lunes, 29 de junio de 2015

Horizonte.

Conoces la foto y el hecho: en un reciente percance de carretera en Colorado “cuatro niños y su madre resultaron heridos mientras que el conductor y padre de la familia accidentada falleció en el acto”. Y mientras varios miembros de la Policía atendían a los heridos y estudiaban el modo de actuar, uno de ellos, Nick Struck, “se hizo cargo de la más pequeña, de solo dos años de edad. Para mantenerla al margen del terrible escenario, el agente la cogió en brazos y le cantó la canción 'Twinkle Twinkle Little Star' mientras señalaba algo con su dedo para que la pequeña estuviese distraída”. Decía después: «Cuando llegas al escenario y hay niños, lo primero que haces es reconfortarlos y mantenerlos a salvo. Tengo una niña de dos años; yo querría que alguien hiciera algo así por mí en una situación como esta».
Emociona ver acciones como la de Nick: sereno, inteligente, atento a lo más práctico, a lo más concreto que se podía hacer en aquel momento e identificado con las víctimas de la tragedia. 
Seguramente, ante la fotografía que has visto, se te han ocurrido cosas más sustanciosas que las que me han venido a mí, pero he pensado que estas pueden serte también útiles por modestas que sean.
Una niña que sufre un accidente en su vida queda desconcertada. El reventón de una rueda, el revolcón del coche saliendo de la carretera trastornan el aire de familia y de paz del que, sin duda, estaba gozando. O, más aún, si estaba dormida. Muchos hechos paralelos en la vida de los niños llevan a una realidad brutalmente distinta,  marcada cuando menos por el dolor.
¿Nos ha tocado acercarnos a acontecimientos parecidos? ¿He sabido cuál era mi papel y lo he asumido decididamente, con generosidad y con acierto? De la conducta del policía me agradan especialmente estos tres rasgos: la cercanía del abrazo que alivia la soledad que tan densa se hace cuando uno se siente solo; la canción que llena de un sabor positivo cuando todo sabe a tristeza; y su brazo extendido como un símbolo atinado de fe: hay un después, un más allá en el que cabe unir al dolor la belleza de la vida compartida con los que nos quieren.      

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