de Lutero hacia María nos ayuda a comprender cómo ante Ella, “la humilde sierva”, toda mente y todo corazón se abren a venerar la bondad de Dios que hizo que ”la santa Virgen ha experimentado en sí misma que Dios le ha hecho maravillas, a pesar de ser ella tan poca cosa, tan insignificante, tan pobre y despreciada, ha recibido del Espíritu santo el don precioso y la sabiduría de que Dios es un Señor que no hace más que ensalzar al que está abajado, abajar al encumbrado y, en pocas palabras, quebrar lo que está hecho y rehacer lo que está roto”.

lunes, 28 de julio de 2014

Mandar.

Don Benito Pérez Galdós, canario de Las Palmas (1843-1920), escritor egregio, tuvo tiempo en su larga vida para escribir novelas, teatro, crónicas de la historia patria, y para ser diputado en los ratos libres. En su ingente obra destacan, por su volumen y brío, los cuarenta y seis “episodios nacionales”. En el Prólogo de uno de ellos, Gerona, escrito en junio de 1874, hacía notar: «En el invierno de 1809 a 1810 las cosas de España no podían andar peor. Lo de menos era que nos derrotaran en Ocaña a los cuatro meses de la casi indecisa victoria de Talavera: aún había algo más desastroso y lamentable, y era la tormenta de malas pasiones que bramaba en torno a la Junta central. Sucedía en Sevilla una cosa que no sorprenderá a mis lectores, si, como creo, son españoles, y era que allí todos querían mandar. Esto es achaque antiguo, y no sé qué tiene para la gente de este siglo el tal mando, que trastorna las cabezas más sólidas, da prestigio a los tontos, arrogancia a los débiles, al modesto audacia y al honrado desvergüenza».
En la Relación de Andresillo Marijuán sobre los meses de increíble resistencia de Gerona al asedio francés, brotan, como contraste y entre muchos personajes y acciones heroicas, las inverosímiles andanzas de los hermanos Siseta, Bardonet, Manalet y el pequeño y pobrecito Gasparó; el doctor don Pablo Nomdedeu y Josefina su hija, etc...
Y, al frente de todo y de todos, el gobernador Mariano Álvarez de Castro. Su imagen de defensor y responsable de la fidelidad de la ciudad bien pueden definirla estas palabras de un bando suyo del 1º de abril de 1809 “… a los sitiados: «Se impondrá pena de la vida ejecutada inmediatamente a cualquier persona sin distinción de calidad ni condición, que hablare de capitular o rendirse»”.
Escribió Andresillo: “Yo estaba en Santa Lucía. Don Mariano se presentó allí, y no crean ustedes que nos arengó hablándonos de la gloria y de la causa nacional, del Rey o de la religión. Nada de eso. Púsose en primera línea, descargando sablazos contra los que intentaban subir y al mismo tiempo nos decía: «Las tropas que están detrás tienen orden de hacer fuego contra los que están delante si éstos retroceden un solo paso». Su semblante ceñudo nos causaba más terror que todo el ejército enemigo. Como algún jefe le dijera que no se acercase tanto al peligro, respondió: «Ocúpese usted de cumplir su deber y no se cuide tanto de mí. Yo estaré donde convenga»”. 

Nos vale (y mucho, pienso yo) ese doble retrato de los mandos de Sevilla, donde todos querían mandar, y el don Mariano, único e indiscutido jefe, que murió (no se sabe cómo, pero es seguro que por haber sido como fue), siendo fiel a la misión que le encomendaron y a la necesidad de que todos (niños y jóvenes, mujeres y hombres, monjas y frailes, españoles y extranjeros, que los había…) diesen la vida - ¡juntos! - por la ciudad que amaban.  

martes, 8 de enero de 2013

¿Crisis?



En medio de la floración literaria y poética de Bengala (India) en el siglo XX, el fecundo Rabindranath Tagore publicó hace cien años Gitanjali, un breve y sabroso manojo de poemas cuya interpretación puede elevarnos a cualquier esfera. De allí traigo estos «versos»:
Aquí está tu escabel
reposa aquí tus pies
donde viven los más pobres,
los más humildes y perdidos.
Cuando trato de inclinarme ante ti,
mi reverencia no logra llegar
tan abajo donde tus pies
descansan entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
El orgullo no se puede acercar
adonde tú caminas, poniéndote
los vestidos de los más pobres,
de los más humildes y perdidos
Mi corazón no logra encontrar
el camino para bajar allí
donde tú te haces acompañar de los que no tienen
compañeros, entre los más pobres,
los más humildes y los perdidos.

