Beethoven comenzó a
componer su sinfonía número 9 en 1818 y no la dio por terminada hasta enero de
1824. En el alma de sus inolvidables notas (¡mucho más que notas!) está el
poema de Friedrich Schiller An die Freude escrito más de
treinta años antes, que se llamó Oda a la alegría en su forma final
de 1808. Beethoven tenía 22 años cuando ya soñaba con ponerla en música
respetando para el cuarto movimiento, “Himno a la alegría”, el texto de
Schiller con unas palabras propias de introducción.
Su estreno (en Viena,
no en Berlín, como le hubiera gustado a él: “Viena está dominada por los
italianos” decía) se hizo el 7 de mayo de 1824, diez años después de la
presentación de la Octava. La dirigió Michael Umlauf, aunque Beethoven estaba
también en el escenario, siguiendo la obra en sus partituras, ya muy sordo y
limitado en su salud y a tres años de su muerte.
La sala estaba llena de
admiradores de Beethoven que suponían que iba a ser la última vez que le
viesen. Y quedaron fascinados por tanta belleza. Cuentan que él estaba volcado
en sus papeles, de espaldas a la sala, y que uno de los solistas le hizo
volverse para que pudiese contemplar a un público conquistado por entero al que
saludó con una inclinación del cuerpo.
Como somos muchos los
que no sabemos Alemán, pongo una traducción de las palabras del final de esta
Novena Sinfonía. Sirven de invitación a la alegría de la fraternidad, don
divino.
¡Oh
amigos, no esos tonos!
Entonemos otros más
gratos y llenos de alegría.
¡Alegría, alegría!
¡Alegría, bella chispa divina, hija del
Elíseo!
¡Penetramos ardientes de embriaguez, oh
celeste, en tu santuario!
Tus encantos atan los lazos que la rígida moda
rompiera;
y todos los hombres serán hermanos bajo tus
alas bienhechoras.
Quien logró el golpe de suerte, de ser el amigo
de un amigo.
Quien ha conquistado una noble mujer ¡que una
su júbilo al nuestro!
¡Sí! que venga aquel que en la Tierra pueda
llamar suya siquiera un alma.
Pero quien jamás lo ha podido, ¡que se aparte
llorando de nuestro grupo!
Se derrama la alegría para los seres por todos
los senos de la Naturaleza.
Todos los buenos, todos los malos, siguen su
camino de rosas.
Ella nos dio los besos y la vid, y un amigo
probado hasta la muerte;
al gusanillo fue dada la voluptuosidad y el
querubín está ante Dios.
Alegres como vuelan sus soles, a través de la
espléndida bóveda celeste,
Corred, hermanos, seguid vuestra ruta alegres,
como el héroe hacia la victoria.
¡Abrazaos millones de seres! ¡Este beso al
mundo entero!
Hermanos, sobre la bóveda estrellada debe
habitar un Padre amante.
¿Os postráis, millones de seres? ¿Mundo,
presientes al Creador?
Búscalo por encima de las estrellas! ¡Allí
debe estar su morada!
¡Alegría, bella chispa divina, hija del
Elíseo!
¡Penetramos ardientes de embriaguez, ¡oh
celeste, en tu santuario!
Tus encantos atan los lazos que la rígida moda
rompiera;
y todos los hombres serán hermanos bajo tus
alas bienhechoras.
¡Alegría, bella chispa divina, hija del
Elíseo! ¡Alegría, bella chispa divina!
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