miércoles, 3 de octubre de 2012

Desconocido.



Atenas. Lugar del Areópago (Colina de Ares)

El precioso libro de los Hechos de los apóstoles nos presenta a uno de ellos, Pablo, queriendo dirigir la atención de sus más o menos oyentes en el Areópago de Atenas hacia el Dios desconocido cuyo altar acababa de ver. Pero su fuego de enamorado chocaba contra la frialdad del pensamiento de los atenienses y su ciencia inigualable tendía como destino a las mentes pobladas por los chismes y las algaradas del Olimpo.
Aquel dios desconocido era, según parece, el que sin duda estaba, pero no se manifestaba, en el lugar en que se detuvo una oveja de las que, sueltas por Epiménides, indicaban al detenerse junto a uno de los muchos altares de la ciudad,  a qué dios se le debía sacrificar para acabar con la plaga que los asolaba. Así lo cuenta Diógenes Laercio.
Sin plaga ya y sin el nombre de aquel dios, a los sabios de Atenas, les sonaba a chino la argumentación de Pablo. Y el pobre apóstol se sintió tan decepcionado por la sordera de la filosofía, que abandonó aquella ilustre capital del saber.     
¿Qué haría Pablo en esta Colina de Ares nuestra, llena de altares a los dioses bien conocidos del Éxito, el Placer, el Dinero, el Premio, el Enchufe, la Recomendación, la Zancadilla, el Trofeo, el Egoísmo, la Celebridad, la Fama, la Importancia… si la voz del que recomienda el Sacrificio, la Generosidad, el Altruismo, el Trabajo, la Renuncia, el Perdón, el Amor, la Cruz … como camino seguro hacia la Grandeza, queda apagada  por nuestra sordera y se pretende matar al que nos la dirige?   
Si tenemos que construir una ciudad en la que no nos perdamos porque todas las calles nos lleven a la muerte, debemos despertarnos del letargo del Olimpo moderno y grabar en el alma de los que nos quieren el dulce nombre de Jesús, el Dios desconocido.  

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