Encaminándonos, en el momento que nos encontramos, hacia la luz y el triunfo de la Pascua, no está de más considerar que nos sucede como a nuestro Maestro y Señor: solamente llegaremos a la luz y el triunfo definitivos atravesando, de algún modo, momentos de oscuridad y dolor; que pueden ser en muchos casos la incomprensión, la humillación, el desprecio...
No hemos de pensar que estas situaciones tengan que darse únicamente de modo personal, sólo en ese ámbito.
La fe en Cristo Jesús nos hace hermanos y nos constituye en una misma familia. Es la Iglesia, la familia toda de Jesús, quienes estamos hoy sufriendo la persecución, la humillación y el acoso en muchos lugares y niveles. También muy cerca de nosotros. ¿Llegamos a sentir que nos salpica ese dolor?
No podemos reducir nuestra actitud al lamento, a la queja y la protesta. Es verdad que hay situaciones y comportamientos que nos indignan. ¿A quién no le causa vergüenza y estupor, aunque no sea creyente, lo sucedido hace unos días en la Capilla de la Universidad Complutense de Madrid? ¿En un lugar de cultura y preparación de las futuras generaciones se puede dar tal grado de prepotencia e intolerancia?...
Podemos hacer muchas más preguntas y expresar nuestra indignación...
Pero, ¿nos sentimos cercanos y partícipes del sentimiento de quienes, estando allí orando, sufrieron la humillación, el desprecio...?
Hay una cuestión en la que me ha hecho reflexionar la frase de un ateo francés, Albert Camus, que encontré en una lectura hace unos días: “La honestidad consiste en juzgar a una doctrina por sus cimas, no por sus subproductos...”. Por el contexto de sus palabras, se refería a la fe cristiana.
Existen en nuestro tiempo muchas personas que siguen juzgando al cristianismo, a la Iglesia, por sus errores, fracasos y pecados únicamente; pero no prestan atención a sus “cimas”… Forma parte de la condición humana.
Hay un reto y compromiso para nosotros: ser capaces de convertirnos, en este momento que vivimos, en “cimas”; a fin de que, tanto ahora como en la historia posterior que nos juzgue, podamos ser punto de referencia de honestidad, de fidelidad, de amor...
En las circunstancias que nos toca vivir, “nuestra vida será el testimonio más difícil, pero también el más auténtico”. Contamos con la ayuda del Señor. Y con su ejemplo.
También Él presintió el sufrimiento y tuvo miedo... Sin embargo, se sometió a la muerte. Una muerte que, incluso muchos creyentes, podemos considerar gratuita, innecesaria..., porque se hubiera podido evitar “con un manotazo de Dios sobre los hombres malvados”...Pero no es ese el proceder de Dios.
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