Un descendiente del Archaboilus Musicus
El Archaboilus
musicus salía de noche. De noche cantaba. O estridulaba (como dicen los
precisos) frotando sus élitros para organizar sus encuentros amorosos. Porque
de día temía al Morganicodon y al Dryolestes que lo buscaba para comérselo.
Todo esto pasaba muy antes, en el Jurásico, hace 165 millones de años. Pero no
tan ayer que los profesores de la Universidad de Pekín, Jun-Jie Gu y Dong Ren,
no hayan podido encontrar su fósil, sorprendentemente conservado, con alas y
todo. Y como conocían a los doctores
Fernando Montealegre-Zapata y Daniel
Robert, expertos en canto de los insectos, y al doctor Michael Engel, de la
Universidad de Kansas, que sabe mucho de la evolución de los mismos, les
preguntaron: “¿Podrían ustedes decirnos cómo cantaba?”.
Después
de un largo y complejo proceso de comparación con especies de grillos de hoy,
la respuesta fue: Ese grillo del Jurásico
era un tiple con un tono agudo de 6.4 kilo-hertzios de frecuencia y con un
ritmo de “rasgueos” que duraban 16 milésimas de segundo. Así de claro y de
preciso.
Se me ocurría pensar,
mientras leía estas curiosas y pasmosas noticias, en la portentosa ignorancia
del pasado que tienen algunos de nuestros adolescentes y jóvenes. Lo anterior
no existe para ellos. Apenas tienen presente la figura del padre. Pero un poco
más allá se pierden en la niebla. No saben nada de cómo cantaban sus
tatarabuelos. De la Patria, por ejemplo, que defendían o atacaban, construían o
arruinaban, nada de nada. No les interesa o no lo escuchan o no lo estudian. Escuchan
cuentos chinos sobre el pasado. Y con ellos engordan su ignorancia. Y repiten
lo oído como si fuese dogma. Pero sin ocurrírseles que el recurso a la Historia
es la búsqueda de su propio ser. Piensan que los grillos de hoy han nacido de
la nada o han salido del huraco del vacío. Y les parece que lo único que
interesa tener presente es que ellos están ahí, inaugurando la Historia.
Y
se me ocurría volver con la memoria a Stefan Zweig, barrido por la insensatez
en 1942, y que nos dejó una obra literaria extensa, sólida, ejemplar: poemas,
teatro, biografías inigualables de mujeres y hombres tocados por la desgracia o
el genio: Erasmo, Fouché, María Estuardo, María Antonieta, Magallanes… A los Momentos estelares de la Humanidad, que
es un canto a la luz, le siguió, quince años más tarde, cuando el vendaval de
un loco parecía querer arrasarlo todo, un escrito lúcido y amargamente
nostálgico: El mundo de ayer. ¡Cuánto
aprenderían de él los enhiestos y estériles brotes de la humanidad cuyas estrellas
vamos borrando por recurrir, entre otros instrumentos, al suicidio del pasado!
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