domingo, 4 de diciembre de 2011

Navigare necesse est.

Restos de una coca de la Liga
Escribió el griego Mestrio Plutarco en la biografía de Cneo Pompeyo el Grande (que tanto tuvo con César y tanto contra el mismo) que en uno de sus viajes a Roma, para animar a los marineros que se negaban a navegar por el aterrador estado del mar, les gritó que navigare necesse est, vivere non necesse est. Avivó en ellos con esas palabras tan fáciles de traducir, que el duro oficio del deber está por encima de cualquier miedo, de cualquier amenaza, de cualquier suerte.
A partir del siglo XII se fue consolidando (hasta el XVI en que se acabó de disolver) una federación o Hansa de ciudades del norte de Alemania, Países Bajos, Escandinavia, Inglaterra, Polonia, Finlandia, Dinamarca… que comerciaban entre sus puertos con madera, ámbar, cera, tejidos, ropa, resinas, centeno y trigo, pieles y lino y se defendían de la piratería que siempre ha existido. Llegaron a tener una red intensa de oficinas y puertos, de astilleros y  mercados, de almacenes y de apoyo de reyes y grandes.
Como el comercio era su vida y no podían quedarse a resguardo en el puerto cuando la mar rugía, les pareció bien adoptar también el viejo lema de Pompeyo, de modo que la llamada Liga Hanseática llegó a ser una grandiosa “empresa” marinera, atrevida y valiente, ejemplo de personas, sociedades mote  y naciones. 
No puede sernos ajeno ese mote. Porque nuestro deber de vivir con dignidad está por encima de todo lo que envilece nuestra condición: el egoísmo, el miedo, la reserva, la cobardía, la comodidad, la vagancia, el individualismo, el abandono.
Plutarco cuenta también el comienzo de la extraordinaria capacidad oratoria de Demóstenes, proverbial entre nosotros. Vivió en Grecia en el siglo IV. Era hijo de un acaudalado fabricante de armas. Quedó huérfano de padre a los 7 años y esto motivó, tal vez, que fuese mimado y "maleducado" por su madre. A los 16 años oyó hablar a Calístrato y se decidió a ser orador (una vocación un poco rara para nosotros, a quienes no preocupa demasiado hablar bien o entrar en política). Tenía poca voz, tartamudeaba, le horrorizaba hablar en público. Entonces, aconsejado por el actor Sátiros, se hizo construir un escondite subterráneo, se afeitó media cabeza para obligarse a no presentarse en público (hoy habría salido igual) y se encerró hasta lograr lanzar un discurso con el que logró meter en la cárcel a sus tutores, que le habían expoliado. Se dedicó a la política, habló y hablo y habló contra Esparta, escribió discursos contra unos y otros y se convirtió en el que dicen el mejor de los oradores.
No puede haber nada que nos detenga en la búsqueda de nuestra excelencia. Pero menos que nada nuestro propio adocenado yo.

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