viernes, 24 de febrero de 2012

Andamos de grillos.


Un descendiente del Archaboilus Musicus
El Archaboilus musicus salía de noche. De noche cantaba. O estridulaba (como dicen los precisos) frotando sus élitros para organizar sus encuentros amorosos. Porque de día temía al Morganicodon y al Dryolestes que lo buscaba para comérselo. Todo esto pasaba muy antes, en el Jurásico, hace 165 millones de años. Pero no tan ayer que los profesores de la Universidad de Pekín, Jun-Jie Gu y Dong Ren, no hayan podido encontrar su fósil, sorprendentemente conservado, con alas y todo. Y como conocían a  los doctores Fernando Montealegre-Zapata y  Daniel Robert, expertos en canto de los insectos, y al doctor Michael Engel, de la Universidad de Kansas, que sabe mucho de la evolución de los mismos, les preguntaron: “¿Podrían ustedes decirnos cómo cantaba?”.
Después de un largo y complejo proceso de comparación con especies de grillos de hoy, la respuesta fue: Ese grillo del Jurásico era un tiple con un tono agudo de 6.4 kilo-hertzios de frecuencia y con un ritmo de “rasgueos” que duraban 16 milésimas de segundo. Así de claro y de preciso.
Se me ocurría pensar, mientras leía estas curiosas y pasmosas noticias, en la portentosa ignorancia del pasado que tienen algunos de nuestros adolescentes y jóvenes. Lo anterior no existe para ellos. Apenas tienen presente la figura del padre. Pero un poco más allá se pierden en la niebla. No saben nada de cómo cantaban sus tatarabuelos. De la Patria, por ejemplo, que defendían o atacaban, construían o arruinaban, nada de nada. No les interesa o no lo escuchan o no lo estudian. Escuchan cuentos chinos sobre el pasado. Y con ellos engordan su ignorancia. Y repiten lo oído como si fuese dogma. Pero sin ocurrírseles que el recurso a la Historia es la búsqueda de su propio ser. Piensan que los grillos de hoy han nacido de la nada o han salido del huraco del vacío. Y les parece que lo único que interesa tener presente es que ellos están ahí, inaugurando la Historia.                 
Y se me ocurría volver con la memoria a Stefan Zweig, barrido por la insensatez en 1942, y que nos dejó una obra literaria extensa, sólida, ejemplar: poemas, teatro, biografías inigualables de mujeres y hombres tocados por la desgracia o el genio: Erasmo, Fouché, María Estuardo, María Antonieta, Magallanes… A los Momentos estelares de la Humanidad, que es un canto a la luz, le siguió, quince años más tarde, cuando el vendaval de un loco parecía querer arrasarlo todo, un escrito lúcido y amargamente nostálgico: El mundo de ayer. ¡Cuánto aprenderían de él los enhiestos y estériles brotes de la humanidad cuyas estrellas vamos borrando por recurrir, entre otros instrumentos, al suicidio del pasado!

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