En estos tiempos de crisis se me ocurre pensar y preguntarme: ¿Cómo me inclino ante el que pone sus pies entre los más pobres, los más humildes y perdidos? ¿Quién es el Personaje al que busco y no encuentro porque el orgullo no se acerca al que camina vestido con los vestidos de los más pobres, los más humildes y perdidos? ¿De qué sufre mi corazón si no da con el camino que necesita para acompañar al que acompaña a los que no tienen compañeros entre los más pobres, los más humildes y los perdidos?
Señalo a mi Personaje ideal dónde está el escabel sobre el que tiene que posar y reposar sus pies, pero yo me quedo lejos de donde viven los más pobres, los más humildes y perdidos. Ofrezco un descanso y huyo de donde mis pies pueden quedar devorados por la bajeza de los más pobres, humildes y perdidos.
Es decir: mi vida es una contradicción. Sé muy bien lo que hay que hacer y pido a los demás que lo hagan. Cada “otro” debe hacerlo. Yo lleno mi vida de protestas, de  esperas, de mensajes, de deseos… Pero logro quedar libre del barro de la pobreza, de la humillación y de la marginación. ¡Grito «Auxilio» y sigo tan tranquilo!

domingo, 20 de mayo de 2012

El último canto.


Emociona acompañar en los últimos momentos de la carrera que hace por la historia a un amigo al que se quiere. Cuando sus pies están ya inmóviles y parece que el oído del corredor está sólo abierto a la voz del que le va a premiar con un abrazo tras el último esfuerzo por llegar a la meta.   
El padre Vincent McNabb, buen amigo de Gilbert K. Chesterton contaba así su último  encuentro con él: “Fui a verlo cuando moría. Pedí estar solo con el hombre moribundo. Allí aquella gran humanidad estaba con el calor de la muerte; su gran mente se preparaba, sin duda, a su modo, para la visión de Dios. Esto era el sábado, y pensé que quizás en otros mil años Gilbert Chesterton podría ser conocido como uno de los cantores más dulces de aquella hija de Sión, siempre bendita, María de Nazaret. Sabía que las calidades más finas de los Cruzados eran una de las rasgos de su gran corazón, e inmediatamente recordé la canción de los Cruzados, la Salve, que nosotros los Blackfriars (Frailes Negros: Dominicos) cantamos cada noche a la Señora de nuestro amor. Dije a Gilbert Chesterton: "Va a oír usted la canción de amor de su Madre." Y canté a Gilbert Chesterton la canción del Cruzado: “Salve, Regina, Mater misericordiae…: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…”.
Del padre Vincent McNabb, irlandés, había escrito Chesterton: "... es uno de los pocos hombres grandes que he conocido en mi vida; es grande en muchos sentidos, mental, moral y místico y en sentido práctico… Nadie que haya conocido, visto u oído al Padre McNabb lo puede olvidar".
Emociona también esta actitud de aprecio, de respeto, de admiración y, sobre todo, de cariño que se da naturalmente entre hombres grandes. Porque los menguados de espíritu, que andamos dispersos por el mundo, encontramos dificultad en atravesar nuestra miserable piel de babosa y rodear con afecto a quien deberíamos agradecer sus altos valores y de quien deberíamos aprender las lecciones de sus acciones.
¡Y ojalá tuviésemos a nuestro lado, ante el momento del auténtico Encuentro, a quien nos cantase las acariciadoras palabras de la Salve: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos… Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre… María”.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Jesús Vivo.

Greccio es una pequeña localidad a mitad de camino entre Roma y Asís. Y cuenta Tomás de Celano, franciscano desde joven, historiador y poeta, en su Vita prima de San Francisco, que éste quiso en 1224, tres años antes de morir, celebrar Navidad en aquella ciudad, “rica en su pobreza”, por la religiosidad de su moradores. Lo narra en el capítulo XXX de su obra.
Hombres y mujeres llegan gozosos llevando cada uno una luz “para iluminar aquella noche en la que se encendió en el Cielo, espléndida, la Estrella que iluminó todos los días y los tiempos”. Llega Francesco: ve que todo está según el deseo que había manifestado y se le ve radiante de alegría. Se acomoda el pesebre, se pone la paja, se trae al buey y al asnillo… Greccio es un nuevo Belén. Se canta y se llenan el bosque y las rocas de alabanzas al Señor. “El Santo está allí, extático, frente al pesebre, con el espíritu vibrante de compunción y de gozo inefable”. 
Después de la Misa, Francisco, revestido con sus ornamentos de diácono “canta con voz sonora el santo Evangelio: aquella voz fuerte y dulce, límpida y sonora, arrebata a todos con deseos de cielo... con palabras dulcísimas evoca al recién nacido, Rey pobre, y a la pequeña ciudad de Belén”“uno de los presentes - sigue Tomás de Celano - hombre virtuoso, tiene una admirable visión. Le parece que el Niñito yacía sin vida en el pesebre, y Francisco se le acerca y le despierta de aquella especie de sueño profundo. Y la visión prodigiosa no se apartaba de los hechos, porque, por los méritos del Santo, el niño Jesús resucitaba en los corazones de muchos que lo habían olvidado y su recuerdo permanecía impreso profundamente en su memoria”. 
Así se nos cuenta la historia de aquel primer Nacimiento. Y nos queda el deseo de que la voz de Francisco, la voz de tantos gestos de bondad de nuestro Rey pobre, que tan bien conocemos, despierten en nosotros, en nuestros hogares, en el corazón de nuestros hijos, en el de nuestros amigos, la presencia viva de Jesús que sólo nos pide que se lo abramos para poder entrar en él y cenar con nosotros.