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viernes, 25 de noviembre de 2016

Despedida.

En el convento de las Hermanas de San Fidencio de Novaglie, Italia, se encontró un códice del siglo XIV, junto a una miniatura de la escuela de Giotto de Siena. La llamada Leyenda perusina nos presenta en él esta poesía de Francisco de Asís para las Clarisas de San Damián: “También en aquellos días y en el mismo lugar, después de haber compuesto Francisco las alabanzas al Señor por sus criaturas, dictó también algunas palabras con melodía, para mayor consuelo de las Pobres Señoras del monasterio de S. Damián, sobre todo porque sabía que estaban muy tristes por su enfermedad. Y dado que, a causa de su enfermedad, no las podía visitar y consolar personalmente, quiso que sus compañeros llevasen e hiciesen oír a las que estaban en clausura aquel canto".

Escuchad, pobrecitas, llamadas por el Señor,
que de muchas partes y provincias os habéis reunido.
Vivid siempre en verdad
que en obediencia moráis.
No miréis la vida de fuera
porque la del espíritu es mejor.
Yo os pido con gran amor
que tengáis discreción con las limosnas
que os da el Señor.
Las que están gravadas por la enfermedad
y otras que, por sí mismas, están fatigadas,
todas lo sobrellevéis en paz
para que tengáis como querida esa fatiga
porque cada una será coronada como reina en el cielo
con la Virgen María.

Emociona a quien, como Francisco, vive profundamente el sentido del otro, la necesidad de regalar y regalarse por ello, la necesidad de convertir en canto el fastidio  de la enfermedad, ese rasgo de cariño hacia hermanas que, llamadas por el Señor, viven en verdad y moran en obediencia. A nosotros nos hace bien conocer el motivo por el que procedió a escribir y subrayar con música, las palabras, aunque no nos haya llegado la melodía que él mismo compuso.

jueves, 25 de julio de 2013

Deja huellas.



Que Shoep, perro alemán, haya dejado su huella en la arena de la playa del Lago Superior, en Estados Unidos, no tiene importancia. Pero sí su historia, aparentemente sin relieve. Porque cuando su amigo (me da vergüenza llamarle “dueño”) John Unger lo presentó en Facebook a los que quisieron verlo, más de 351 mil nuevos amigos, desde entonces, sintieron un nudo en la garganta. Aparecía dormido en brazos de John sumergido en el agua. Los remedios para su artritis no eran eficaces. Pero los brazos de su amigo metido en el lago y el agua que lo envolvía durante un largo rato le permitían cerrar los ojos, tal vez dormir y tal vez, también, olvidar que era viejo.
Hace pocos días ha muerto, a los 20 años, Shoep. Nos deja una huella que puede poner algo de ternura en estas vidas nuestras tan llenas, muchas veces, de prisas o hasta violencias, de cansancios y de exigencias. ¡Qué poco espacio dejamos a la intuición de que una persona que vive cerca de nosotros necesita un gesto de cariño de nuestra parte! Sentirse querido es el estremecimiento más hondo del ser vivo. Ese sentimiento no lo despiertan palabras repetidas (¿por costumbre?, ¿para cumplir?…). Me decía una persona con experiencia en el trato con personas en fase terminal: “Es posible constatar, al menos en algunos casos, que una caricia, un susurro, una palabra de cariño es para ellas mucho más de lo que se puede imaginar”.
Sin que lleguemos al final, ¿por qué no sustituimos los rebuznos con que comentamos algunas veces conductas propias o ajenas, nuestras y más bien suyas, con palabras “humanas” que hagan sentir al que las recibe que al menos lo tenemos en cuenta como compañeros del mismo camino?

viernes, 22 de febrero de 2013

Lesch- Nyhan.



