El-Bahnasa es el nombre actual de la antigua ciudad
egipcia de Per-Medyed a unos 150 kilómetros al sudoeste de El Cairo, en Egipto.
Pero cuando los griegos llegaron allí, con la “dinastía” de los Ptolomeos en el
siglo IV aC, la llamaron Oxirrincos, que significa, más o menos, morro agudo, nombre que atribuían a un pez, indecorosamente mordaz.
La ciudad fue cuna de una vida y una cultura
intensas y variadas hasta que, por falta de agua en su canal de Bahr-Yusef, fue poco a poco abandonada,
hollada, saqueada y olvidada, sobre todo a
partir del año 641 con la invasión árabe.
Y llegó
Napoleón en 1799 con sus soldados y sus estudiosos. Y uno de estos, Vivant Denon descubrió bajo aquellas arenas,
aquí y allá, una prodigiosa fuente de
cultura: que no llegaron a identificar.
Casi un
siglo más tarde, 1897, Bernard Pyne
Grenfell y Arthur Surridge Hunt excavaron, descubrieron y se llevaron a
Inglaterra miles de papiros con escritos apasionantes de comercio, filosofía,
matemáticas, ciencias, historia, religión…: los Oxyrhynchus Papyri.
No
interesaría mucho para este escrito todo lo anterior si entre los papiros de
contenido religioso no se hubiese identificado uno con este contenido que, sin
duda, te suena:
Bajo tu amparo nos acogemos,
santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas
que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien, líbranos de todo peligro,
¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!
Vale la pena subrayar tres palabras del texto griego (según
el estudioso Edgar Lobel del año 250, más o menos) eusplanjnían (tiernas entrañas), que es mucho más que “amparo” o
“auxilio”; zeotóke (Madre de Dios);
y, repetida dos veces, móne (la
única), para apreciar la antigüedad, la delicadeza y la veneración del que
compuso esta invocación y de los que, apreciando todo eso, la rezaron, la
transmitieron y la copiaron.
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