martes, 23 de octubre de 2012

¡Contacto!



Hemos sabido estos días que la beluga NOC aprendió a hablar (los entendidos dicen que no se la debe llamar ballena blanca o de otro modo más cariñoso, porque las belugas tienen dientes y las ballenas, no). La beluga es gordita, pero no llega a crecer mucho. Dicen los entendidos (y podemos fiarnos de ellos) que los machos, más grandes que las hembras, no sobrepasan los cinco metros y medio. Las belugas tienen una protuberancia en la frente y son muy sociables. Tal vez para serlo poseen un sentido del oído muy alto.
En la Fundación Nacional de Mamíferos Marinos de EEUU (National Marine Mammal Foundation) en San Diego empezaron a sospechar, hará unos treinta años, que unas voces que se oían en el lugar donde nadaban ballenas, delfines y belugas procedían de una de éstas. Y la grabaron. Emociona escucharla… Y, más todavía, leer la interpretación del especialista de la Fundación, Sam Ridgway: que la ballena "tuvo que modificar su mecánica vocal para emitir este tipo de sonidos" y que "este esfuerzo sugiere una motivación para el contacto por parte del animal".
NOC murió hace cinco años. Pero escuchar su voz y saber que a lo mejor aprendió a “hablar” con los hombres para tenerlos de amigos nos debe llevar a una reflexión que eduque nuestro hablar. Y nuestro papel de maestros del habla con nuestros hijos, con nuestros nietos, con nuestros niños, con nuestros jóvenes, con nuestros amigos.
No ofende a nadie (y con ese deseo lo digo) afirmar que es triste constatar que algunas veces nos parece que en vez de hablar, ladran o mugen o rugen o balan. ¿Somos nosotros los que usamos un lenguaje que inspire violencia, miedo, humillación, deseos de huir, sometimiento, gregarismo, borreguismo o sentimientos de rechazo, antipatía, repugnancia, condena? Porque el habla se aprende esencialmente en el hogar. O en la guarida cuando no se ha sido capaz de crear un hogar.  
¡Cuántas veces hemos oído, y cuántas no escuchado, que enseñamos con la vida y que muchas veces hacemos de la voz, don precioso, un instrumentos de enemistad frente a todos y con todo! ¡Y cuántas veces hemos conocido familias en las que la voz es un tesoro adornado de belleza, respeto, estímulo, paciencia, cariño, acogida…!  

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