Todos conocemos a personas aquejadas de enfermedades a las que califican de autodestructivas. Las más conocidas – y a veces muy bien y dolorosamente conocidas - son la anorexia y la bulimia. Peo hay otras menos aparentes, pero tal vez más profundas, como la depresión. Aunque algunos expertos en economía hablan también de una enfermedad social, a la que llaman austeridad excesiva, y que puede convertirse en un camino seguro hacia la catástrofe económica. Las referidas en primer lugar tienen su raíz en la mente y en la dificultad de percibir la realidad de un modo correcto. Y sucumben (o se sitúan en el borde del estrago final) sin saber ni querer ni poder decirse ¡basta! 
Hay otra, muy rara (los entendidos dicen que en España hay sólo 45 casos en la actualidad) a la que llaman síndrome de Lesch-Nyhan. El nombre se debe a que los doctores Michael Lesch y William Leo Nyhan describieron en 1964 en un niño de cuatro años la tendencia involuntaria, pero incoercible, a morderse los labios, los dedos, las manos… Dicen los que la tratan que se da en niños varones, desde su nacimiento, y que está relacionada con un exceso de ácido útico en su organismo. Que no tiene cura y que tienen una esperanza de vida a lo más de cuarenta años por las complicaciones que esa irregularidad produce.     
Pensaba yo (e invito a los que leen esto a que piensen en ello por si sirve) si no estamos viviendo una etapa de la vida de nuestra sociedad en la que la tendencia a mordernos mutuamente es también incoercible, pero terriblemente consciente y voluntaria. Miramos a nuestro alrededor y nada nos gusta. Y en vez de torcer la cabeza para llorar libremente o para no mirar, nos cebamos en el que nos disgusta y alimentamos el aire que respiramos de ira, de agresividad, de indignación mal digerida, de pesimismo enconado, de bosta venenosa.    
Si nos detenemos a considerar de qué fuente manan esas actitudes (nuestras o del vecino), advertimos fácilmente que su madre o su padre son el egoísmo, la vagancia, la envidia, los celos, el hartazgo de bien, el placer de matar.
Ningún animal mata porque sí. A no ser que sea, como dicen, racional. Porque es en los animales racionales donde se vive esa sinrazón de que la dificultad, la penuria, la locura de buscar la solución del mal lleve a destruir al que nos parece que lo causa.    

viernes, 11 de febrero de 2011

Lourdes...


Poco antes de morir, el 16 de Abril de 1879, de gangrena en una pierna, escribió esta página que alguien definió como su “testamento”:
Por la pobreza de mamá y papá, por la ruina del molino, por aquel tablón de la desgracia, por el vino derramado, por las ovejas sarnosas, gracias, Dios mío.
Por la boca hambrienta que debía saciar, por los niños que cuidé, por las ovejas que apacenté, gracias.
Gracias, Dios mío, por el procurador,  por el comisario,  por los guardias, por las palabras duras del abbé Peyramale.
Por los días que viniste. Virgen María, por los que no viniste no podré nunca darte gracias bastante más que en el Cielo.
Por la bofetada que me dieron, por las bromas, por las ofensas, por los que me tomaron por mentirosa, por los que me creyeron    una interesada, gracias, Nuestro Señor.
Por la ortografía que no aprendí, por la memoria que no he tenido nunca, por mi ignorancia y mi estupidez, gracias.
Gracias, gracias porque si hubiese habido en la tierra una joven más insignificante no me habríais elegido a mí.
Por mi madre muerta lejos de mí, por la pena que tuve cuando mi padre, en vez de tender los brazos hacia su pequeña Bernadette, me llamó "Sor Marie-Bernarde", gracias, Jesús.
Gracias por haber colmado de amarguras el corazón demasiado tierno que me habéis dado.
Por madre Joséphine, que dijo de mí que no valgo para nada, gracias.
Por los sarcasmos de la Madre Superiora, por su voz dura, sus injusticias, sus ironías, y por sus humillaciones, gracias.
Gracias por haber hecho que Madre Marie-Therese pudiese decir: "A usted no le sale nada bien".
Gracias por haber sido objeto privilegiado de regañinas, de modo que las hermanas decían: "Qué suerte no ser Bernadette".
Gracias por haber sido Bernadette, amenazada con la cárcel porque, por haberos visto, Virgen Santa, la gente me miraba como a un bicho raro: a esta Bernadette tan insignificante que cuando la veían, decían: "¿Esa?"
Por este cuerpo menguado que me habéis dado, por esta enfermedad de infierno, por mis carnes gangrenadas, por mis huesos cariados, por mis sudores, por mi fiebre, por mis dolores sordos y agudos, gracias, Dios mío.
Y por esta alma que me habéis dado, por el desierto de la aridez interior, por vuestra oscuridad y vuestras revelaciones, por vuestros silencios y vuestros destellos, por todo, por Vos, ausente o presente, gracias, Jesús.
Sor Bernadette Soubirous
A veces creemos que los santos son acaparadores de felicidad, humana y divina, y que caminaban por la vida sin barro, propio o ajeno, que pudiera hacer de lastre a sus alas. Su santidad se apoyaba en un “sentido común” que aceptaba la realidad de la vida con la condición de todo ser de paso caduco por estos “barrios bajos”, sin perder el sentido de que todo lo que vivían y los hacía santos era gracia del Autor del Amor: Dios.