Atenas. Lugar del Areópago (Colina de
Ares)
El precioso libro de
los Hechos de los apóstoles nos presenta a uno de ellos, Pablo, queriendo
dirigir la atención de sus más o menos oyentes en el Areópago de Atenas hacia
el Dios desconocido cuyo altar
acababa de ver. Pero su fuego de enamorado chocaba contra la frialdad del
pensamiento de los atenienses y su ciencia inigualable tendía como destino a
las mentes pobladas por los chismes y las algaradas del Olimpo.
Aquel dios desconocido era, según parece, el
que sin duda estaba, pero no se manifestaba, en el lugar en que se detuvo una
oveja de las que, sueltas por Epiménides, indicaban al detenerse junto a uno de
los muchos altares de la ciudad, a qué
dios se le debía sacrificar para acabar con la plaga que los asolaba. Así lo
cuenta Diógenes Laercio.
Sin plaga ya y sin el
nombre de aquel dios, a los sabios de Atenas, les sonaba a chino la
argumentación de Pablo. Y el pobre apóstol se sintió tan decepcionado por la
sordera de la filosofía, que abandonó aquella ilustre capital del saber.
¿Qué haría Pablo en
esta Colina de Ares nuestra, llena de
altares a los dioses bien conocidos del Éxito, el Placer, el Dinero, el Premio,
el Enchufe, la Recomendación, la Zancadilla, el Trofeo, el Egoísmo, la
Celebridad, la Fama, la Importancia… si la voz del que recomienda el
Sacrificio, la Generosidad, el Altruismo, el Trabajo, la Renuncia, el Perdón,
el Amor, la Cruz … como camino seguro hacia la Grandeza, queda apagada por nuestra sordera y se pretende matar al
que nos la dirige?
Si tenemos que
construir una ciudad en la que no nos perdamos porque todas las calles nos
lleven a la muerte, debemos despertarnos del letargo del Olimpo moderno y
grabar en el alma de los que nos quieren el dulce nombre de Jesús, el Dios
desconocido.
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