Fue
Décimo Junio Juvenal quien escribió en el puente del siglo I al II, en su
sátira 10, esta frase que tanto repetimos los viejos: … nam qui dabat olim imperium, fasces, legiones, omnia, nunc se
continet atque duas tantum res anxius optat, panem et circenses…. Que viene
a decir (pero no te contentes con mi
traducción un poco rastrera): … pues
quien daba en el pasado el poder, la justicia, el ejército, todo… ahora se
contenta afanosamente con sólo dos cosas: pan y circo. Ya sabes: circo eran los espectáculos que se
regalaban al pueblo para tenerlo contento; y pan el remedio del descontento de los pobres que habían visto subir
el precio del trigo y necesitaron convertirse en paniaguados del Estado.
La annona era un derecho. Había empezado,
como sabes, siendo una diosa (con mayúscula, por tanto: Annona), protectora de las trojes oficiales. Y se convirtió en el
sustento gratuito o casi gratuito que, desde Cayo Sempronio Graco el año 123,
recibía el pueblo. Treinta y dos años más tarde 40.000 ciudadanos romanos
tenían ya derecho al sustento público. Augusto se encontró en Roma, cuando
estrenaba siglo (nuestro siglo I), con
200.000 de estos. Se alegraba de haber podido robustecer al Estado y a
50.000 de sus sustentados al quitarles el pan y hacer que se lo ganasen.
Pero poco más tarde,
Septimio Severo se dijo que por qué los de su pueblo (Leptis Magna, en África) no iban a tener los mismos derechos que
los romanos de Roma.
Y el número de los beneficiados subió hasta 320.000. Septimio Severo Alejandro mejoró la cesta de la annona y en vez de trigo, para ahorrar trabajo a su sudoroso pueblo, le dio trigo hecho ya pan. Y Aureliano, en el alba del siglo III, daba ya pan y medio por cabeza. ¡Y vino! ¡Y carne de cerdo!
Y el número de los beneficiados subió hasta 320.000. Septimio Severo Alejandro mejoró la cesta de la annona y en vez de trigo, para ahorrar trabajo a su sudoroso pueblo, le dio trigo hecho ya pan. Y Aureliano, en el alba del siglo III, daba ya pan y medio por cabeza. ¡Y vino! ¡Y carne de cerdo!
Este fue el Aureliano
(Lucio Claudio Domicio Aureliano, que era húngaro, es decir, de la Panonia
romana) que dejó su nombre en la muralla de ladrillo, todavía visible en
Roma, que levantó por miedo a los
bárbaros venían despeñándose desde lejos. Y no se daba cuenta de que los
bárbaros que estaban acabando con el Imperio estaban dentro. Y que fueron estos
bárbaros domésticos, con sus regidores, los que llevaron a Roma al derrumbe
económico y a su desintegración y desvanecimiento.
Y como esta historia
es de por sí elocuente para todos los tiempos, ¡ojalá que valga para el
nuestro!
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