lunes, 27 de febrero de 2012

Chinches.


Me contó mi amigo Pepe que con otro suyo tuvo que viajar hace años a una capital europea. Recuerdo cuál era, pero por miedo a represalias, no lo digo. Y al llegar la hora oportuna se desearon buena noche y se fueron a acostar. Pasado algún tiempo, cuando mi amigo ya había pasado la etapa MOR de su sueño o la que fuese, se despertó porque creía oír voces. Aguzó el oído y oyó claramente la voz de su amigo que gritaba: “¡Pepe, que me llevan!”.
Ante el evidente secuestro de su amigo que se estaba cometiendo en lengua extranjera, se lanzó de la cama dispuesto a dar la vida para salvarlo. Entró dispuesto a todo en la habitación contigua y descubrió al infeliz ahuyentando chinches y repitiendo una y otra vez. “¡Mira, mira, mira! ¡Vámonos!”.  
El Cimex Lectularius (o “la Cimex”, porque los hay de los dos sexos, claro) es un insecto singular. Tiene costumbres nocturnas, como saben mis lectores más añosos, y sale en la oscuridad a emborracharse de sangre humana donde le dejan. Descubre por el CO2, dicen, a la víctima y lanzándose desde el techo si es necesario y con dos trompetillas que lleva en su hocico, entra al ataque en la despensa de su subsistencia. Con una de ellas extrae el alimento, mientras que con la otra inocula un anticoagulante y un anestésico para que no le interrumpan en su actividad.
Chinches hay en todas partes y en todos los grupos, animales y humanos. Son esos de los que solemos decir: “¡Me está quemando la sangre!”. O una expresión equivalente más sonora que esa. Me gusta observar a la gente. Y supongo que alguno, despistado, también me observa a mí. Y observando, observando me parece haber constatado las causas por las que los chinches sociales lo son. Como mi observación es, sin duda, muy reducida, me gustaría que alguno de mis lectores me ayudase con sus conclusiones a enriquecer mi cuadro.    
Hay chinches de nacimiento: han nacido, parece ser, para picar. Lo hacen como respirar, es decir, sin darse cuenta. Son los que critican todo, lo saben todo, corrigen todo, son los primeros en saber todo… Han nacido dictadores. Y usan el rebenque para hacer sentir quién lleva el látigo. Hay chinches en las familias, entre hermanos, en las pandillas, en las clases, en las agrupaciones de cualquier tipo. O han nacido chistosos. Y gozan con que les rían sus picotazos. Hasta puede ser alguno de estos sea ingenioso: estos no tienen cura, porque viven y perviven sin enterarse de que sus gracias tiene una sal que quema.
Hay chinches amargados. En el mundo del trabajo, en las relaciones sociales, intelectuales, comerciales… ¡y deportivas! Les fue mal aquello y se han envenenado para siempre y envenenan el aire con sus censuras, sus repulsas, sus anatemas…       
Hay chinches…
¿Hay remedio? ¡Claro que hay remedio! Un padre y una madre ecuánimes, justos, de mirada amplia, de afecto cálido, de humor templado, de comentario equilibrado, de trato amable producen hijos como ellos. Y si se dan cuenta de que alguno, desde la niñez, asoma su dardo afilado, saben acompañarlo sabiamente en la reflexión sobre la inoportunidad de lo dicho o lo injusto de lo comentado, sobre la grandeza de apreciar, el placer de comprender y la necesidad de respetar.

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