Una de las grandes
“devociones” de Don Bosco (seguimos recordando que estamos - ¡ya casi al final!
– en el bicentenario de su nacimiento) era la del Papa. No sólo porque trató,
recurrió y agradeció de corazón la extraordinaria atención que prestaron a sus
singulares obra y vocación los papas Pío IX y León XIII, sino porque Don Bosco
fue un torrente de afecto hacia el “Divino Salvador”, como llamaba a Jesús de
Nazaret y veía en el Papa su presencia histórica.
Llena con su
originalidad (la del Evangelio) y su cercanía (la de Jesús) el aire en el que
se relaciona con quienquiera que sea el Papa Francisco. Pero mantiene hacia su
predecesor Benedicto una actitud de aprecio, respeto, cariño y deferencia que
muestran la grandeza de uno ante la grandeza del otro.
Es bueno que
repasemos algunos de los sentimientos que Benedicto tuvo a bien manifestarnos.
Al dejar el pontificado recordaba el cercano y ya lejano 19 de abril de 2005 al
recibir la herencia del que poco después sería san Juan Pablo II: «En aquel
momento, como ya he expresado varias veces, las palabras que resonaron en mi
corazón fueron: Señor, ¿por qué me pedís esto y qué me pedís? Es un peso grande
el que me pones sobre los hombros, pero si Tú me lo pides, por tu palabra
lanzaré las redes, seguro de que Tú me guiarás, a pesar de todas mis
debilidades. Y ocho años después puedo decir que el Señor me ha guiado, ha
estado junto a mí, he podido percibir cotidianamente su presencia».
«Me he sentido como San Pedro con los
apóstoles en la barca sobre el lago de Galilea. El Señor me ha dado muchos días
de sol y de brisa ligera, días en los que la pesca ha sido abundante; ha habido
también momentos en los que las aguas estaban agitadas y el viento era
contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir.
Pero he sabido siempre que en esa barca está el Señor y he sabido siempre que
la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino suya. Y el Señor no deja
que se hunda; es Él el que la conduce, es verdad que por medio de los hombres
que ha escogido, porque así ha querido. Esta ha sido y es una certeza que nada
puede ofuscar».
Y es igualmente bueno
que tomemos esa convicción advirtiéndola en nuestra vida. No puedo ser padre
que transmite lo mejor de su ser ni maestro o educador que vierte lo mejor de
su sentir si no estoy convencido de que es el Señor, ¡siempre presente!, el que
guía mi barca que es suya y que comparto con otros la brega de remar y lanzar
la red.
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