Como sabes, la populosa ciudad
de Pompeya quedó sepultada en Agosto o, más probablemente, en Noviembre del año
79 dC bajo el material arrojado por el volcán Vesubio. Mucho más tarde el rey
de Nápoles, Carlos de Borbón, futuro Carlos III de España, encargó al ingeniero
militar español Roque Joaquín de Alcubierre que comenzase las excavaciones para
sacar la ciudad al sol. Era el año 1738. Y entonces empezó un trabajo que sigue
todavía hoy, día a día.
La ciudad existía como entidad
poblada, al menos desde el siglo VII aC. Los oscos y los samnitas anduvieron
por allí y estos últimos, unidos a otras ciudades de la región llamada hoy
Campania, lograron no caer de momento en las garras de los romanos. Pero estos,
en el año 80 aC, la rindieron dándole el nombre de Colonia Cornelia Veneria Pompeianorum. Fue puerto importante para
el paso de mercancías, con la via Appia
muy cerca, hacia el Sur. El año 62 quedo muy dañada por un devastador
terremoto, de modo que la destrucción venida del Vesubio en el 79 cayó sobre
ella cuando se reponía de las heridas anteriores.
Prueba de ello es cuanto
sigue: en una
“manzana” de la calle de la Abundancia
se ha encontrado recientemente un conjunto de indudable interés histórico y
arqueológico en el que se trabaja para ofrecer dentro de tres años en su visita
a los admiradores del Vesubio, tres mil metros cuadrados más de recuerdos de
aquel pasado tan remoto. Lo forman una
panadería con sus elementos de producción, por ejemplo los esqueletos de los
asnos que movían el molino (¡y el de una mula!), varios frescos de la Casa de los Castos Amantes y otra casa
llamada de los Pintores en su trabajo.
De esta casa es la imagen que acompaña a estas letras.
Parte de la pared se ve terminada con rojo
cinabrio. Inmediatamente a la derecha se ve una superficie en blanco preparada
para recibir el color. Las líneas rectas ya trazadas en ocre serían después los
límites de los espacios en color que simularían fondos de paño o cortinajes de
la estancia. Pero la labor quedó truncada.
Y aquí nuestra reflexión. ¿En qué momento o después de qué hecho he
advertido que mi obra de construcción de la personalidad de mi hijo, de mi pupilo…
quedó en ciernes o por perfilar? ¿O hasta quedó quebrada? Porque si lo analizo
tal vez descubro que mi intervención fue inoportuna, mi trato fue ofensivo
(¡sí, “subjetivamente”, pero ofensivo!), mi actitud obsesiva, mi conducta
desinteresada, fría y distante. Dejé de ser amigo y cesó mi capacidad de
educador.
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