Desde
el comienzo de su vida, la Iglesia tuvo en cuenta sólo cuatro de los evangelios
en que se escribieron la vida y las palabras de Jesús. Pero la lectura de
algunos de los ingenuos relatos de otros, llamados apócrifos, despierta sentimientos
de ternura y piedad.
En
el capítulo tercero del llamado Evangelio de Santiago se lee: “José
ensilló la asnilla e hizo que María se sentase en ella [...] Cuando estuvieron
a tres millas de distancia, José se volvió y al verla triste se dijo: «Probablemente
lo que lleva dentro la hace sentirse mal...». Y otra vez que se volvió José vio
que reía. Entonces le dijo: «María, ¿qué es lo que tienes que veo tu rostro
unas veces que ríe y otras sombrío?». Y dijo María a José: «Es porque veo con
mis ojos dos pueblos: uno que llora y se golpea el pecho y el otro que se
alegra y goza». Llegados a la mitad del camino, María le dijo. «Bájame de la
asnilla, porque lo que está en mí aprieta y me obliga a dar a luz»”
Aquel lugar, a unos cinco kilómetro de Belén en
el camino de esta ciudad a Jerusalén, fue honrado, siguiendo la tradición, por
los cristianos desde los primeros tiempos. Una mujer devota de mitad del siglo
V, Ikelia, levantó sobre la piedra en que, según la tradición, se había sentado
María para descansar, una basílica. Se la llamó con el nombre griego de Katisma
(asiento o lugar de descanso). Los árabes la llaman Bir-el-Quadismu,
“Pozo del Descanso” o “Pozo de los Magos”.
Las excavaciones realizadas por los judíos (dirigidas por Rina Avner) dieron
a conocer una planta octogonal, en cuyo centro sobresale unos ocho centímetros
del suelo una roca. Dos anillos de columnas rodean el octógono y hay, en forma
de cruz, cuatro capillas. El conjunto mide cincuenta y dos metros de largo.
Estos hechos revelan tanto la ternura con que
los fieles seguían los pasos de María, como la mirada llena de compasión de
ella hacia los hombres («Veo con mis ojos dos pueblos...») y la de aquellos
primeros devotos a la Madre de Jesús, a la que sentían como una Madre sencilla y
necesitada del mimo de sus hijos.
Un antiguo escritor decía a propósito de esta
piedra, Katisma, y del descanso de María y del cansancio de Jesús: “... aun
teniendo hambre, eres el pan de la vida, y teniendo sed, eres el refrigerio de
los sedientos: eres río de incorruptibilidad. Y aun cuando te cansas
recorriendo la tierra, caminas sin dificultad sobre las olas del mar.
«Levántate, Señor, y ven a tu descanso tú y el arca de tu santificación»:
evidentemente la Virgen, la Madre de Dios. Porque si tú eres la perla, con todo
derecho ella es el cofre. Si tú eres el sol, necesariamente será llamada cielo
la Virgen. Si tú eres la flor incontaminada, la Virgen será entonces planta de
incorrupción, paraíso de inmortalidad”.
No es ahora distinto. Ella sigue colaborando, siempre Auxiliadora, en la obra de su Hijo. Camina entre nosotros, toma descanso con nuestro descanso, siente la presura de dar a luz, a la Luz, para rescatarnos de la tiniebla.
No es ahora distinto. Ella sigue colaborando, siempre Auxiliadora, en la obra de su Hijo. Camina entre nosotros, toma descanso con nuestro descanso, siente la presura de dar a luz, a la Luz, para rescatarnos de la tiniebla.