Aunque
vivió hace tres siglos, conoces, sin duda, al pintor vizcaíno Patricio
Ugarrize. El prior del monasterio cuyo retablo le habían encargado remozar a
Patricio revisó la nota que este le entregaba con los honorarios al final de su
largo y cuidadoso trabajo: 158 reales de vellón. Y no estaba de acuerdo el no
menos cuidadoso prior porque le parecían muchos reales. Y así se lo hizo saber
al artista pidiéndole detalle de lo hecho.
Y el artista volvió a repasar su intervención anotando cada uno de los
arreglos y el precio de su trabajo.
Helos aquí: Por corregir, retocar y
barnisar los Diez mandamientos, 26. Por afeitar a Pilatos y echar un galón
nuevo en la gorra, 8. Por arreglarle cola al gallo de la Pasión y ponerle
cresta, 4. Por arreglar los dedos al Buen Ladrón y sujetarlo en la cruz, 2. Por
lavar la cara a la criada de Caifás, 12. Por ponerle los dientes a Herodes y
atusarle la peluca, 6. Por limpiarle las orejas y el pelaje a la burra de
Balaán, 8. Por aumentar el cabesa a Goliat y engordarle pantorrillas, 8. Por
haser ventana nueva en Arca de Noé, 14. Por remendar camisa hijo pródigo, 6.
Por echar una asa nueva en cubo del Samaritana, 2… más lo que importaron otros detalles hasta
los 52 reales que faltan en la justificación total.
Me ha venido al recuerdo este
gracioso memorial económico al contemplar un año más con cuánta atención se
prepara, se vive y se celebra la Navidad, el acontecimiento más asombroso en la
historia de los hombres y el regalo más grandioso de Dios. Lo que importan,
parece, son las luces, los adornos, los brillos, las juergas, los sombreros,
las botellas, los disfraces, las sorpresas… Parece como si la niñez se
apoderase de mentes que razonan bien en cualquier otra ocasión, de criterios
equilibrados y maduros que aciertan en la gestión normal de la propia
existencia y de la ajena, de posturas que parecerían ridículas y de las que se
reirían los que no lo hacen de ordinario porque ahora las adoptan también.
Nuestra misión en la orientación de la vida de nuestros hijos, de nuestros jóvenes, de todos los que amamos, debe tener presente este desvío que resulta tan fácil y tan frecuente. El equilibrio al aceptar, la justa estima de las cosas sin dejarse dominar por ellas y la búsqueda de la verdad en medio de la hojarasca con la que algunos la ahogan, son fáciles de transmitir cuando nos ven optando con claridad, con decisión, con entusiasmo por lo que vale de verdad la pena.
Nuestra misión en la orientación de la vida de nuestros hijos, de nuestros jóvenes, de todos los que amamos, debe tener presente este desvío que resulta tan fácil y tan frecuente. El equilibrio al aceptar, la justa estima de las cosas sin dejarse dominar por ellas y la búsqueda de la verdad en medio de la hojarasca con la que algunos la ahogan, son fáciles de transmitir cuando nos ven optando con claridad, con decisión, con entusiasmo por lo que vale de verdad la pena.
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