Todos conocemos a
personas aquejadas de enfermedades a las que califican de autodestructivas. Las
más conocidas – y a veces muy bien y dolorosamente conocidas - son la anorexia
y la bulimia. Peo hay otras menos aparentes, pero tal vez más profundas, como
la depresión. Aunque algunos expertos en economía hablan también de una
enfermedad social, a la que llaman austeridad excesiva, y que puede convertirse
en un camino seguro hacia la catástrofe económica. Las referidas en primer
lugar tienen su raíz en la mente y en la dificultad de percibir la realidad de
un modo correcto. Y sucumben (o se sitúan en el borde del estrago final) sin
saber ni querer ni poder decirse ¡basta!
Hay otra, muy rara
(los entendidos dicen que en España hay sólo 45 casos en la actualidad) a la
que llaman síndrome de Lesch-Nyhan. El nombre se debe a que los doctores
Michael Lesch y William Leo Nyhan describieron en 1964 en un niño de cuatro
años la tendencia involuntaria, pero incoercible, a morderse los labios, los
dedos, las manos… Dicen los que la tratan que se da en niños varones, desde su
nacimiento, y que está relacionada con un exceso de ácido útico en su
organismo. Que no tiene cura y que tienen una esperanza de vida a lo más de
cuarenta años por las complicaciones que esa irregularidad produce.
Pensaba yo (e invito
a los que leen esto a que piensen en ello por si sirve) si no estamos viviendo
una etapa de la vida de nuestra sociedad en la que la tendencia a mordernos
mutuamente es también incoercible, pero terriblemente consciente y voluntaria.
Miramos a nuestro alrededor y nada nos gusta. Y en vez de torcer la cabeza para
llorar libremente o para no mirar, nos cebamos en el que nos disgusta y
alimentamos el aire que respiramos de ira, de agresividad, de indignación mal
digerida, de pesimismo enconado, de bosta venenosa.
Si nos detenemos a
considerar de qué fuente manan esas actitudes (nuestras o del vecino),
advertimos fácilmente que su madre o su padre son el egoísmo, la vagancia, la
envidia, los celos, el hartazgo de bien, el placer de matar.
Ningún animal mata
porque sí. A no ser que sea, como dicen, racional. Porque es en los animales
racionales donde se vive esa sinrazón de que la dificultad, la penuria, la
locura de buscar la solución del mal lleve a destruir al que nos parece que lo
causa.
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