jueves, 9 de febrero de 2012

El final.


Escribo en el regusto de la fiesta de Don Bosco, que fue ayer (el pasado 31 de enero). Los que creemos, vemos muy bien que se celebre la muerte de los creyentes como el día de su nacimiento a la Vida que no acaba. Y en recuerdo de esos nacimientos hoy agrupamos a todos los salesianos que murieron. Como lo hacemos el 25 de Noviembre, día de la muerte de Mamá Margarita, la madre de Don Bosco, con todos los miembros de su inmensa Familia.
Es interesante preguntar a jóvenes sobre la muerte. Algunos se muestran en sus respuestas como sabios. Preguntadles. Para ellos no es un tema macabro o desechable. Coinciden bastantes en verlo como un hecho natural, necesario, aunque no muy presente en sus pensamientos. Y hacen bien. Con tal de que pongan en sus vidas la intensa satisfacción, el noble esfuerzo de construirse como ejemplares cabales, en su naturaleza de hombres y mujeres y en su condición de cristianos. 
A alguien que visitó el cementerio de Génova, Staglieno, el más bello del mundo, le llenaba de emoción el conjunto de un ángel que habla a dos niños allí clavados delante del sepulcro de su joven madre: “No lloréis. No está aquí. ¡El corazón de una madre no cabe en un sitio tan pequeño!”.
Que es lo mismo, de otro modo, que lo que escribían tres salesianos ejemplares:
Don Bosco en su Testamento espiritual: “Os dejo aquí en la tierra… Os ruego que no lloréis mi muerte. Es una deuda que todos debemos pagar. Pero después nos serán copiosamente recompensados los sufrimientos padecidos por amor de nuestro maestro Jesucristo”.
El Venerable José Quadrio, pocas semanas antes de morir, como respuesta a una señora que manifestaba terror ante la muerte: “Para un cristiano morir no es acabar, sino empezar; es el principio de la verdadera vida, la puerta que da a la eternidad.  Es como cuando, en la alambrada de un campo de concentración, se oye el suspirado anuncio: «!Se vuelve a casa!».Morir es entreabrir la puerta de casa y decir: «Padre, ya estoy aquí; he llegado». Es verdad que se trata de un salto en la oscuridad, pero se hace con la certeza de caer en los brazos de nuestro Padre del cielo”.
Y un gran salesiano, José Luis Carreño, señor de muchas esferas, escribía: “¡Piensa lo que será!: saltar a tierra, ¡y ver que es cielo ya! Pasar de la borrasca de la vida ¡a la paz sin medida…! De un brazo asirte y ver, al irle en pos, ¡que es el brazo de Dios! Beber a pulmón pleno un aire fino… ¡Y es el aire divino! Ebrios de dicha oír a un querubín: «¡Es la dicha sin fin…». Abrir los ojos, inquirir qué pasa, y oír decir a Dios: «¡Ya estás en casa! ¡Oh el inmenso placer de abismarse en tu mar! Cerrar los ojos y empezar a ver; pararse el corazón ¡y echar a amar!”.

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