miércoles, 15 de febrero de 2012

Muere Don Bosco


Así escribe ReligionenLibertad.com al dar la noticia de la muerte, el pasado día 3, de Biagio Anthony Gazzara. Es decir, Ben Gazzara en las pantallas, como recio, creíble y buen actor en muchas películas y protagonista en la que lleva el nombre de DON BOSCO de 1988.  La dirigió, con guión de Ennio di Concini, Leandro Castellani. Y en el reparto están, junto a Gazzara, Patsy Kensit, Piera degli Esposti, Philippe Leroy, Karl Zinny… La música es del veterano Stelvio Cipriani.
No interesa dar noticia ni crítica de la cinta, porque muchos la conocen o pueden conocer y en ella podrán apreciar los valores que contiene y las personas que le dieron vida.
Pero sí resaltar la actuación de este norteamericano, nacido en Nueva York, pero de padres sicilianos, escogido para convertirse en rostro del alma de Don Bosco. Y en esta fecha de su muerte, agradecerle con estima y cariño el regalo de su acertada y difícil interpretación. Acertada, a mi parecer, porque respondió a lo que el guión cinematográfico le atribuía, el director le encargaba y el asesor salesiano le sugería. Y difícil porque si ser actor es un empeño arduo siempre (y más cuando se interpreta a una persona real), hacerlo con un santo y más aún con un santo tan complejo como Don Bosco, supone un serio reto. Un santo está animado por un espíritu interior inflamado de amor. Y reflejar esa aura especial es un empeño casi inaccesible. Pero es que la vida de Don Bosco no se vio nunca poblada por aires de persona importante. Y se corre el riesgo de que, al considerar a un santo importante, se sienta un cierto impulso a vestirse de importancia. Ben Gazzara lo comprendió y resultó un Don Bosco plausible.             
Para cerrar este recuerdo es bueno releer lo que Gazzara confesaba de su adolescencia, cuando se vio libre de convertir su vida en la de un criminal al lanzarse con toda su fuerza a ser un buen actor. Esto le exigió entregarse al estudio, a la exigencia, a la docilidad como aprendiz de intérprete, al fracaso momentáneo sin abandonar el empeño de sus sueños. ¡Con qué agrado se vería rodeado de adolescentes y jóvenes que en el rodaje de la película fingían ser muchachos felices por haber sido arrancados del mal por el amor hacia ellos de un sacerdote paisano suyo que quería salvarlos a costa de su propia vida! 

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