En la fiesta que
Medio dió en Babilonia el 31 de Mayo del año 323, Alejandro Magno se sintió
mal. Y fue decayendo con fiebres sin remedio hasta su muerte el 10 de Junio.
Medio no fue precisamente amigo del pequeño de estatura y gran general
macedonio y conquistador de medio mundo que movió tanto en tan poco tiempo.
Medio fue un moscón
de corte, más bien, que pasó en la historia de Alejandro y en la Historia de la
Humanidad como adulador. Poca cosa. Pero de él se guarda algo tan sabroso como
lo siguiente que refería Plutarco en sus consejos para distinguir al adulador
del amigo: «que recomendaba atacar y morder sin miedo con calumnias, diciendo
que aunque la víctima lograse sanar de la herida, queda en todo caso la
cicatriz». Nosotros decimos ahorrándonos palabras, pero no saña: “Calumnia que
algo queda”.
Tal vez alguno tenga,
como tengo yo, la impresión de que vivimos en un tiempo y en un lugar en el que
todos arrastramos en nuestras carnes alguna cicatriz. O que todavía nos sangra
el alma atacada y mordida. Te invito a que prestes atención a cualquier
conversación. Entre frase y frase se entrevera un mordisco, una agresión, un
ataque, una calumnia, un encantamiento maligno que hiere a su víctima y
contagia a quien escucha.
Porque la
maledicencia actual es fruto de una moda. Se ha puesto de moda insultar. Bien
sabemos que las modas consisten en adoptar un modo que “se lleva”. Y si no “lo
llevas” quedas mal. La entereza del que sabe lo que debe llevar y lo lleva se
quiebra en los que no saben por qué hay que llevar lo que lleva, pero lo lleva
porque lo llevan todos.
Es efecto de
cretinismo por consiguiente. Como mi criterio no me llega para juzgar con
limpieza de miras y grandeza de ánimo, adopto el modo del que más grita. ¡Y
menos mal!
Porque si la calumnia fuese la excrecencia
moral de quien ha ahogado la conciencia o quiere ahogar la existencia del que
no coincide con él, estamos ante el que clama por la libertad y la ahoga en el
que pretende vivir en ella.
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