Para pasar por tren de Frutigen a Raroña, en Suiza, se abrió en los
Alpes, en 2007, un túnel de unos 35 kilómetros de longitud: Es el túnel de
Lötschberg. Al horadar la montaña se tuvo la desagradable sorpresa de dar con
una suave corriente de agua a 18 grados y un caudal de 70 litros por segundo. Un agua tan caliente para un lugar donde la
temperatura ronda los 4 grados, no se podía derivar hacia el cercano río
truchero. Pero el ingeniero jefe del túnel, Peter Hufschmied, casado con
una rusa, tuvo una idea, según cuentan las crónicas de los hechos: criar
esturiones siberianos.
Los
esturiones siberianos, de hasta un metro y 200 kilos, fueron desapareciendo por
las intensas campañas de pesca de los últimos años. Y por ello se introdujeron
en Europa, en los años 70 del siglo pasado, piscifactorías de este apreciado
productor del caviar.
Tuvo
vista Hufschmied y los 35.000 esturiones que se mueven en los 2.700 metros
cúbicos de agua templadita de las piscinas de la empresa Tropenhaus Frutigen y
de los que se obtuvieron este año 800 kilos a 3.000 euros el kilo.
Suena
raro: desde los Alpes suizos se envía caviar a Estados Unidos, Alemania y Asia.
Y dentro de poco serán 60.000 esturiones que producirán tres toneladas de
caviar que enviarán a un mercado más amplio.
Es
tan límpida la lección de las aguas de Lötschberg
y tan estimulante la intuición de Hufschmied que ha parecido oportuno traerlas
aquí.
¡Cuántas
veces nos quedamos pasmados ante hechos que parecen obstaculizar nuestros pasos
y que, sin embargo, habrían podido transformarse en una llegada victoriosa a
una noble meta! Solemos sucumbir al frecuente recurso de la cantilena de la
”mala suerte”. Con tal de no confesar que somos perezosos o pusilánimes o romos
en percibir una luz inesperada en medio de lo que nos parece que es todo
oscuridad.
Y,
no obstante, el triunfo de personas que empezaron con nada en el bolsillo y
todo en su cabeza y en su corazón, debería hacernos abandonar el pelotón de los
resignados, de los quejicas y de los derrotistas para convertirnos en hombres
decididos a construir de tantas formas
un mundo mejor y una sociedad más briosa. Sobre todo en nuestro papel de padres
y educadores deberíamos despertar en nuestros hijos y discípulos el arrojo de
los innovadores, de los emprendedores, de los audaces.
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