Nos
hacían aprender: “Un kilo es el peso de un cilindro sólido de platino e iridio que está muy guardado en el Bureau International des Poids et Mesures
en Sèvres”, cerquita de París. Y
el metro era, hasta 1960, un prototipo consistente en “la distancia que hay entre dos muescas en una barra de platino e iridio del mismo Bureau”.
Yo me
hacía un lío con las palabras, me intrigaba lo del iridio y me indignaba que el
metro y el kilo lo tuviesen los franceses. Y, naturalmente, me daba miedo
pensar que al comprar garbanzos, pongo por caso, el kilo que usaban no fuese
bueno.
Después
de 126 años ya no valen las definiciones almacenadas en la recámara de la
memoria. Y afortunadamente ya no tienen de qué presumir el cilindro y la barra
de Sèvres. Estoy de acuerdo con David Newell, físico del Instituto Nacional de
Estándares y Tecnología de Gaithersburg, en Estados Unidos, en que “es un
momento emocionante”. Duermo mal desde que lo sé. Dicen que el kilogramo no
será más preciso, pero sí más estable. ¡Menos mal! Algo han conseguido los de
Gaithersburg. Y no como el de París que podía sufrir un sofocón o un resfriado
si no estaba siempre bien aislado. O perder algún átomo que otro. O ganarlo.
Como no estoy en edad de aprender más definiciones físicas o
matemáticas, pero sí de defender posturas, me pregunto: ¿Qué criterio de
valores tenemos al cultivar la preciosa cosecha que nos toca cuidar? ¿Pesamos y
medimos con la medida adecuada? ¿O
hemos decidido que no vale la pena vigilar, rechazar y eliminar al ladrón o
maligno que nos sorprende de noche y le dejamos sembrar cizaña? Se nos ocurre
que es inútil; que la mala hierba estará siempre entremezclada con la buena;
que ya se darán cuenta los segadores del buen trigo al elegir y a los que coman
el pan de separar el pan sano del pan envenenado.
Es decir, nos resulta más cómodo no hacer nada y dejar que
sea la vida la que enseñe; nos parece que no pasa nada si no hacemos nada. Si
la cosecha nos sale mal podremos siempre echar la culpa a los amigos, al mundo
de hoy, a los otros, al primer otro que se nos ocurra: “¡Su madre no supo
decirle las cosas como son!”. “¡Su padre no movió un dedo en su educación!”.
“¡Los maestros de hoy no son como los de ayer que hacían siempre de los
muchachos hombres de provecho!”.
No viene mal repasar nuestro cuadro de pesos y
medidas. ¡Y usarlo!