Don Bosco tenía muy presentes las
palabras de Jesús a sus discípulos cuando les mandaba predicar desde las
azoteas las verdades aprendidas de Él. Lo cuenta san Mateo en el capítulo
décimo de su evangelio.
No es
de extrañar que Don Bosco leyese, comentase y sugiriese alguna corrección a sus
biografías, que fueron apareciendo en Francia a partir de 1881 la del doctor
Charles D'Espiney y en 1883 la de Albert du Bois. En 1884 aparece, como ya
sabemos, la primera española, Don
Bosco y su Obra, de monseñor Marcelo Spínola.
A
propósito de ésta es bueno recordar esta oportuna anécdota.
Un
provincial franciscano leyó esta biografía, recién editada, en un viaje desde España al Ecuador. Y allí
la propagó entre los suyos.
Don
Evasio Rabagliati, uno de los primeros salesianos misioneros a América, en uno
de sus viajes a Italia le comentó a nuestro Padre que había leído este libro y
que le había gustado mucho.
“- Bien, le
contestó Don Bosco, tradúcelo. Ahora sólo tú y don Luis Lasagna sois los únicos
misioneros capaces de escribir con corrección en italiano. Así lo haremos
imprimir.
- Pero
¡cómo, Don Bosco! - observó con toda confianza don Evasio Rabagliati -
¿Publicar nuestra alabanza nosotros mismos? ¿No le parece que eso no está bien?
- ¡Ah!, no;
mira: si no lo imprimimos nosotros, lo imprimirán otros y el resultado será el
mismo. No se trata de una persona; se trata de glorificar la obra de Dios y
no la del hombre,
porque obra suya es lo que se ha hecho y lo que se está haciendo”.
Cuando se define la virtud de la humildad
solemos cometer el error de afirmar que es la virtud que nos invita a disimular
el bien para no presumir de gigantes. Pero los santos, que nunca supieron presumir
de gigantes, sabían que la humildad es la virtud que anima a “predicar desde
las azoteas” el bien que derrama Dios sobre sus hijos.
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