El cantante
napolitano Enrico Caruso murió joven, a los 48 años, el 21 de Agosto de 1921.
Algunos especialistas del mundo del canto lo consideran como el mejor tenor
hasta hoy. Además de una voz excepcional tenía un corazón grande y generoso. Había
ayudado a los niños de un orfanato norteamericano. Según se cuenta, al conocer
el hecho triste de su muerte, decidieron hacerle un regalo: enviaron un cirio
al santuario de la Virgen del Rosario de Pompeya para que ardiese las 24 horas
de cada 1 de Noviembre en la capilla de la Virgen en su memoria. Dado que el cirio
pesa 500 kilogramos y tiene 5.4 metros de alto y 1.5 metros de circunferencia,
se calcula que durará 120.000 horas encendido. Como lo está sólo 24 horas al
año, llegará hasta el año 6.921.
¿Es innata la gratitud en el ser humano? ¿Es
sólida, duradera, constante? “Es de bien nacidos ser agradecidos” se dice entre
nosotros. Pero se tiene la impresión, al girar la vista en el propio entorno,
que este sentimiento no se da por igual en todos. ¿Es que hay alguien mal
nacido? ¿O juega también la educación en el aliento de esta virtud? Yo no lo
dudo. Cuando a un niño se le inicia razonada y sabiamente en la vida, ya desde
pequeño, en el “sentido del otro” ante el hermano más pequeño o mayor que él,
ante los padres, los maestros, los mismos amigos y compañeros, crece en él la
actitud de aprecio, respeto, atención y afecto. Agradecer no es pagar una deuda
por un favor recibido. Se podría saldar con otro favor recíproco y… en paz.
Agradece
de verdad el que ve en el otro una persona para el que se ha hecho un hueco en
el corazón. O, dicho de otro modo, agradece el que ama. O de otro modo todavía:
enseñar a amar es ayudar a que crezcan todos los sentimientos positivos de los
que es capaz el ser humano. Y así el agradecimiento será una noble irradiación
del propio corazón.
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