En 1917, hace casi un siglo, don Miguel de
Unamuno, a quien bien conocéis, revisó un libro propio que contenía siete
ensayos. El primero lleva el título de Contra el purismo. Y en él va afirmando:
«Llamo aquí civilización al conjunto de instituciones públicas de que se nutre
el pueblo oficialmente, a su religión, su gobierno, su ciencia y su arte
dominante; y llamo cultura al promedio del estado íntimo de conciencia de cada
uno de los espíritus cultivados… El proteccionismo lingüístico es a la larga
tan empobrecedor como todo proteccionismo; tan empobrecedor y tan embrutecedor…
cabe sostener que una de las más profundas revoluciones que pueden hoy traerse
a la cultura (o lo que sea) española, es, por una parte, volver en lo posible a
la lengua del pueblo, de todo pueblo español, no castellano tan sólo, es
cierto, mas, por otra parte, inundar al idioma con exotismo europeo … la vida
se debe a los excitantes, y hasta a las intrusiones de las corrientes
heterodoxas. Las lenguas, como las religiones, viven de herejías. El
ortodoxismo lleva a la muerte por osificación; el heterodoxismo es la fuente de
la vida».
Transcribo esto cuando tímida y profanamente
me asomo a tomar el pulso a la cultura de nuestro pueblo y advierto la siembra
de palabras nuevas en nuestra lengua que seguramente encantarían a don Miguel.
Advertiría con qué pujanza avanza el idioma castellano, por ejemplo, gracias al
“heterodoxismo fuente de vida”: onlain
(está claro ¿no?), internet, uasap,
bloguero, chatear, customizar, friki, tableta, sánduich, estrés, “celular”,
tunear, grafitero, video, comando, cliquear, sueter, toner…ueb, baner, hit,
zip, aipad, uindos, feisbuk, email, android, escáner, pen, host, modem,
pasuord…
Y con qué docilidad el “proteccionismo, tan empobrecedor y
tan embrutecedor” abre por fin el paso en el diccionario de nuestra Real
Academia (con sus trescientos años a cuestas, que “limpia, fija y da esplendor”
a nuestra lengua) a la riqueza que aportan otras lenguas, por lo visto más
limpias y luminosas que la nuestra.
Hasta
aquí la ironía. Ahora un poco de seriedad. Porque la ironía es siempre un poco
de pimienta negra. ¿A qué modos de vida, de conducta, de trabajo, de servicio…
hemos abierto la puerta en estos cien últimos años? ¿Estamos seguros de que
nuestra identidad, limpia, fija y
esplendorosa, es de verdad una identidad que vale la pena conservar? O, al
menos, ¿hay en ella rasgos conocidos, definidos, subrayados por el buen sentido
y que ennoblecen la vida de los que los poseen?
No es esta tribuna de decisiones y
definiciones. A cada padre, a cada madre, a cada educador le corresponde
mantener el alma (no el arma) en alto para cerrar el paso a desviaciones en las
líneas que deben definir nuestra fisonomía personal, familiar, colectiva,
ciudadana, nacional. A costa de parecer raros o rancios. No es rancio el oro
que se aprecia, se muestra y se mantiene como un tesoro estimable. No es rara
la corriente de agua pura en la que cada uno y todos juntos podemos mirarnos,
beber y bañarnos.