jueves, 10 de marzo de 2011

¿Desmenuzarse?


El suelo se resquebraja. La piedra se desmigaja entre los dedos. Se producen socavones amenazadores. Las calles están desiertas. Aunque en verano Lésina Marina, en la provincia italiana de Foggia, se llena con miles de turistas cercanos: “¡En la playa no hay peligro! Y en septiembre nos vamos”.
Es un fenómeno alarmante, pero natural, dicen los expertos. Su sino último, tarde o pronto, es la disolución. ¿Pero cómo es posible? Lo atribuyen a la densa red natural de aguas que van reblandeciendo todo por capilaridad. O por lo que sea. La tierra se empapa de agua y se convierte en polvo. El canal de Gargano podría ser el causante. Y se plantean trasladar a la población con sus casas lejos de esa trampa mortal.
¿No lo han observado ustedes a su alrededor, en sí mismos, en las instituciones que parecen fundadas para sostener y que no se sostienen ellas mismas? ¿Han observados ustedes a sus hijos, si los tienen, o a las muchachas y muchachos de la edad que tendrían sus hijos si los tuvieran?
“¡Exageras!” No parece. Nos gustaría que todo esto fuese una exageración: pero no es así. No es posible que se inventen aparatos tan sabios que lleguen a la resonancia magnética de la personalidad. Pero si así fuese, la alarma de una pandemia de inconsistencia de nuestro sistema óseo espiritual sería terrible.  
La educación de los niños hoy es la de la complacencia: “¡Que no sufran!”. Más todavía: “¡Que se diviertan!”. Muchas madres recurren a los médicos pidiendo sólo para sus hijos algo para que no les duela lo que les duele. No les importa estar maleducándolos dándoles de comer lo que les gusta. O atiborrarlos con veneno en forma de dulzainas. ¡Cómo penan los padres que ven a sus hijos ahogados por la droga! Y fueron ellos, los padres, los que los indujeron a morir así dejándolos empezar ¡por la complacencia!  
¡El gusto! Es el criterio más alto de nuestra vida actual. Basta analizar los programas políticos de todos los partidos, de todas las tendencias. En lo más alto de sus proyectos está la meta: “Estado de bienestar”.
El esfuerzo, la superación, el trabajo, la exigencia, la constancia, la renuncia, la generosidad, el altruismo, la solidaridad, la responsabilidad, el deber, la entrega, la nobleza, la apertura, el sentido del “otro”, la dignidad, el honor… “¿Dónde va usted? ¡No sea rancio! Esas son cosas de cuando no teníamos qué comer. ¡Ya está bien de sufrir! ¿No se ha enterado usted de que la democracia nos ha traído un modo distinto de vivir? ¡Déjenos de antiguallas y respete nuestro modo de ser y de ver las cosas!”.     
¡Pues no tenemos que dejar! El polvo de nuestra roca no puede convertirse en la médula de nuestras vidas.

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