martes, 21 de febrero de 2012

Passau.


San Esteban de Passau
De esta ciudad de Baviera, en la frontera natural con Austria, alguien dijo que es la ciudad más bella de Europa. A lo mejor alguien que lee esto dice que la ciudad más bella de Europa y aun del mundo es la suya. Bueno: vamos a dejarlo en que Passau es una bellísima ciudad. ¿Ese que ha dicho que la ciudad más bonita del mundo es la suya puede decir que su ciudad tiene tres ríos? Pues Passau los tiene: el Danubio, el Eno y el Ilz. Por eso la llaman "la ciudad de los tres ríos". Y siguen diciendo que cada uno de ellos presume coquetamente de un color. El Danubio, naturalmente, del azul. No sería Danubio si no fuese azul. Al menos desde Johann Strauss II (“Jean”, como se llamaba a sí mismo) que con Josef y Eduard formaba el trío musical más fraterno, alegre y nostálgico que nunca existió, herederos de la grandeza musical de su padre Johann Strauss I.
Volvamos a los ríos. El Eno es verde como el heno verde o como los Alpes del que viene y del que trae reflejada la verdura siempre viva. Presume también el Ilz de su color: el  negro. Porque arrastra todo el misterio oscuro de su historia, nacida por los siglos en una zona pantanosa de trasgos, magas y elfos.  
Pero hay algo en Passau desde 1731 que tampoco lo tiene la ciudad más bonita de ese que lo afirma de la suya: un órgano especial en la catedral de San Esteban. Tan especial que tienen cinco teclados en su consola central desde la que se coordinan los cinco órganos que hay en el templo. Este órgano central tiene 126 juegos. Están después el órgano “de eco” con 19 juegos, dos órganos de 25 juegos cada uno y un órgano “de coro” con 38. En total, 233 juegos que cantan a través de 17.774 tubos.
¡Y cómo cantan! Así lo dicen los que han tenido la suerte de gozar, sintiéndose abrazado por la música barroca, alguno de los conciertos de su denso programa anual.
Vayamos a lo nuestro. ¿Por qué con tantos juegos y tantos tubos como hay en nuestras vidas no somos capaces de superar el desconcierto en el que parece que nos gusta vivir? ¿Por qué hacemos de nuestro mundo, el grande y el pequeño, el que parece que nos queda lejos y el que construimos o destruimos a diario “un amasijo de egoísmos”, como comprobaba en su cargo de Secretario General de la ONU aquel gran diplomático, gran hombre, gran cristiano que se llamó Dag Hammarskiold? Hay desconcierto en las familias donde llevar la contraria es deporte diario. En las familias en las que manda el inmaduro hijo caprichoso, exige el petulante adolescente, impone el jovencito venido a menos en su condición de hijo y columna (¡bueno, poste, pero aun así necesario para que no se venga abajo todo!)… poste del hogar… Desconcierto en las chácharas entre amigos y amigas que llevan siempre alguna o muchas notas destempladas, desafinadas y fuera de ritmo con las que se saetea al amigo o al vecino. Desconcierto en la vida pública: la empresa, la administración, la política, el deporte, la caridad, el mercado, los productores, los intermediarios, el campo, la industria, la banca, la pastoral, el tiempo libre, la educación familiar y social, la formación profesional, el arte, los espectáculos, la calle, los lugares de esparcimiento…  
¿Podemos? ¡Podemos! ¡Vamos a ello! ¡Al concierto!

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