Con toda la atención puesta en Roma son muchos los que se escandalizan
por el mutismo comunicativo del colegio cardenalicio. Cada vez saben a
menos las píldoras de Lombardi y son más los que se quejan de la
política de medios que suspende las ruedas de prensa y amenaza con pena
de excomunión al cardenal que se atreva a tuitear durante el cónclave.
Esta estrategia es difícil de explicar en un mundo híper-mediático en
el que cualquier silencio hacia los medios se malinterpreta como falta
de transparencia. He aquí una interesante lección que pone en su sitio
la incuestionada dictadura de los medios. Y es que hoy toca hablar no de
libertad de información, sino de la discreción y la prudencia que exige
este tipo de procesos en los que, nunca mejor dicho, es fundamental
preservar la libertad de Espíritu.
Jamás habíamos asistido a previos de un cónclave tan mediatizado por la
opinión pública como éste. Hay quien quiere hacerlo parecer una campaña
electoral o un escrutinio público del que debería surgir un elegido.
Pero la Iglesia se empeña en recordarnos que hay momentos en que el
silencio es el mejor compañero, en que necesitamos espacio y profundidad
para captar aquello que se mueve en lo hondo y discernir con libertad
las mociones del Espíritu.
Quizá cueste admitirlo, pero ya pasó el momento de opinar, comentar,
incluso de informar... Ahora es tiempo de rezar para que sea el
Espíritu, con su sabiduría, el que mueva los corazones del cónclave.
Sólo así, desde el misterio, Dios encontrará, una vez más, espacio para
hacerlo todo nuevo.
(Fr. Dan, tomado de www.pastoralsj.org)
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