sábado, 24 de diciembre de 2011

Jesús Vivo.

Greccio es una pequeña localidad a mitad de camino entre Roma y Asís. Y cuenta Tomás de Celano, franciscano desde joven, historiador y poeta, en su Vita prima de San Francisco, que éste quiso en 1224, tres años antes de morir, celebrar Navidad en aquella ciudad, “rica en su pobreza”, por la religiosidad de su moradores. Lo narra en el capítulo XXX de su obra.
Hombres y mujeres llegan gozosos llevando cada uno una luz “para iluminar aquella noche en la que se encendió en el Cielo, espléndida, la Estrella que iluminó todos los días y los tiempos”. Llega Francesco: ve que todo está según el deseo que había manifestado y se le ve radiante de alegría. Se acomoda el pesebre, se pone la paja, se trae al buey y al asnillo… Greccio es un nuevo Belén. Se canta y se llenan el bosque y las rocas de alabanzas al Señor. “El Santo está allí, extático, frente al pesebre, con el espíritu vibrante de compunción y de gozo inefable”. 
Después de la Misa, Francisco, revestido con sus ornamentos de diácono “canta con voz sonora el santo Evangelio: aquella voz fuerte y dulce, límpida y sonora, arrebata a todos con deseos de cielo... con palabras dulcísimas evoca al recién nacido, Rey pobre, y a la pequeña ciudad de Belén”“uno de los presentes - sigue Tomás de Celano - hombre virtuoso, tiene una admirable visión. Le parece que el Niñito yacía sin vida en el pesebre, y Francisco se le acerca y le despierta de aquella especie de sueño profundo. Y la visión prodigiosa no se apartaba de los hechos, porque, por los méritos del Santo, el niño Jesús resucitaba en los corazones de muchos que lo habían olvidado y su recuerdo permanecía impreso profundamente en su memoria”. 
Así se nos cuenta la historia de aquel primer Nacimiento. Y nos queda el deseo de que la voz de Francisco, la voz de tantos gestos de bondad de nuestro Rey pobre, que tan bien conocemos, despierten en nosotros, en nuestros hogares, en el corazón de nuestros hijos, en el de nuestros amigos, la presencia viva de Jesús que sólo nos pide que se lo abramos para poder entrar en él y cenar con nosotros.  

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