Acabo
de leer, y aquí te los ofrezco, querido amigo, unos versos que llevan el título
de La
calabaza y la fresa, originales de Joaquín Mª González de la Llana. Van los
versos, por comodidad mía, sin su acostumbrada y nativa forma de “en su lugar descanso”, pero no creo que en pelotón te den fatiga o desasosiego.
"Quejábase amargamente una oronda calabaza de que, al
venderse en la plaza, no la apreciaba la gente con ser tan grande su traza. En
cambio, con gran sorpresa y con enfado veía lo que ella no comprendía: que,
siendo chica la fresa, por más precio se vendía. Y decía: “Es muy extraño que
una cosa tan pequeña la gente en comprar se empeña; y a mí, con mayor tamaño, me
desprecia y me desdeña”.
Dijo la fresa: “¿Te extraña que todo el mundo me elija? Es
que a la gente no engaña lo grande; solo se fija si es sabrosa nuestra entraña.
Tú eres grande, ¿quién lo duda?; mas, aunque eres tan panzuda, es tu entraña
hueca y sosa; mientras que es dulce y carnosa la mía, con ser menuda”.
No es lo más grande mejor: hay hombre que en apariencia es
grande y, a lo mejor, está vano en su interior y es insípida su ciencia.
Cuando un niño se coteja con su padre, y con su madre una
niña, les vienen ganas de ser grandes. ¡Cuántos gestos hemos reído o… lamentado
a propósito de esas ganas!
No tenemos, tal vez, en cuenta que el deseo de aparecer o
gustar es natural e innato. Pero no debe nunca afianzarse como “criterio de su
crecimiento”. Comentar (más que elogiar), celebrar (y no halagar), alegrarse (y
no presumir) de pasos, cortos o largos, en la maduración de su personalidad
pueden hacer, sin engreimientos, que se estimule el esfuerzo, se fomente la
confianza en sí mismos, y el orgullo de parecerse a lo más noble del árbol en
el que han crecido.
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