viernes, 3 de febrero de 2012

Hohler Fels.

… significa, según los entendidos en alemán, Roca Hueca. ¡Ya, ya! Cuentan que de esa cueva y rocahueca de Schelklingen en la Región alemana de Tubinga (en el centro y hacia el sureste de esa gran nación), brotan cada día testimonios de la vida de nuestros lejanos antepasados. De los chispeantes nombres que se les ha dado (homo habilis, gautengensis, rudolfensis, ergaster, georgicus, erectus, antecessor, cepranensis, floresiensis, heidelbergensis, neanderthalensis, rhodesiensis, helmei, sapiens…) parece que sólo del último, con un nombre tan digno de respeto, podemos considerarnos orgullosos descendientes. Por muy nuestro que nos parezca el antecesor, no somos sus choznos. Venimos del sapiens que fue el que en Hohler Fels pintó cuatro piedras como la que aquí figura y con las que, tal vez, jugaban al parchís.
Fue Nicholas Conrad, un buscador de pasados, un arqueólogo empeñado en llegar a lo más hondo posible en los vestigios de nuestros antecesores, el que encontró, distinguió e interpretó esas piedras “tratadas” hace unos 15.000 años. Y el que algún tiempo antes había encontrado una estatuilla de mujer, de unos seis centímetros, a la que llaman venus, porque casi siempre se llama así a lo que representa belleza; y ¡pasmaos, admiradores de la seducción sonora!, flautas hechas con huesos de cisne. Todo ello hace 40.000 años. Así lo cuentan las crónicas y así lo afirman los arqueólogos. Y así alegran el corazón noticias como estas.
Porque unos hombres, de los que siempre tendemos a decir que eran un poco “bestias” todavía, cultivasen la belleza y necesitasen tener imágenes de ella e instrumentos para crearla, significa que estamos destinados desde siempre a embellecer este bello jardín en que nos instaló el Creador.
No importa el ADN mitocondrial ni el genoma de aquellos hombres si de ellos hemos heredado el anhelo de admirar, de buscar de crear encanto en el encantador mundo que nos rodea. Ni importa que los floresienses, diminutos tíos-abuelos nuestros, hobbits del pasado, desapareciesen totalmente de la haz de la bella isla de Flores en Indonesia hace 13.000 años.
Somos herederos de esa grata misión. Desde la sonrisa, el primer regalo que adorna la vida, hasta la creación artística en cualquiera de sus formas (con tal de que sea creación y sea arte), se nos abre un inmenso universo que nos está esperando. Sin dejarnos engañar por el gato del pseudo-arte, hagamos por alentar en nosotros y en los demás las ganas de tomar la flauta de la alegría que alivie la pesadumbre natural de nuestras vidas.

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