La Humanidad goza con el
patrimonio histórico y artístico que ha heredado desde el principio de la obra
de los hombres. Uno de esos depósitos se encuentra en Noruega, en el municipio
de Alta, en las orillas del Altafjorden, y se extiende por los espacios
boscosos y la meseta de Finnmarksvidda. Allí un río, el Altaelva, ha formado a
lo largo de los tiempos, desde la meseta hasta el fiordo, uno de los más grandes cañones de Europa.
Las pinturas son, si no
las más numerosas del mundo (tres mil en cinco puntos distintos) son casi las
más, después de Chiribiquete. Son un recorrido sobre la vida de estas gentes
que vivieron hace seis mil años y que se descubrieron hace menos de cincuenta.
La firma de nuestros
antecesores es sagrada. Nos puede parecer ingenua, machaconamente repetida,
muda, ya que no sabemos qué han querido decirnos. Pero esto sucede igual en la
vida que llevamos adelante en el hoy y en la que no entendemos la lengua con
que los hombres se expresan, que no debe preocuparnos si el lenguaje es inasequible.
Pero sí debemos vivir de modo que nuestra
palabra construya. Que no sea un instrumento punzante en nuestras relaciones.
Que quien nos oiga quede con el gusto y el deseo de volvernos a oír.