Escribo en el regusto
de la fiesta de Don Bosco, que fue ayer (el pasado 31 de enero). Los que creemos, vemos muy bien que se
celebre la muerte de los creyentes como el día de su nacimiento a la Vida que
no acaba. Y en recuerdo de esos nacimientos hoy agrupamos a todos los
salesianos que murieron. Como lo hacemos el 25 de Noviembre, día de la muerte
de Mamá Margarita, la madre de Don
Bosco, con todos los miembros de su inmensa Familia.
Es interesante
preguntar a jóvenes sobre la muerte. Algunos se muestran en sus respuestas como
sabios. Preguntadles. Para ellos no es un tema macabro o desechable. Coinciden
bastantes en verlo como un hecho natural, necesario, aunque no muy presente en
sus pensamientos. Y hacen bien. Con tal de que pongan en sus vidas la intensa
satisfacción, el noble esfuerzo de construirse como ejemplares cabales, en su
naturaleza de hombres y mujeres y en su condición de cristianos.
A alguien que visitó el cementerio de Génova,
Staglieno, el más bello del mundo, le llenaba de emoción el conjunto de un
ángel que habla a dos niños allí clavados delante del sepulcro de su joven
madre: “No lloréis. No está aquí. ¡El corazón de una madre no cabe en un sitio
tan pequeño!”.
Que es lo mismo, de otro modo, que lo que
escribían tres salesianos ejemplares:
Don Bosco en su Testamento espiritual: “Os
dejo aquí en la tierra… Os ruego que no lloréis mi muerte. Es una deuda que
todos debemos pagar. Pero después nos serán copiosamente recompensados los
sufrimientos padecidos por amor de nuestro maestro Jesucristo”.
El Venerable José Quadrio, pocas semanas
antes de morir, como respuesta a una señora que manifestaba terror ante la
muerte: “Para un cristiano morir no es acabar, sino empezar; es el principio de
la verdadera vida, la puerta que da a la eternidad. Es como cuando, en la alambrada de un campo
de concentración, se oye el suspirado anuncio: «!Se vuelve a casa!».Morir es
entreabrir la puerta de casa y decir: «Padre, ya estoy aquí; he llegado». Es
verdad que se trata de un salto en la oscuridad, pero se hace con la certeza de
caer en los brazos de nuestro Padre del cielo”.
Y un gran salesiano, José Luis Carreño, señor
de muchas esferas, escribía: “¡Piensa lo que será!: saltar a tierra, ¡y ver que
es cielo ya! Pasar de la borrasca de la vida ¡a la paz sin medida…! De un brazo
asirte y ver, al irle en pos, ¡que es el brazo de Dios! Beber a pulmón pleno un
aire fino… ¡Y es el aire divino! Ebrios de dicha oír a un querubín: «¡Es la
dicha sin fin…». Abrir los ojos, inquirir qué pasa, y oír decir a Dios: «¡Ya
estás en casa! ¡Oh el inmenso placer de abismarse en tu mar! Cerrar los ojos y
empezar a ver; pararse el corazón ¡y echar a amar!”.